“Llegó la hora del contraataque”: por qué los zapatistas le apuestan ahora a la política
Impulsados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, los indígenas de México eligen a una vocera y aspirante a las elecciones presidenciales del próximo año
Magdalena García recuerda sin rencor cuando le decía a sus hijos que no hablaran su lengua para no ser discriminados y cuenta que tenía que dejar su vestimenta tradicional para evitar burlas. “Antes les dábamos asco, se hacían a un lado porque pensaban que les íbamos a contagiar bichos o algo así, no nos trataban como seres humanos”, explica esta indígena mazahua.
Ahora es una mujer orgullosa. A sus nietos les habla de lo importante que es conservar su lengua y ya no esconde su vestido amarillo ni su collar de cuentas rojas. Ni puede disimular que a los 59 años los pliegues de su piel y los pelos plateados que se mezclan en su frondosa cabellera negra evidencian una vida sufrida.
Considerada en su momento por Amnistía Internacional como “presa de conciencia” , estuvo encarcelada 550 días injustamente acusada de secuestro cuando en realidad el día en que la detuvieron, en medio de la represión policial de Atenco de 2006, estaba vendiendo verduras en la calle.
Podría hablar con odio del pasado. Pero en su voz, tranquila y poderosa, no hay rastro de revancha y elige ver el futuro con optimismo.
Jamás soñó que los más de 10 millones de indígenas mexicanos —poco más del 8% de la población— tengan una posible candidata a la Presidencia en las elecciones del año próximo, una nueva ofensiva surgida del corazón del zapatismo. “Se está empezando apenas”, dice, “falta mucho trabajo”.
Habla con BBC Mundo mientras se desarrolla el Sexto Congreso Nacional Indígena, en San Cristóbal de las Casas (Chiapas). Allí el domingo se decidió que María de Jesús Patricio Martínez, una médica tradicional de 57 años conocida como “Marichuy”, sea la vocera del recién instalado Concejo Indígena de Gobierno.
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García espera que la aspirante presidencial —cuyo primer desafío es alcanzar casi un millón de firmas distribuidas en, al menos, 17 entidades federativas, para participar en los comicios— pueda “robar un poquito de cámara para que nos alumbre” porque “ya nadie nos quiere ver, nadie nos quiere escuchar, nadie quiere saber de nosotros”.
“De una manera u otra”, dice resumiendo el sentir de los indígenas mexicanos, “buscan desaparecernos definitivamente”.
En algunos aspectos, García y los demás indígenas mexicanos han avanzado desde que el Subcomandante Marcos no sólo logró cautivar fumando pipa a través de un pasamontañas sino que consiguió algo más complicado: visibilizar el drama de los pueblos originarios de México.
Los más desprotegidos, marginados y pobres del país vieron una esperanza en la guerra que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) le declaró al Estado mexicano el primer día de 1994.
A 23 años de ese inimaginable levantamiento, los indígenas mexicanos siguen siendo los más pobres, marginados y desprotegidos de México , pero para los zapatistas llegó el momento de otro movimiento inesperado. Un sector que ha rechazado los procesos electorales y los partidos políticos impulsa ahora a una candidata del indigenismo a las presidenciales.
La idea surgió del EZLN y fue aceptada por el CNI, pese a que les sonó “descabellada y en apariencia incongruente”, y se tomó no sin que antes se contemplaran otras opciones.
“Tomar las armas”, admite Carlos González, miembro de la coordinación general del Congreso y uno de sus voceros. “La desecharon por sangrienta, no nos gusta. Se propuso por algunas comunidades pero se descarta porque no la queremos”, le dice a BBC Mundo.
Ni el más ferviente indigenista y zapatista ve a “Marichuy” ocupando la Presidencia y González, su esposo, no descarta que si la iniciativa no logra visibilizar y solucionar la problemática indígena se dé un levantamiento armado.
“Eso está latente en cualquier momento”, reconoce, “y más allá de las comunidades indígenas, la situación de desigualdad es gravísima, la situación de violencia y corrupción es pavorosa”.
La eventual candidatura, señala la vocera, “es con el fin de no tanto trabajar en la cuestión de llevar votos, de ir a sentarnos allá en la silla maliciada” y que más que una campaña electoral harán campaña por la vida, por la “reconstitución de los pueblos”.
Su marido es un poco menos diplomático: “Nosotros nos queremos colar en esa fiesta para echarla a perder, para decir que son una mierda, para decir que esa elección no sirve para nada , pero queremos aprovechar ese espacio porque no tenemos otro, estamos en una situación de guerra”.
González no sólo se refiere a la violencia del crimen organizado, que ha dejado más de 100.000 muertos y 30.000 desaparecidos en la última década, sino también al “exterminio” de los pueblos originarios, la desaparición de lenguas y la irrupción de proyectos mineros en tierras indígenas.
“Ahorita tenemos que buscar una forma para seguir existiendo, no solamente los pueblos”, agrega Patricio Martínez, “para invitar a la sociedad civil a que también unamos los esfuerzos y podamos destruir este sistema que nos está acabando a todos”.
Perteneciente a la etnia nahua de Jalisco, fue elegida por 58 pueblos indígenas reunidos en un congreso que convocó a más de 3.000 personas entre delegados, concejales, invitados y asistentes, que durante tres días debatieron sobre una propuesta lanzada en octubre pasado.
La comandancia asegura que lo de impulsar a una candidata indígena es “tan grande, o más, que el primero de enero de 1994” . ¿Y por qué a través del Congreso Nacional Indígena? “Porque son los únicos que pueden hacer lo que nosotros no podemos”, ha dicho el Subcomandante Moisés, líder del EZLN, “les dijimos que hicieran algo, lo que fuera”.
Incluso la primera opción que le presentaron al CNI fue apoyar a Morena, el partido del líder izquierdista Andrés Manuel López Obrador. “O que entraran a cualquier otro partido político. O que hicieran su propio partido político”, se lee en un documento zapatista de noviembre pasado, “que en todo eso no los íbamos a seguir, pero íbamos a comprender por qué lo hacían y no tendrían, de parte nuestra, ni juicios ni condenas”.
“No fuimos a la guerra para matar ni para que nos maten”
Chiapas es una región de mayoría indígena del sur del país donde tres cuartas partes de la población viven en la pobreza, igual que dos décadas atrás. Es un estado de vegetación exuberante y profundas desigualdades, el más indígena, el más pobre, el más analfabeto.
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La rebelión zapatista de 1994, lanzada el día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), dejó más de 100 muertos pero no sirvió para resolver el olvido de México hacia los indígenas ni el atraso chiapaneco, bastión del EZLN que tras ella controla un cuarto de los municipios.
Marcos, ahora llamado Galeano y ya no al frente del zapatismo pero sí líder espiritual, atrapó mentes y corazones con su pluma ilustrada, elocuente y picante.
El hijo del dueño de una mueblería había dejado el Golfo de México para internarse en la selva de la frontera con Guatemala, taparse la cara y liderar un ejército indígena que atrajo a jóvenes, intelectuales e izquierdistas dentro y fuera del país. Los comunicados del EZLN se siguen traduciendo al inglés, francés, italiano, alemán, portugués y ruso.
Marcos, de 59 años, se retiró hace tres años para dar paso al Subcomandante Moisés, uno de los primeros líderes indígenas formado bajo la doctrina zapatista, pero sigue allí.
“Nuestra especialidad es esperar y resistir”, le dijo a la BBC en 2001. Y allí sigue. Este fin de semana estaba en el congreso con su pipa y su pasamontañas, sin el protagonismo de antaño pero rodeado de la mística de siempre.
“No fuimos a la guerra para matar ni para que nos maten”, decía Marcos en febrero de 1994, “fuimos para hacernos oír”.
Siendo un hombre que en público habló poco, no deja de ser extraordinario y revelador que en su lucha se peleara más con palabras que con unas armas que mantienen pero que silenciaron en cuestión de días. El zapatismo siempre supo hablar con símbolos.
No pasó desapercibido que sus miembros se quedaran la mayor parte del congreso sentados, encapuchados y callados en el fondo del auditorio .
Fuera hay cientos de personas, indígenas y no indígenas, mexicanos y no mexicanos. Todos rodeados de la parafernalia revolucionaria.
Hay carteles de “Nunca más un México sin nosotros”, libros con títulos como “Ser radical en el siglo XXI” o “Educación, Autonomía y Guerrilla en Kurdistán”. Hay camisetas de Marcos, de Zapata y del Che.
Hay DVDs sobre el asesinato de Trotsky, el autismo y uno llamado “Construyendo alternativas al capitalismo”. Hay camisetas con citas de Virginia Woolf, Gandhi y del EZLN. Hay más camisetas de Marcos, y otra que dice que “El gobierno roba, el Ejército mata y la prensa miente, ¿y tú? ¡Despierta! Chingada madre”.
Hay imágenes con la frase “We need to do more than just what is right, we need to join together and right what is wrong” (Tenemos que hacer algo más que lo que es correcto, tenemos que unirnos y corregir lo que está mal).
Hay un cartel que dice que “La solidaridad es nuestro derecho”. Y hay mucha gente con esperanza.
“¿Estamos diciendo que la política no sirve?”
A menos de 5 kilómetros de donde se desarrolló el congreso se encuentra la Catedral de San Cristóbal de las Casas. Allí comenzaron las negociaciones entre los zapatistas y autoridades pocas semanas después del alzamiento en 1994 y el alto el fuego que declaró el gobierno.
El EZLN pedía, entre otras cosas, el fin de la discriminación de los indígenas, hospitales, doctores y medicinas, viviendas para las comunidades rurales con “las ventajas de la ciudad como televisión, estufa, refrigerador, lavadora”, una radio indígena, clínicas de partos con ginecólogos, la revisión del TLCAN y una elección “verdaderamente libre y democrática”.
El gobierno prometió nuevos derechos y protecciones, cambios en el sistema político chiapaneco, reformas y programas sociales.
El Partido de la Revolución Institucional (PRI) llevaba en ese entonces 65 años en el poder. Perdería la Presidencia por primera vez en el 2000 tras una campaña en la quien a la postre sería el primer presidente de la alternancia, Vicente Fox, prometió resolver el conflicto en Chiapas en “15 minutos”.
Es 2017 y en el sur de México las cosas todavía no están resueltas.
Hubo una esperanza en febrero de 1996 al lograrse los Acuerdos de San Andrés. Los puntos principales implicaban reconocer a los pueblos indígenas en la Constitución, su derecho a la libre determinación, ampliar su participación y representación políticas, reconocer en la legislación a las comunidades como entidades de derecho público, su derecho a asociarse libremente y recibir la transferencia de recursos públicos para administrarlos.
Era un pacto social de proporciones para modificar la relación entre el Estado y los indígenas. Y el gobierno no cumplió su parte.
Pasaron los años y el zapatismo todavía deslumbraba a unos cuantos fuera y dentro. La Marcha del Color de la Tierra en 2001, que el EZLN realizó para exigir el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, culminó con más de un millón de personas aclamando a Marcos en El Zócalo de la capital, entre ellas Danielle Miterrand, José Saramago y Alain Touraine.
Ese año los zapatistas hablaron en una histórica sesión en el congreso donde abogaron por la aprobación de una ley para defender sus derechos y se mostraron abiertos al diálogo. Marcos, sorpresivamente, no fue.
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“¿Estamos diciendo que la política no sirve? No, lo que queremos decir es que ESA política no sirve. Y no sirve porque no toma en cuenta al pueblo, no lo escucha, no le hace caso, nomás se le acerca cuando hay elecciones”: así se pronunciaba el EZLN en junio de 2005.
Esa Sexta Declaración de la Selva Lacandona dio pie al año siguiente a La Otra Campaña, una iniciativa que buscaba construir una nueva forma de hacer política y llevó a Marcos a recorrer el país.
Dejó su caballo Lucero en Chiapas y tomó su moto Sombraluz, donde llevaba a su pollo Pingüino. En alguna ocasión se cayó de ella y también del pedestal donde lo tenían muchos. La prensa mexicana se mofó, lo acusaron de imitar al Che y un diario tituló: “¿Pidió pizzas? No, es Marcos?”.
En el zapatismo aseguran que esa “Otra Campaña” evidencia que lo de ahora no debe ser visto como una incursión en política, sino más bien un ir y venir. El proyecto alternativo, explican, no es nuevo y se mantiene que el EZLN no lucha para tomar el poder.
Por el momento descartan que Galeano o Moisés irrumpan en la campaña a favor de “Marichuy”, y que los zapatistas como tal siquiera firmen para conseguir el registro porque carecen de credencial de elector.
González asegura que el EZLN “de alguna manera pone en juego su prestigio para volcarlo a fortalecer la propuesta” y reconoce que meterse en la carrera electoral “puede resultar contradictorio” pero se da en medio de una “situación de alerta para nuestros pueblos”. “Nos están desapareciendo”, apunta, “y queremos visibilizar la lucha indígena”.
La comandancia del EZLN le ha dicho a los indígenas mexicanos que no importa alcanzar la Presidencia, sino “el desafío, la irreverencia, la insumisión” , que “su atrevimiento cimbraría al sistema político entero” y que “no se preocuparan si no saben hablar bien español. Que el Peña Nieto tampoco sabe y ahí está”.
“Esperamos que esto cambie la consciencia de la sociedad civil y del mundo” , le dice a BBC Mundo Abundio Rivera, otomí y delegado del CNI, “es tanto lo que ya nos han quitado, que nos han quitado también el miedo. Estamos dispuestos a defender nuestros recursos, nuestro territorio y nuestra cultura”.
En el zapatismo se utiliza desde hace unos años una frase que tras este fin de semana cobra otro sentido: “Nuestros sueños no caben en sus urnas”.
Un grupo que ha sabido adaptarse a circunstancias cambiantes y sobrevivir tomó un camino inesperado. Es un ejército que vuelve a marchar. “Pensamos que es el momento de pasar a la ofensiva”, señala Galeano, “llegó la hora del contraataque. Y hay que empezar golpeando uno de los corazones del sistema: la política de arriba”.
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