Un deber humano
La caridad con los pobres también es necesaria en los países ricos
Benoit al grano
En las mañanas el hombre, rubio y ojizarco, exhibe en un semáforo de Miami un letrero mal escrito donde dice que sus hijos tienen hambre. La mayoría de los choferes lo ignoran y hasta lo miran con desdén, sentados en sus lujosos autos, aunque él es un veterano de guerra, por lo cual, supuestamente, los estadounidenses se sienten orgullosos.
Varias veces intenté darle algo, pero el semáforo cambiaba de rojo a verde y el pretexto de que la velocidad con que se vive hoy día no da tiempo a consideraciones, me lo recordaban las bocinas de los carros detrás de mi, hasta que un día recordé que la caridad merece esfuerzo, detuve el tráfico y le entregué la limosna aunque los otros se molestaran.
Días antes, en una gasolinera, se acercó un afroamericano con aspecto digno. Su rostro mostraba una triste expresión, mientras, a pocos metros, otro negro de mayor edad lo esperaba sentado en el andén, sujetando una caja de herramientas.
No entendí claramente su solicitud, pero al terminar de llenar el tanque de mi vehículo, le pedí a mi esposa que le preguntara a los dos hombres qué necesitaban. Tan solo requerían unas monedas para completar el pasaje de autobús. Presumimos que la urgencia era porque no llegarían a tiempo a una cita laboral.
La indolencia es un mal endémico y con frecuencia se disfraza de intolerancia. Es más cómodo juzgar que los limosneros piden dinero para drogarse que desembolsar una donación. La gente se lava las manos con jabón de indiferencia e ignora lo que sufre el prójimo.
Lo asombroso es que la necesidad puede estar frente a los ojos y no la ven por esa insensibilidad latente en los espíritus. No solo me refiero a la miseria manifiesta que sufren los pueblos latinoamericanos, sino a la pobreza que ahora también padecen millones de personas, quienes en los últimos años vieron esfumarse los esfuerzos de su trabajo, a causa de la codicia de banqueros, dirigentes y empresarios.
A raíz de la crisis financiera llegaron las necesidades básicas a la clase media y en ciertos casos a la clase alta, a quienes algunos, por ser de “estatus distinto”, les llaman personas o familias vergonzantes. Suena feo, pero no se escandalicen. Vergonzante es una palabra usada para referirse a quienes sienten vergüenza por su condición de pobreza y prefieren ocultarse o disimularla.
No deberían humillarse por la situación de infortunio. Los pobres no padecen ese mal porque la penuria los rodea siempre.
La verdadera vergüenza que deberían abrigar los seres humanos es la pobreza de espíritu y la soberbia. Sientan pena por no ser compasivos y bondadosos. No juzguen a los pobres como pecadores, cuando lo son quienes ignoran y desprecian al necesitado.
Hagan propósitos en este año 2013: Ser caritativos comenzando en casa; ser generosos con la familia y los parientes cercanos; hacer el bien sin mirar a quien y recordar, a cada instante, que la caridad es un deber humano.