Por qué el lápiz es considerado “un milagro del mercado libre”
Por más que lo valoremos y le tengamos cariño, ¿habremos subestimado el humilde lápiz?
Cuando el gran escritor estadounidense del siglo XIX Henry David Thoreau hizo una lista completa de suministros para una excursión, especificó artículos obvios como una tienda de campaña y fósforos, y agregó cuerdas, periódicos viejos, una cinta de medir y una lupa.
También incluyó papel y sellos, para hacer notas y escribir cartas.
Extraño, entonces, que omitió mencionar el mismo lápiz con el que estaba haciendo la lista. Aún más extraño, si tienes en cuenta de que la familia de Thoreau hizo su dinero fabricando lápices de alta calidad.
El lápiz parece destinado a ser pasado por alto. Como dice una antigua adivinanza inglesa: “Me sacan de una mina y me encierran en una caja de madera, de la que nunca me liberan, y, sin embargo, casi todo el mundo me usa”.
Decimos que la pluma es más poderosa que la espada, pero el lápiz… se borra fácilmente.
“La tinta es el cosmético que las ideas usan en público”
El lápiz sin embargo tiene varios defensores.
El historiador del lápiz Henry Petroski señala que precisamente gracias a que se puede borrar, es indispensable para diseñadores e ingenieros.
“La tinta es el cosmético que las ideas usan cuando se presentan en público”, escribe. “El grafito es su sucia verdad”.
“Lleva un lápiz para escribir en los aviones”, es la primera regla de escritura de la novelista Margaret Atwood. “Las plumas manchan”.
Y no se puede pasar por alto al economista estadounidense Leonard Read, defensor de los principios de la economía de libre mercado del pequeño gobierno.
Lo que dice un lápiz
En 1958, Read publicó un ensayo titulado “Yo, lápiz”, narrado por el protagonista, el propio utensilio.
Mientras que el lápiz de la adivinanza inglesa parecía resignado a su oscuridad, el lápiz de Read es fuerte, aunque quizás un poco melodramático: “Si puedes darte cuenta del milagro que simbolizo, podrás ayudar a salvar la libertad que la humanidad está perdiendo tan infelizmente”.
El lápiz de Read es muy consciente de que no aparenta mucho inicialmente: “Levántame y mírame. ¿Qué ves? No mucho a primera vista: hay madera, laca, etiquetas impresas, la mina de grafito, un poco de metal, y una goma de borrar”.
A pesar de eso, explica el lápiz, recolectar su madera de cedro requiere sierras, hachas, motores, cuerdas y un vagón de ferrocarril. Su grafito es de Ceilán, la actual Sri Lanka, mezclado con arcilla de Mississippi, ácido sulfúrico, grasas animales y muchos otros ingredientes.
Y qué decir de sus seis capas de laca, su casquillo de latón o su borrador: no está hecho de caucho —quiere que sepas— sino la reacción del cloruro de azufre con aceite de colza, hecho abrasivo con piedra pómez italiana y teñido de rosa con sulfuro de cadmio.
El lápiz de Read escribe una conclusión conmovedora: “Deja a las energías creativas fluir libremente. Ten fe en que los hombres y mujeres libres responderán a la Mano Invisible. Esa fe será ampliamente confirmada”.
Esa mano
La “mano invisible” se refiere a la idea de que en un mercado libre las fuerzas invisibles equilibran la demanda y la oferta.
Es por eso que la crítica Anne Elizabeth Moore califica el ensayo como una “metáfora seductora del orden espontáneo”, y se hizo aún más famoso cuando el economista ganador del Premio Nobel Milton Friedman lo adaptó para su serie de televisión de 1980, “Libre para elegir”.
Friedman extrajo la misma lección de los formidablemente complejos orígenes del humilde lápiz. Es un testimonio asombroso del poder de las fuerzas del mercado para coordinar a un gran número de personas sin que nadie esté a cargo de todo el proyecto: “No hay ningún comisario que dicte órdenes desde una oficina central; es la magia del sistema de precios”.
Una tormenta
Si pudiéramos retroceder en el tiempo unos 500 años más o menos, y podríamos ver la magia del sistema de precios ponerse en acción por sí sola.
El grafito fue descubierto en el Distrito de los Lagos de Inglaterra.
La leyenda dice que una feroz tormenta arrancó árboles en el idílico valle de Borrowdale. Debajo de sus raíces había una sustancia negra brillante y extraña que inicialmente se denominó “plomo negro”.
Poco después se empezó a usar como “una piedra para marcar” y, debido a que el grafito es suave pero resistente al calor, también se usaba para lanzar balas de cañón.
Pronto se convirtió en un recurso precioso, no tan costoso como el de su compañero el diamante, pero lo suficientemente valioso como para que los mineros fueran supervisados por guardias armados cuando se quitaban la ropa al final del turno, para impedir que contrabandear alguna pepita.
La idea del grafito en un palo de madera tiene unos 450 años. El lápiz más antiguo que se ha encontrado data de 1630.
A fines de la década de 1700, los fabricantes de lápices franceses pagaban sin problema para importar grafito de Borrowdale de alta calidad.
Pero estalló la guerra, y el gobierno de Inglaterra decidió sensatamente no facilitarle a los franceses el lanzamiento de sus balas de cañón.
Pero, ¿qué iban a hacer los manufactureros de lápices?
La solución la encontró Nicolás-Jacques Conté, oficial del ejército francés, aerostático, aventurero e ingeniero de lápiz.
Conté desarrolló la manera de hacer minas de lápiz a partir de una mezcla de arcilla con grafito continental en polvo de baja calidad.
Por sus esfuerzos, el gobierno francés le otorgó una patente.
¿Es realmente tan libre ese mercado?
En este punto podríamos cuestionar si el lápiz de Read tiene razón para estar tan orgulloso de su ascendencia en el libre mercado.
¿Se habría esforzado tanto Monsieur Conté si no hubiera existido la posibilidad de que le dieran una patente respaldada por el Estado?
El economista John Quiggin plantea una objeción diferente. Si bien el lápiz de Read subraya su historia de bosques y carros ferroviarios, tanto los bosques como los ferrocarriles son a menudo propiedad y están administrados por gobiernos.
Y si bien Friedman tenía razón en que no hay un zar de lápices, incluso en una economía de libre mercado hay jerarquías.
El locuaz instrumento de Leonard Read fue hecho por la compañía Eberhard Faber, ahora parte de Newell Rubbermaid y, como en cualquier conglomerado, sus empleados responden a las instrucciones del jefe, no a los precios en el mercado.
En la práctica, entonces, el lápiz es el producto de un sistema económico desordenado en el que el gobierno desempeña un papel y las jerarquías corporativas aíslan a muchos trabajadores de la “magia del sistema de precios” de Friedman.
Read podría estar en lo cierto respecto a que un mercado libre puro sería mejor, pero su lápiz no prueba el caso.
Sin embargo, sí nos recuerda cuán profundamente complejos son los procesos que producen los objetos cotidianos cuyo valor a menudo pasamos por alto.
La economía que los ensambla para nosotros de manera barata y confiable es algo asombroso.
Tim Harford escribe la columna “Economista clandestino” en el diario británico Financial Times. El Servicio Mundial de la BBC transmite la serie 50 Things That Made the Modern Economy. Puedes encontrar más información sobre las fuentes del programa y escuchar todos los episodios o suscribirte al podcast de la serie.
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