Isabel Allende: “La vida me censuró, porque escribo solo de lo que me interesa”

“Nunca voy a escribir un libro sobre Wall Street, pero acabo de escribir sobre refugiados”, nos dice en esta entrevista exclusiva en la que ningún tema fue tabú.

"Mas alla del invierno" transcurre en Brooklyn durante los tres días de la tormenta de 2016.        (Pierre-Philippe Marcou/AFP/Getty Images)

"Mas alla del invierno" transcurre en Brooklyn durante los tres días de la tormenta de 2016. (Pierre-Philippe Marcou/AFP/Getty Images) Crédito: Pierre-Philippe Marcou | AFP/Getty Images

Conversar con Isabel Allende —entrevistarla es un calificativo demasiado presuntuoso para ese diálogo afable donde la palabra no se deja vencer ni cuando escucha, llena de comentarios irreverentes, espontáneos, a veces escandalosos, pero nunca premeditados, confidencial hasta donde permite la intimidad, cálida siempre— es atravesar un río caudaloso. Sin uno darse cuenta termina atrapado en alguno de esos remolinos de palabras en los que se invierten los papeles. Hasta el punto de que uno llega a olvidar que está hablando con la escritora más leída del mundo en lengua española, y que todo debe más o menos girar en torno a un libro: Más allá del invierno, su novela más reciente, que acaba de lanzar el pasado 31 de octubre en Estados Unidos Vintage Español.

¿Cuál es el contexto en que surge la idea de este libro?
Me separé. Se me murió mi agente, Carmen Balcells, que era como una madre para mí. También tres amigos muy íntimos y mi perra. Nunca me deprimo, pero era uno de esos momentos en los que sientes que el invierno no termina nunca, por dios. Que te está pasando una cosa mala detrás de otra. Pero al escribir el libro, al exorcizar esa sensación de invierno, me acordé de que yo, como todos, también tengo un verano invencible adentro. Es cuestión de darle oportunidad para que se manifieste. Y como la vida es muy rara hasta me ha caído un amor ahora, imagínate tú.
Cuando empecé a escribir el libro no lo conocía. Y ahora, mira, ha vendido su casa, está deshaciéndose de todo lo que tiene para irse a California… ¡Y estamos enamorados como cuando teníamos 16! Los periodistas me preguntan, ¿cómo es, qué se siente? Y yo les digo, igual. Lo único que cambia es que uno tiene una sensación de premura, de que tú sabes que no tienes mucho tiempo por delante.
Para amar así, apasionadamente, se necesita salud, flexibilidad. No pasarlo en una silla de ruedas. Entonces pienso, ¿cuánto me queda? No sé, pero lo que me quede lo voy a pasar bien.

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Tus últimos libros hablan de la vida del emigrante en Estados Unidos. ¿Buscas un público natural un poco diferente: el lector hispanounidense?
Para nada. Los lectores en español han sido muy fieles conmigo en todas partes, y mi intención cuando escribo algo no es ganar lectores sino contar una historia que me importa. Tengo una fundación que trabaja con inmigrantes y con refugiados. Entonces, lógicamente, el tema lo tengo todos los días sobre la mesa. No tengo que investigarlo tanto y además me importa mucho.

Es tu propia historia también…
Bueno, pero mi propia historia ha sido una historia de éxito si tú piensas. Es cierto que he sido refugiada política y he sido inmigrante, pero la mía es una historia de alguien que no ha pasado por las cosas que pasan los refugiados normalmente. En eso he sido muy privilegiada. Pero me puedo poner en el caso. Nadie abandona su tierra, su lengua, su familia, su casa, su trabajo, para irse a otro lado sino es porque está desesperado. Porque está escapando para salvar la vida. Mira, hace unos años no había refugiados de Siria, ¿por qué ahora hay millones de refugiados sirios en Europa? Porque están escapando de la muerte. Yo creo que la gente no entiende eso. La gente cree que vienen a aprovecharse del país. Vienen escapando. La gente que viene de Latinoamérica, especialmente de Guatemala, El Salvador y Honduras, ese triángulo de la muerte, donde están las pandillas, los narcotraficantes, la corrupción… Esa gente no tiene trabajo, no tiene dinero, está amenazada, la elección es escapar o que te maten. Es muy duro. Juzgarlos como si fueran delincuentes a mí me parece atroz. Estoy muy involucrada con eso, por eso tal vez aparece en lo que escribo, porque me importa mucho.
También otra cosa que aparece en este libro y en el anterior es el amor maduro, y es porque yo tengo 75 años, Joaquín. Tengo que pensar en la vida de la gente madura.

Muy pocos autores tratan el tema de la forma en que lo haces, la idea de que se sigue amando con la misma vitalidad. Al referirse a la edad madura se enfatiza más en la decrepitud.
Es que esa no ha sido mi experiencia, ni la de la gente a mi alrededor. Creo que hay una especie de tabú respecto a la gente mayor, sobre todo en el aspecto sexual, pero en muchos otros aspectos. Se piensa que la gente mayor no es creativa, que no es sensual, que no se enamora, que se va encerrando cada vez más; y aunque en cierta medida es verdad, estamos viviendo cada vez más, y cada vez más sano. Estoy hablando de gente que tiene acceso a la educación y la salud, que no somos todos, por supuesto, algunos. El mundo hoy día tiene la mayor población adulta de su historia, y la mayor parte de ellos todavía está en capacidad de producir, de dar, de aprender, de enamorarse y estar físicamente aptos. Y la literatura no se ha puesto al día en esto.

Tu mamá, Panchita, es aún una de tus primeras lectoras. ¿No te da un poco de pudor que lea lo que escribes?
(Risas). No, no me pongo en ese caso. Te voy a decir que hay miembros de la familia que no me hablan por años (risas). No me importa nada. No me censuro porque mi mamá lo va a leer. Cuando en una escena sexual no describo la mecánica de lo que está pasando es porque me parece más efectivo, más eficaz, desde el punto de vista literario usar la imaginación del lector, que ponga de sí para completar la escena. Lo mismo cuando se trata de una escena de tortura o violencia. Pienso que es mucho más eficiente describir el sonido, por ejemplo, y no lo que le están haciendo a la persona. Me censuro por la honestidad de decir lo que creo que es verdad, la responsabilidad de no meterle en la cabeza ideas atroces a un sicópata. Y esa es, más o menos, la única censura que tengo. El resto me lo censura la vida, porque escribo solo sobre lo que me interesa. Nunca voy a escribir un libro sobre Wall Street, pero acabo de escribir un libro sobre refugiados.

Este tema surgió en una especie de brainstorming familiar. ¿Cómo encuentras tus temas para comenzar a escribir esos 8 de enero como es costumbre?
Me puedo sentar alrededor de la mesa con mi familia y todo el mundo dar una idea, pero no voy a escribirlo si no me toca en lo personal y no me importa mucho. Por eso, cuando comenzaron a lanzar ideas ese día a la hora del desayuno, escribe sobre esto, escribe sobre lo otro, cuando mi nuera dijo tienes que escribir sobre los refugiados, porque mi nuera es la que maneja mi fundación, con ella es que trabajamos en esto, ya ahí inmediatamente me empezó la cabeza a funcionar en torno a esa idea. ¿Quién sería esta persona indocumentada que ha llegado a Estados Unidos? ¿Por qué se esconde? Ahí empieza. De todas las ideas que dieron, bueno, agarré tres o cuatro, no todas.

Volviendo a la idea anterior sobre la eficacia literaria de las escenas sexuales. A mí me fascina cuando voy leyendo, y Richard, uno de los protagonistas, se impacienta por el erotismo de una escena, y extraña que las películas no sean como antes, cuando se apagaba una luz, se cerraba una puerta… Es de ese tipo de ideas que te dejan reflexionando. ¿Por qué hemos llegado a este nivel de holgazanería mental en la que todo tiene que estar descrito, y la sugerencia y la sutileza han ido desapareciendo y sustituyéndose por un mundo más pornográfico en el sentido amplio del término?
Y además, empiezan los niños a ver pornografía digamos a los 11 años, y luego ya nada les parece excitante, ya nada les parece estimulante o romántico, porque hasta dónde vas a llegar. Lo mismo con la violencia. Ya se llegó a un punto en el que hay unas cosas en la televisión en que están cortando a una persona en pedacitos y los niños tranquilamente comiendo pizza y mirando esto. Creo que funciona mucho mejor la sugerencia. Fíjate que mi abuelo, que era muy antiguo como te podrás imaginar, decía que el escándalo no está en el desnudo sino en el transparente y el arremangado (risas). Fíjate qué cosa más linda.

Isabel, aunque has viajado mucho y tienes una vida muy itinerante y rica en ese sentido, has vivido la mayor parte del tiempo residiendo en Estados Unidos…
Treinta años ya.

¿Sientes tú que este es uno de los momentos de particular gravedad para el inmigrante hispano o has visto otros momentos de esta misma magnitud?
No, no lo he visto en los treinta años de mi vida aquí. Pero cada oleada de inmigrantes que ha llegado a este país desde sus comienzos es recibida con hostilidad. Recibieron mal a los italianos, a los judíos, a los árabes, a los irlandeses, los polacos. Toda esa gente hacía los trabajos que nadie quería hacer y los trataban pésimo. Hasta a los escandinavos que llegaron aquí emigrando porque eran pobres. Siempre maltratados y se van incorporando. Les cuesta más incorporarse a una oleada de emigrantes que se ven distinto, como fue el caso de los chinos, de los japoneses y de nosotros, los latinoamericanos. Nos distinguimos en la calle. En cambio, los escandinavos, los irlandeses, se mezclan mejor. Pero tarde o temprano, la segunda o tercera generación son completamente aceptados. Fíjate que hoy día los mejores estudiantes de las universidades son chinos, mujeres chinas. Entonces, se incorporan al final. Creo que estamos pasando un pésimo momento con Trump, pero esto va a pasar. Como todo pasa, mira. Hay que ver las cosas en su contexto histórico. Este país, como el mundo, evoluciona. Estamos pasando por un invierno largo, pero el verano invencible está ahí, y bajo la superficie se mueven fuerzas de resistencia, de activismo, de cambio. La gente joven está harta con el sistema político y con las ideologías que se les ofrecen, que ya no sirven en el siglo XXI. Seguimos con las mismas del siglo XIX, seguimos pensando en términos de izquierda y derecha.

Como has vivido tanto en Estados Unidos, me interesa conocer tu criterio sobre otro tema, que es el Spanglish. Dices en algún momento de tu novela que es como “el idioma oficial de muchos latinos en Estados Unidos”, yo en cambio no lo veo así. Es tan desarticulado el Spanglish que lo veo más bien como un recurso mnemotécnico. Algo que el emigrante usa cuando necesita comunicarse con alguien con quien comparte más o menos ciertos parámetros idiomáticos. Ese tipo de comunicación tan imperfecta y tan rudimentaria de un emigrante que no se ha asimilado aún.
Aunque yo diga en el libro que es un idioma, no es un idioma, es un recurso. Un idioma tiene una gramática, una literatura. Simbólicamente es un recurso idiomático, que es muy comprensible. Fíjate que mi ex marido era abogado, y cuando tenía que ir a la corte, el 90% de sus clientes eran latinos, y los llevaban a la corte, donde hay un traductor oficial, y el traductor no entendía una palabra de lo que la gente estaba diciendo porque no estaban hablando verdaderamente en español. Entonces mi marido que se había criado con los mexicanos que agarraban naranjas en las huertas de Los Ángeles, y en East LA, se había criado entre los pobres, hablaba el español como bandido mexicano. Entonces él iba a la corte a traducir a sus propios clientes porque el traductor oficial no entendía. Eso pasa, que uno en la necesidad de darse a entender cambia las palabras, por ejemplo, en vez de decir un camión, uno dice la troca, por truck.  Y hay cosas lindas como el toileto, y otras tantas. Hay un diccionario pachuco que es una maravilla. Es fascinante. Lo importante es la comunicación. Entendernos de alguna manera. Si nos vamos a poner preciosistas respecto al idioma, cómo se va a comunicar la gente aquí que son analfabetos muchos de ellos, que no saben hablar el español todavía, o son mayas, qué sé yo. El idioma de la calle, de los pobres, de los inmigrantes, de los analfabetos, de los que viene de los campos, es un idioma armado como se pueda.

Quiero cerrar con una pregunta personal. ¿Me sorprende que siempre terminas en muy buenas relaciones con tus exmaridos?
Bueno. Oye, pero Joaquín tampoco digas tus “exmaridos”, como si hubiera tenido seis que son dos nada más (risas). Joaquín, es que a mí no me han hecho nada grave. Si hubiera tenido un marido que me pegaba, pero no es mi caso. Nos hemos separado porque se acaba el amor, pero nos amamos alguna vez, y convivimos y nos conocemos. Y yo sé perfectamente que Willy (el también novelista William C. Gordon) no haría nada para fregarme, y yo a él tampoco. Mira, acaba de estar enfermo Willy, y yo he estado pendiente por si necesitaba algo, para ayudar, como él me habría ayudado a mí seguramente. Yo pienso que se va el marido pero queda el amigo.

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