Katrina Foster hace historia al convertirse en la primera mujer en ser obispa de la iglesia luterana
El hecho ha marcado un hito para la inclusión y el futuro de esta iglesia
Con la elección de Foster se espera la construcción de una nueva era de la iglesia luterana en NY. Crédito: Shutterstock
La Iglesia Luterana de Nueva York vivirá este fin de semana un momento histórico con la instalación de la reverenda Katrina Foster como obispa del Sínodo Metropolitano de Nueva York, que agrupa a 160 congregaciones en la ciudad, Long Island y 6 condados del área metropolitana.
Foster es la primera mujer y la primera persona gay en ocupar este cargo dentro de la denominación, un hecho que marca un antes y un después para una comunidad religiosa que, como muchas otras, enfrenta desafíos de membresía, relevancia y renovación.
Aun así, ella prefiere restar dramatismo a uno de esos hitos. “Que yo sea lesbiana no es tan interesante”, afirma, en declaraciones recogidas por The New York Times. “No quiero ser un letrero luminoso que diga ‘miren a la lesbiana’. Hay cosas más importantes para enfatizar”.
En cambio, destaca el significado de ser la primera mujer que lidera el sínodo y la importancia de compartir su instalación con el reverendo Yehiel Curry, el primer obispo presidente afroamericano de la Iglesia Evangélica Luterana en América (ELCA, por sus siglas en inglés). “Esas 2 cosas juntas son realmente históricas”, subraya.
La ceremonia se celebrará mañana sábado, 22 de noviembre, en la Catedral de San Juan el Divino, uno de los templos más emblemáticos de Nueva York.
Un estilo pastoral centrado en la comunidad
Foster, de 57 años, ha construido su carrera sobre un estilo pastoral cercano, centrado en la comunidad y orientado a revitalizar parroquias en declive. Su llegada a Nueva York en la década de 1990 coincidió con un momento en que la ciudad contaba con 252 iglesias luteranas, 92 más de las que hay en la actualidad. El descenso refleja una tendencia nacional: la ELCA, como otras denominaciones protestantes históricas, ha perdido miembros y templos en las últimas décadas, producto de cambios demográficos, seculares y culturales.
En ese panorama, Foster destacó por su capacidad para revertir situaciones complejas. Su primer destino, la Iglesia Evangélica de Fordham, en El Bronx, pasó de 20 a 120 miembros bajo su liderazgo. “Conectarse con la gente y con el barrio siempre ha sido clave”, recuerda. Aunque la iglesia finalmente cerró en 2023, durante sus años allí, cimentó una reputación de liderazgo pastoral sólido, inclusivo y eficaz.
Un pasado marcado por la lucha dentro de su propia iglesia
Su historia, sin embargo, también tiene momentos de tensión. Cuando era pastora joven, la ELCA permitía que personas abiertamente gay fueran ordenadas, pero les prohibía estar en una relación del mismo sexo. Foster vivió con la presión de un posible proceso de destitución. “Fue un tiempo duro”, ha dicho en otras ocasiones. Su situación se resolvió a su favor y años más tarde, ella y su pareja pudieron casarse legalmente.
Quien era obispo de Nueva York en ese momento, el reverendo Stephen P. Bouman, dejó claro que no tenía intención de disciplinarla. “Su fe es genuina y la vive de una manera audaz e inclusiva”, dijo. “No tiene miedo de decirle a la gente que ama a Dios y que Dios los ama a ellos”.
Un liderazgo que inspira
Voces del ámbito teológico también destacan su ejemplo. La reverenda Serene Jones, presidenta del Union Theological Seminary, considera que las acciones de Foster son “expresiones de gracia que revelan un profundo compromiso con los pobres y los marginados. Su obra encarna amor, justicia e inclusión”.
Precisamente, ese enfoque será central en su nueva etapa como obispa, en la que deberá acompañar a unos 135 pastores en un territorio diverso que abarca zonas urbanas, suburbanas y comunidades inmigrantes en expansión.
Una de sus prioridades será fortalecer la relación entre la oficina sinodal y las congregaciones locales. “Queremos demostrar que no somos una iglesia encerrada en una oficina”, comenta. “Estaremos en la comunidad, con nuestros pastores y nuestra gente, para construir, reconstruir o fortalecer relaciones”.
Para explicar su visión, Foster regresa al significado de la palabra “sínodo”, que en latín significa “misma senda”. “La meta es caminar juntos”, afirma.
Un mensaje que conecta con nuevas generaciones
Su última estación pastoral, la iglesia St. John’s en Greenpoint, Brooklyn, también vivió transformaciones importantes. Allí, la edad promedio del grupo congregacional pasó de 75 a 35 años, un cambio considerable que refleja la capacidad de Foster para conectar con generaciones más jóvenes.
Parte de esa conexión proviene de su estilo directo y cariñoso al predicar. Durante años, ella terminaba cada sermón con la frase: “Jesús te ama, y yo también”. En algún momento dejó de hacerlo, pensando que podía sonar cursi, hasta que integrantes jóvenes de la iglesia le pidieron recuperarla. “Nos dijeron: ‘Por favor, queremos escucharlo'”, recuerda.
Ese pedido le reveló algo fundamental: en un mundo saturado de comparaciones, presiones económicas, ansiedad social y soledad, especialmente entre los jóvenes, escuchar un mensaje sencillo de aceptación puede marcar la diferencia. “La gente recibe muchos mensajes de que no es suficiente, de que les falta algo”, afirma. “Si esas palabras ayudan a contrarrestar ese ruido, entonces vale la pena decirlas”.
Foster asegura que no dejará de repetirlo ahora que es obispa. “Siempre terminaré diciendo: ‘Jesús te ama, y yo también’. Puede que sea lo único que alguien escuche ese día. Y es suficiente”.
Con su llegada al liderazgo luterano de Nueva York, Foster no solo abre un nuevo capítulo personal, sino también institucional. Su mandato representará una prueba de cómo las iglesias pueden adaptarse, abrirse y reconstruirse en una ciudad que cambia constantemente. Pero si algo ha dejado claro es que caminar con otros, con pastores, con fieles, con comunidades enteras, será su brújula en este nuevo camino compartido.
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