El impacto que me causó encontrar mi barrio de la infancia en Lima lleno de rejas

Quizá muchos se identifiquen con esta historia

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Crédito: Pierina Pighi/BBC Mundo

Una señora me dijo que cuidara mi mochila mientras caminaba hace unos días por el barrio de clase media en el que viví de niña: Santa Catalina, en el distrito La Victoria, en Lima. Según ella, alguien me podía robar.

Había vuelto a la zona después de 20 años y la encontré convertida en un área bajo alerta constante. Ahora las seis entradas y salidas de mi cuadra y la siguiente están cerradas con rejas, y algunas de ellas aseguradas con candados, como si alguien quisiera tener presos a los vecinos.

Dos casetas de vigilancia ocupan una esquina cada una y hasta cuatro vigilantes dan vueltas y tocan su silbato cada 10 o 15 minutos. Varias casas protegen su entrada con rejas de barras puntiagudas, cercos eléctricos y cámaras de seguridad, y tienen hasta las ventanas enrejadas.

En una de las casas de la calle vive mi exvecina Caridad, una señora delgada y conversadora que tuvo la iniciativa de cercar la cuadra donde vivimos mi familia y yo entre 1990 y 1999, y el siguiente bloque.

Entrada enrejada a una propiedad
Las entradas de muchas casas en Lima lucen así. Pierina Pighi/BBC Mundo

Cuando nos encontramos en el barrio, me invitó a pasar a la sala de su casa y le pregunté por qué habían puesto tantas rejas.

— A raíz de tantos asaltos, hace unos cinco o seis años. [Había] demasiada inseguridad. Demasiada. Hasta ahora. Había asaltos con armas, con autos, robaban casas. Éramos caseritos (víctimas habituales). Los rateros venían en el día, la noche — me dijo Caridad.

Fierro en medio de una reja
El fierro en el medio cumple la función de impedir el paso de motocicletas, por si algún ladrón quiere usar una para robar… Pierina Pighi/BBC Mundo

La gente se siente insegura, pero no solo en Santa Catalina. Porque no solo Santa Catalina luce así en Lima y no solo Lima luce así en América Latina. Muchos barrios de la capital peruana y del continente, de todos los niveles socioeconómicos, viven detrás de rejas. De rejas que se sienten como las barreras que separan territorios o países distintos.

Pero vuelvo a mi barrio en Lima porque es el lugar donde pasé la niñez, esa etapa en la que uno sentía que la calle —salir a la calle— era sinónimo de independencia de los padres, de libertad. Ahora, 20 años después, las rejas que hacen que muchas calles limeñas parezcan cárceles que encierran gente. Pero encierran, sobre todo, paradojas y razones más complejas que solo el miedo a la delincuencia.

Miedo a los coches bomba

Además de recorrer la Lima cercada, fui a entrevistar a Pablo Vega-Centeno, sociólogo urbano de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), que cree que la multiplicación de rejas se debe en parte a la inseguridad, pero también a causas como el aumento de la densidad de la población, a la necesidad de evitar la presencia de extraños, y la fragmentación de la ciudad.

Pero primero, el profesor, delgado, de cabello frondoso gris, y con lentes de marcos redondos, se remonta hasta los años 80, cuando el grupo marxista-leninista-maoísta Sendero Luminoso (SL) libraba un conflicto armado contra el Estado peruano y solía detonar coches bomba.

Primer plano de un candado
Muchas de las rejas llevan años cerradas con candados y no todos los vecinos tienen las llaves. Pierina Pighi/BBC Mundo

— El miedo a los coches bomba legitimó la práctica de poner barreras sobre la calle (como muros alrededor de las casas) para evitarlos. Antes nadie se atrevía— me explica Vega-Centeno, sentado en una salita de reuniones del edificio de Arquitectura de la PUCP—. Yo diría que fue el primer paso.

— ¿Cuáles fueron los siguientes?— le pregunto.

Extraños

— En el siglo XXI, grandes metrópolis como Lima crecen no solo en extensión, sino también en densidad de población (más gente en menos espacio) y los habitantes de Lima y América Latina no están acostumbrados a vivir en densidad— responde.

Las estadísticas sostienen su idea: a inicios de los 60, Lima tenía 1,6 millones de habitantes. Para 2000, había alcanzado los 6,7 millones. Es decir, la población se había casi quintuplicado en menos de 40 años.

Ahora, menos de 20 años después, ya supera los 9,4 millones. O sea, es cada vez más difícil que un limeño conozca a todos los vecinos o transeúntes de su barrio. O por decirlo al revés, cada vez más fácil que los vea como “extraños” y que quiera aislarse de ellos, según la lógica de Vega-Centeno.

Rejas por ambos lados de la calle
Esta calle de Santa Catalina tiene rejas por los dos lados. Pierina Pighi/BBC Mundo

Una forma de alejarse de ellos sería ponerles rejas que impidan que se acerquen. Como me dijo Mariana Alegre, directora del observatorio Lima Cómo Vamos, en una conversación telefónica, “(las rejas) tienen que ver con la desconfianza a nivel de ciudadanía hacia el ‘otro’, más allá del problema de la inseguridad ciudadana”.

En la casa de mi exvecina Caridad, su esposo, Abel, también habla del aumento de extraños.

— Todo ha cambiado. Antes, todos se conocían—, me dice mi exvecino en la sala de su casa.

— ¿A ustedes los han asaltado alguna vez?—, sigo preguntándoles a él y a Caridad.

Víctimas cercanas

— A Marquitos (hijo de ambos) sí, en la reja. Estaba conversando con un amigo y se bajaron dos con arma y le llevaron todo al amigo— me cuenta Caridad.

La mayoría de las personas con las que hablé en Santa Catalina y otros barrios enrejados de Lima —como zonas de La Molina, de clase alta, y de San Martín de Porres, de clase media-media baja— conocían a alguien que sí: a mi hijo, a un amigo, al amigo de mi hijo, a la señora de enfrente.

Reja con anuncios de alquiler en La Molina
Las rejas también sirven para colgar anuncios… Pierina Pighi/BBC Mundo

Y aunque las cifras de robos en Lima sean las más bajas en siete años, la percepción de inseguridad ha aumentado.

De acuerdo a los datos del Instituto de Estadística e Informática del pasado año, el 28,4% fueron víctima de asalto, y la mitad de los limeños (57,7%) consultados para la encuesta de 2018 de Lima Cómo Vamos dijo sentirse inseguro. Mientras, en 2012 los porcentajes fueron del 41,5% y el 50,7% respectivamente.

Casa extremadamente enrejada en San Martín de Porres
Es común ver casas enrejadas hasta en los balcones y ventanas, como esta de Lima. Pierina Pighi/BBC Mundo

Pero si la delincuencia parece disminuir ¿por qué se mantiene alta la percepción de inseguridad (y las rejas)?

Experiencia urbana

En su oficina de la PUCP, Vega-Centeno me dice que la percepción de inseguridad se explica con los hechos de violencia que ocurren en las grandes metrópolis, pero también por el tiempo y la experiencia directa de los ciudadanos en la calle.

— ¿Qué tanto los vecinos usan intensamente sus calles? Si estoy metido [en casa], no uso las calles, no hay control social de las calles, eso también es un escenario de inseguridad— me explica—. También es cierto que nos informamos más de hechos delictivos, y cuanto menos experiencia urbana tienes, más dependes de esta información de fuera— agrega.

Una reja frente a otra
Es común encontrar rejas en ambos lados de alguna avenida grande, una frente a otra. Pierina Pighi/BBC Mundo

Pero además del aumento de la densidad y los “extraños”, de la percepción de inseguridad y de la poca experiencia urbana, parece haber al menos una razón importante más para enrejarse: Lima y Callao (la provincia portuaria) no tienen un solo alcalde. Tienen 50 (un alcalde por distrito) y de partidos políticos distintos. ¿Cómo se ponen de acuerdo para gobernar una sola ciudad?

Residentes vs transeúntes

—Cada uno gestiona su territorio para los “vecinos” (residentes), no para los “ciudadanos” (o transeúntes) de todo Lima. Entonces el que “reside” se siente con más poder que el que “transita”. Elempoderamiento que tienen los residentes es fortísimo. Esto desemboca en prácticas para evitar la presencia de “extraños” — comenta el profesor Vega-Centeno.

Entonces, si sumamos todos los elementos anteriores más la fragmentación urbana, es altamente probable que construyamos una ciudad enrejada como Lima.

Reja cerrando una calle.
Por si las rejas no le parecen suficientes a los ladrones, les advierten que los están grabando. Pierina Pighi/BBC Mundo

Pero ¿sería posible en algún momento revertir la operación?

— Las rejas pueden salir en la medida en que usemos más los espacios públicos de la ciudad. Pero eso implica cambiar los patrones de urbanización, los estilos de vida. No hay gente en la calle, y ese fenómeno de urbanización de dejar todo abandonado, una urbanización donde no hay uso de la calle, ofrece atractivos para el señor ladrón. Hay mejores condiciones de trabajo. Si no se usan, entonces no hay un control social de las calles (quedan vacías). Eso también es un escenario de inseguridad— opina Vega-Centeno.

Es cierto. ¿Quién no se siente relativamente seguro en una avenida llena de gente? Promover más actividades al aire libre, empujar más gente a la calle pueden ser unos de los primeros pasos para recuperar el espacio público como sinónimo de libertad.


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