Carlota, quién fue la emperatriz y primera gobernante de México (y qué legado dejó)
Educada para gobernar, la princesa Carlota de Bélgica vio una respuesta a sus deseos de poder en el naciente imperio en México en 1864
Él acabó ejecutado y ella en la locura: la historia del segundo imperio de México tuvo como protagonistas a dos jóvenes europeos que soñaban con el poder y acabaron en la tragedia.
El archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica, se embarcaron en la misión de instaurar un imperio francés en México en el siglo XIX.
La escritora Martha Robles lo califica como “uno de los capítulos más tremendos y surrealistas de la historia de México”, dice a BBC Mundo.
Y en particular Carlota ha sido objeto de múltiples análisis históricos, como el de la investigadora y traductora alemana Susanne Igler.
“Pocos personajes de la historia mexicana, rica de por sí en protagonistas sorprendentes, dramáticos y hasta grotescos, han incitado a tal grado la imaginación colectiva como la mujer que fue por un momento fugaz la emperatriz de México”, señala Igler.
Y es que todo parte de las circunstancias en las que México se transformó en imperio entre 1862 y 1867.
Un grupo de conservadores mexicanos viajó a Europa a buscar un monarca que gobernara a México, luego de que la iglesia católica perdiera muchos de sus poderes tras la Guerra de Reforma (1858-1861) de los liberales.
Encontraron oídos en Napoleón III, el monarca de Francia que, por su parte, tenía deseos expansionistas.
“Desposado desde 1857 con la jovensísima (17 años), inteligente, codiciosa, instruida e hija de Leopoldo I de Bélgica, Maximiliano encontró en la oferta de los mexicanos la ocasión de reinar por sí mismo que el destino le había negado”, explica Robles, autora de “Carlota: falsa emperatriz de México”.
Tras acomodarse todo a su favor, el 10 de abril de 1864, Maximiliano fue coronado con su esposa como emperadores.
La joven princesa belga se convirtió así en Su Real Majestad Imperial, Carlota de México.
La princesa del “cuento de hadas”
María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans nació el 7 de junio de 1840 como princesa, al ser hija del rey Leopoldo I de Bélgica y su esposa, la princesa francesa Luisa María de Orleans.
Su madre falleció cuando la niña tenía 10 años, por lo que quedó bajo la tutela de Antonieta Dionisia de Grimoard, condesa d’Hulst, quien fue fundamental en su formación y aspiraciones.
La única niña de cuatro hermanos recibió la misma educación privilegiada en artes políticas y diplomáticas, idiomas, geografía, filosofía, música, literatura, entre otras.
Desde joven ya mostraba “pasión por la lectura, el arduo interés por cuestiones sociales y políticas”, dice Igler en la biografía “Carlota de México”, donde se la describe como una “princesa de un cuento de hadas”.
A los 16 años, “la princesa más bella de Europa”, como la llamó su padre, provocaba el interés de los jóvenes de la realeza de aquel continente, pero ella se fijó en uno: Maximiliano de Habsburgo, el hermano de Francisco José I, el emperador de Austria.
Seductor, elegante y de rasgos finos, la princesa Carlota “sucumbió a sus encantos”, describe Igler, y ambos se casaron en 1857. La nueva pareja pasó sus primeros años con la poca influyente vida política de quienes no son herederos directos de un trono.
Pero las cosas cambiaron súbitamente para la pareja que vivía en el castillo de Miramar, en el noroeste de la actual Italia.
El llamado “divino”
La búsqueda de un nuevo monarca para México que promovían los conservadores mexicanos llegó a oídos de la pareja en octubre de 1861 de voz del ministro de Exteriores austriaco, el conde de Rechberg.
La idea emocionó a Carlota: “Yo prefiero por mi parte una posición que ofrece actividad y deberes, aun dificultades si queréis, a contemplar el mar desde una roca hasta los setenta años”, le escribió a la condesa d’Hulst, según la correspondencia documentada por Igler.
“Fundar una dinastía y ocuparse del bienestar de un pueblo son grandes tareas”, decía la todavía adolescente al recordar que había sido “educada para reinar”.
Convenció a un dubitativo Maximiliano de asumir la “misión divina” que les había llegado, por lo que se embarcaron a un México ya dominado por los franceses.
La invasión de Napoleón III iniciada en 1861, que tomó Ciudad de México en 1863, allanó el camino para la llegada de los futuros emperadores al puerto de Veracruz, respaldados con 28.000 soldados.
El recibimiento “glacial” a México que causó lágrimas a la joven Carlota pronto quedó atrás al llegar a la capital mexicana.
“El país es muy bonito, los alrededores de México, encantadores. Nunca hace calor ni nunca hace frio; es el clima de los bellos días otoñales. Chapultepec domina uno de los panoramas más bellos del mundo, la capital y los lagos se ven al fondo, la cordillera, todo alrededor y por doquier verdes caminos entre campos de trigo y de maíz”, le contó Carlota a la condesa d’Huslt.
La pareja fue coronada el 10 de abril de 1864 en la Catedral de Ciudad de México.
¿Carlota, la verdadera gobernante?
Luego de jurar por “el bienestar y la prosperidad de la nación, defender su independencia y conservar la integridad de su territorio”, el nuevo emperador era Maximiliano I de México, y su esposa Carlota de México.
“Soy completamente feliz aquí y Maximiliano también, la actividad nos sienta bien. Éramos demasiado jóvenes para no hacer nada”, decía Carlota en una de sus cartas recuperadas.
Sin embargo, la actitud ante la responsabilidad de gobernar un país aún en guerra -por la resistencia del presidente Benito Juárez- fue poco entusiasta por parte de Maximiliano.
“Ella, sin embargo, se encargaría sin tardanza de darle sentido práctico a su presencia en tierra mexicana, lo cual también causaría muchos disgustos debido al arraigado antifemininismo local”, explica Martha Robles a BBC Mundo.
“Ante las veleidades de Maximiliano y sus ausencias constantes del Castillo de Miravalle, como nombraron al de Chapultepec, Carlota no tardó en tomar las riendas del poder”, añade.
El estatuto imperial decía que, en ausencia del emperador Maximiliano, Carlota fungiría como regente a la cabeza del gobierno, lo cual se hizo cada vez más frecuente ante los viajes de su esposo fuera de la capital.
Igler sostiene que Carlota tenía “instinto de mando” y que “superaba en energía y firmeza a Maximiliano en asuntos políticos, lo que es más notable en la primera etapa del imperio, marcada por notables ilustraciones de su genio y habilidad”.
Pero también advierte: “Se creía amada, pero su imperio se basaba en la fuerza de intervención francesa… Un imperio erguido sobre bayonetas francesas“.
¿Qué hizo Carlota por México?
Sussane Igler explica que la joven emperatriz aprovechó que su esposo se iba de viaje, “o a cazar mariposas en el idílico Cuernavaca”, para emprender proyectos sociales, de infraestructura y de caridad.
Decretó la Ley de Instrucción Pública que garantizaba la instrucción primaria gratuita y obligatoria, fundó escuelas y academias.
Emprendió la mejora de los transportes y las comunicaciones, como la vía ferroviaria de Ciudad de México al puerto de Veracruz. Y en la capital abrió el Paseo de la Emperatriz, que posteriormente se convirtió en el Paseo de la Reforma, la avenida más icónica de México.
Limitó el horario laboral y los castigos corporales, así como el trabajo infantil, según la investigación de Igler.
“Están anotados en numerosas memorias que la grafómana redactaba incesantemente, ahí habla de ‘fundar un conservatorio de música y una academia de pintura’ siguiendo el ejemplo de París, Bruselas y Amberes; de ‘saber en qué localidades deben abrirse guarderías y asilos o casas de cuna'”, señala Igler.
En ausencia de Maximiliano, era “bastante autoritaria”, pues “no sometía los asuntos a discusión, sino que presionaba su aprobación”, se quejaba el ministro José Itturiaga.
En el consejo de ministros “se quedaban estupefactos ante una soberana con tantos conocimientos detallados sobre proyectos que ellos ni siquiera habían tomado en cuenta”.
Creó la Junta Protectora de las Clases Menesterosas, que protegía a los indígenas,a los que consideraba “verdaderas figuras de Cooper” por la novela de James Cooper, “El último de los mohicanos” (1827) sobre los nativos americanos.
“Si ella hubiera sido un hombre a la cabeza de un gobierno poderoso, la hubieran considerado el soberano eminente de su era”, dijo en una carta Frederic Hall, consejero de Maximiliano.
“Nosotras, las mujeres, cuando venimos al mundo, parecemos en general entremeses”.
Su ilusorio imperio y triste final
A pesar de sus múltiples emprendimientos, el imperio impuesto en México no tenía cimientos sólidos.
La resistencia de los liberales del presidente Juárez mantuvo abiertos varios frentes contra los franceses, que para 1866 ya comenzaban a retirar sus tropas de México y con ello el vital apoyo al nuevo imperio.
Además, Maximiliano comulgó con las Leyes de Reforma liberales que, entre otras cosas, eliminaban muchos de los privilegios de la Iglesia católica, lo que fue en contra de sus aliados mexicanos.
“Creerse capaz de reinar, y por añadidura salir victorioso en esta tierra, es prueba fehaciente de la ingenuidad de la joven pareja, así como de la imbecilidad moral de la Iglesia y sus huestes conservadores”, sostiene Robles.
Asediado por el avance liberal y con un remanente de fuerzas francesas débil, el emperador fue capturado y ejecutado en Querétaro a los 35 años el 19 de junio de 1867.
Carlota había partido meses antes hacia Europa para exigir el respaldo de Napoleón III y del papa Pio IX, quienes nunca oyeron sus súplicas.
Comenzó a mostrar comportamientos repetitivos, como el mordisqueo de un pañuelo y las uñas, o el mesarse el pelo constantemente, gestos que pronto derivaron en un trastorno mental complejo.
Su camarista Mathilde Doblinger debía cocinar en sus aposentos, incluso matar, pelar y cocinar una gallina si era necesario, explica Igler, además de que solo tomaba aguas de fuentes públicas que ella misma recogía.
“La emperatriz ya casi no dormía, no confiaba en nadie. En todas partes no veía más que envenenadores y veneno”, añade.
Llegó a su vieja morada de Castillo de Miramar en donde fue recluida en un cuarto con barrotes y en donde se le trató con “aislamiento total, agua helada e inmovilización”.
“Había enloquecido a los 26 años y vivió más de dos tercios de su larga vida en las tinieblas“, señala Igler.
Murió en su natal Bélgica a los 86 años, el 19 de enero de 1927.
Se dice que sus últimas palabras fueron: “Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito”.
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