El Chico Raro: crónica de una furia travesti en Nueva York
Arte punk-queer contra la transfobia en la capital mundial del rock

Jei Fabiane, el “Chico Raro". Crédito: Ramiro Antonio Sandoval | Cortesía
NUEVA YORK – Llevaba más de tres meses con la inquietud de escribir algunos pensamientos sobre el Chico Raro. Buscaba un buen ángulo para mi historia cuando la Historia me tomó de la mano para, de una vez por todas, teclear estas palabras y por fin sacarlas de entre pecho y espalda, debo decir, incitado por recientes hechos: el horripilante crimen que acabo con la vida de la chica trans Sara Millerey —sobre el cual ya escribí una nota para el Semanario VOZ, y el estreno del unipersonal «Ay! Días Chiqui!» de José Manuel Freidel. Después del estreno de la obra me senté unos minutos con el Chico Raro para juntos recorrer espacios diversos de su memoria y aquí les comparto notas y acordes del dicho encuentro.
Ese ‘Chico Raro’ se formó como cantante lírico en Bogotá, donde descubrió su talento de contratenor y aprendió a domar las notas agudas con disciplina de orfebre. Hoy, ese registro clásico late bajo la distorsión de su propio estilo «Butch Punk», volcándose en cada riff y cada verso de la Chico Raro Band. También lleva en su currículum la creación de la pieza «La mujer barbuda», su colaboración como Sancho Panza en el Quijote del Teatro SEA, y sus intervenciones como actor y cantante en Tabula RaSa NYC Theater, demostrando que su vocación trasciende cualquier género.
El primer recuerdo que me comparte—mientras repasa sus uñas pintadas de un oscuro intenso—tiene forma de falda y de puñetazo. En una acera bogotana un hombre le preguntó alguna vez, con voz de amenaza, el por qué llevaba esa prenda “de mujer”. «Porque tengo dos piernas», respondió él con la dignidad que lo define. La frase fue seguida de un puñetazo seco y de una certeza que todavía le arde en el pómulo: su cuerpo podía ser, al mismo tiempo, barricada y puente. Esa cicatriz le daría nombre y música a su alter ego escénico: Jei Fabiane, el “Chico Raro”.
Mucho antes del falsete punk que hoy retumba en los clubes neoyorquinos, estuvo el barrio popular de Bogotá donde las rancheras atronaban los domingos. Allí empezaron las burlas que lo llamaban “¡Jeisa!”—eco cruel de un personaje trans llamado ‘Laisa’ famosa en la televisión colombiana de la época—Años después, el vecino que más le hostigó y matoneo reaparecería para confesarle su propia homosexualidad; y allí nació, por contraste, la furiosa balada «Maricas». Reconciliarse con él selló la letra del tema que abre cada concierto de la ‘Chico Raro Band’.
Cuando la mayoría de edad le permitió explorar el centro de la capital, Jei Fabiane descubrió El Parche de la 22. Ese enjambre de bares, teatros y andenes no inventó la resistencia queer, pero concentró sus latidos. Allí surgió una nueva forma de resistencia: la estética de una forma de Furia Travesti—barba, vello en pecho y tacón sobre rímel fosforescente—que viralizó el mensaje: «Nuestra existencia no tenía que circunscribirse dentro del paradigma del momento para ser válida». La frase viajaba en stickers, grafitis y panfletos, y se pegó a la piel de Jei como un segundo nombre. Cuando, a los veinticinco, voló a Nueva York, desempacó aquella Furia de sus maletas; en cuestión de meses se convirtió en su tarjeta de identidad en los sótanos del East Village.

Hoy la banda que lidera—piano, sintetizador, batería y bajo, guiados por su voz de contratenor—hace vibrar locales como Arlene’s Grocery, S.O.B.’s y Pianos, y prepara su descarga para el Punk Island Festival del 8 de junio en Randall’s Island. Pero el nuevo cuartel creativo se llama El Armario, un espacio íntimo en Brooklyn donde ensayan con las ventanas abiertas “para que la rareza ventile”, bromea Jei. Allí mismo, entre teclados y mástiles, montan números de cabaret, ensayan piezas teatrales y a la vez ofrece talleres de técnica vocal.
Su despegue artístico contrasta con los datos que el propio cantante repite al micrófono, porque el escenario también le sirve de tribunal. Solo en 2024, Estados Unidos registró 32 asesinatos de personas trans o género-expansivas, el 84 % mujeres trans negras o latinas, mientras más de medio millar de proyectos de ley anti-LGBTQ se tramitan en parlamentos estatales. En Latinoamérica, 236 crímenes similares estremecieron la región entre octubre 2023 y septiembre 2024, con Brasil y México a la cabeza. Y Colombia—país natal del Chico Raro—acumula 25 homicidios LGBTIQ+ en lo que va de 2025; 15 víctimas eran trans. Entre ellas, Sara Millerey González, asesinada el 8 de abril tras un ataque brutal en Bello, Antioquia. Sus iniciales se proyectan, gigantes, sobre la pared trasera cuando el intérprete eleva el violín en medio de «Pajarxs», oda punk-andina a las identidades no binarias. El público guarda silencio y la pantalla en negro recuerda que siete de cada diez casos en EE. UU. permanecen sin resolver y que la impunidad latinoamericana supera el 90 %.
La obra ¡Ay, Días, ¡Chiqui!, que Jei dirige y protagoniza Estrella Segura, se encuentra en temporada estos días en El Armario y encarna esa estadística: narra las últimas horas de una mujer trans en un entorno que prefiere verla muerta antes que amada. Al final de la función, el artista dedica la pieza “a Sara Millerey González, para que su nombre no vuelva a pronunciarse en pasado.” Yo lo escuché decirlo la noche de la entrevista que origina estas líneas, mientras el aplauso se sentía como un latido colectivo.
Fuera del foco, el Chico Raro presta su voz al National Children’s Chorus – capítulo NY, donde enseña repertorio coral de todo el mundo con niños tan tímidos como él lo fue. «Si les enseño música diversa, entenderán cómo la diferencia suena afinada», comenta. Para otros, reparte teléfonos vitales: la línea de crisis Trans Lifeline (1-877-565-8860) y la asesoría jurídica gratuita del Sylvia Rivera Law Project, que tramita diferentes formas de apoyo para la comunidad diversa, en la misma ciudad donde el encontró refugio.
Toda esa red late detrás de la escenografía cuando la Chico Raro Band pisa el escenario. El set abre con un recitado casi susurrado—“Yo nací raro: el mundo se quedó corto”—y explota en distorsión. Danzan adolescentes queer, parejas hetero y abuelas latinas que han visto a Jei Fabiane en el gran Carnegie Hall, donde este año cantará por tercera vez la gala multicultural de primavera. En esos minutos, la ciudad parece reconciliar sus fracturas.

«Canto mi libertad porque si yo soy libre, tú también lo eres», repite el cantante antes de colgar el micrófono. La frase resume su pequeña teología de resistencia: la libertad es indivisible; negarla a un cuerpo la pone en riesgo para todos. Por eso insiste en borrar fronteras personales y geográficas—del tacón a la bota militar, del barrio bogotano al loft brooklynita—y por eso reclama que surjan más chicos raros: no como cuota exótica, sino como recordatorio de la rareza que cada quien guarda bajo la piel.
Quizá, cuando las luces del Punk Island Festival se apaguen y la brisa del East River huela a asfalto mojado, un joven cualquiera se pruebe una falda frente al espejo y descubra que la rareza no es defecto sino semilla. Tal vez, entonces, narrar asesinatos trans resulte tan obsoleto como hablar de brujas en la hoguera. Hasta que llegue ese día—dice Jei mientras ajusta su blusa dorada—seguiremos afinando violines y sujetando tacones.
Frente a la transfobia, la Furia Travesti ya no cabe en ningún armario; lo ha convertido en escenario.
La información de esta crónica se basa en la entrevista realizada el 26 de abril de 2025 a Jei Fabiane y en datos de Human Rights Campaign, ACLU y Trans Murder Monitoring.
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