El drama de los solicitantes de asilo por vivienda y empleo en Los Ángeles
La falta de un permiso para trabajar durante su proceso de ajuste de su estatus migratorio, les complica su situación
Después de vivir nueve meses con sus cuatro hijos y su hermana en un albergue para personas sin hogar, Jessica Valenzuela Méndez, solicitante de asilo encontró una vivienda de renta en el sur de Los Ángeles.
“Estoy que todavía no me lo creo”, dice emocionada mientras voltea a ver el apartamento de tres recamaras que cuenta con acabados de primera así como refrigeración y calefacción central. El 28 de septiembre se mudaron a su nuevo hogar.
Pero la sonrisa de esta madre, se esfuma preocupada porque no ha podido encontrar un empleo que le permita pagar los 2,600 dólares que cuesta la renta mensual del departamento ubicado en la parte trasera de una casa.
“La organización PATH nos ayudó a encontrar este departamento, pagaron el depósito y la renta de dos meses. Si lo necesitamos, ellos se encargaran del pago por un mes más”, dice Jessica.
PATH making it home, es una organización no lucrativa cuya misión es terminar con el desamparo de personas, familias y comunidad, y que todos tengan un hogar.
Jessica le apuesta a que ella, su hermana y su hija mayor encuentren un empleo que les permita pagar el alquiler.
“El problema es que ninguna de los tres tienen todavía un permiso de trabajo, y eso nos hace las cosas más difíciles”, explica.
Puso un aviso de búsqueda de empleo en una popular publicación de anuncios, pero recibió una respuesta que no esperaba.
“La gente que me respondió, solo me ofrecía empleo en la prostitución”, dice decepcionada.
También se ha encontrado con que mucha gente abusa de la necesidad de empleo que tienen los inmigrantes. “Cuido dos niños de 2 de la tarde a 12 de la noche tres veces a la semana. Me pagan 30 dólares por diez horas. He aceptado porque es mejor eso a nada”, comenta.
Esta madre tiene 36 años, su hermana Gabriela de Paz, 25 años. Su hija mayor Paola cuenta con 19 años; Emanuel, 14 años; Emma, 9 años. Todos son de El Salvador, excepto la bebé Samara de 7 meses que nació en Los Ángeles el 25 de marzo.
Con un embarazo de seis meses, Jessica dejó su país El Salvador y entró con sus hijos a los Estados Unidos el 1 de enero de este año para solicitar asilo político. Después de estar detenida por cuatro días, fue dejada en libertad. Ella y sus hijos vinieron a Los Ángeles donde se quedaron por unos días en la casa de una amiga.
El 10 de enero, su anfitriona los llevó al albergue para desamparados Union Rescue Mission en el Skid Row, el barrio para los sin hogar del centro de Los Ángeles.
“Si no fuera por ese albergue, mis hijos y yo hubiéramos vivido en la calle”, dice.
Una de las razones por las que decidió emigrar hacia Estados Unidos, fue porque el padre de su hija Emma, un ex guerrillero, está en la cárcel acusado de abusar a la menor; y desde ahí le llamaba por teléfono para exigirle que le llevara a la hija que ambos procrearon para verla.
Además el padre de su bebé, Samara había emigrado a los EE UU, meses antes que ella, en busca de una vida mejor.
“Él está detenido por migración en Miami, pero ya lo van a deportar”, cuenta Jessica cuyo sueño era reunirse con el padre de su hija menor; y junto con el resto de su familia, iniciar una nueva vida en EE UU.
Pero pese a que ese sueño de momento ya no es posible, ella está dispuesta a pelear el asilo para ella y sus hijos.
“Para mi es más complicado porque tengo una deportación de 2014. Intenté entrar al país, pero los agentes de migración, me agarraron y me deportaron”, comenta.
El proceso de solicitud de asilo de sus hijos avanza. “Mi hija mayor tiene cita en la corte en marzo de 2021; y mis hijos menores el 13 de enero de 2020”, explica.
Su hermana Gaby quien pasó detenida dos meses en un Centro de Detención del Servicio de Migración y Aduanas (ICE) en Taylor, Texas, no tiene aún fecha de corte.
Otro de los obstáculos que ha encontrado es la falta de asistencia legal.
“Hemos estado solicitando el apoyo legal de CHIRLA (la Coalición por los Derechos de los Inmigrantes); y de Esperanza (Proyecto de Servicios Legales), y estamos esperando que nos digan si pueden representarnos”, externa.
En El Salvador, Jessica se ganaba la vida un pequeño negocio donde vendía pupusas.
“Quisiera ponerme a vender pupusas aquí, pero tampoco quiero infringir ninguna ley”, dice esta madre atrapada, sin saber qué hacer.
Y añade que aún con tantos desafíos por vencer, está muy contenta porque ya tienen un techo; y a diferencia del albergue, aquí pueden tener privacidad.
Pero le quita el sueño no trabajar para pagar el alquiler de esa vivienda que tanto trabajo le ha costado tener.
“El viaje de El Salvador a Los Ángeles ha sido muy difícil para mi familia y para mi sobre todo por haber dejado a mi mamá”, reconoce.
“Hemos pasado por situaciones muy duras, pero Dios ha puesto en nuestro camino personas que nos han ayudado, aunque hay otras que han tratado de tomar ventaja”, comenta.
Sus hijos no pueden ocultar su felicidad por contar con un espacio propio donde vivir. “Por mucho tiempo cuando estábamos en el albergue, me sentí mal por tenerlos viviendo en esas condiciones, pero estoy convencida de que en este país hay más oportunidades para ellos”, externa. Su hijo Emanuel toca el violín y su hija Emma, el chelo.
“Yo salí de El Salvador porque quiero darles una mejor vida y protegerlos de la violencia de mi país”, asegura.
“Estoy consciente de que tenemos que encontrar un empleo, pero estoy confiada en que siempre hay opciones para salir adelante”, dice. Y lanza un llamado a quienes puedan ayudarla a conseguir un empleo a ella, su hija mayor y hermana.