Repartidores de volantes en Queens callan abuso laboral
El activista Virgilio Aran urgió una legislación que proteja a los distribuidores de publicidad, ya que a muchos de éstos les roban el salario
Nueva York — Bajo el estruendo del tren siete, la colombiana Margarita Gómez (56) pregona a todo pulmón los servicios de una joyería en Elmhurst. La mujer tiene el rostro enrojecido por el frío, pero no se detiene en la entrega de volantes bajo el ojo vigilante de su empleador.
Durante ocho horas, de pie en la esquina de la calle 74 y la Avenida Roosevelt, Gómez sonríe y anima a posibles clientes a vender su oro viejo. Algunos la ignoran, otros toman el panfleto sin mayor interés y lo depositan en botes de basura cercanos.
“En las agencias de empleo me dijeron que nadie contrata mujeres de mi edad, que los empleadores las quieren jovencitas”, se lamentó. “Hace años cuidaba hasta de seis niños, pero crecieron. Se acabó el trabajo para mí y también la esperanza de hallar algo mejor”.
Gómez, residente en Brooklyn, dice estar contenta con su actual empleo y asegura que le pagan $8 la hora y le ofrecen una hora de almuerzo, pero no siempre las condiciones laborales fueron tan buenas.
“Mi primer trabajo repartiendo publicidad fue la experiencia más terrible”, comentó Gómez, sin desatender la distribución de flyers. “Me daban $6 y me descontaban las horas de comida. Trabajé dos semanas hasta diez horas diarias por una paga de menos de $300”.
Su antiguo empleador contaba los diez minutos que usaba para acudir al baño, y al final de la semana le descontaba el tiempo, que calculaba en una hora y media, de su paga.
Margarita cuenta que soporta las gélidas temperaturas por su hija de 18 años, quien ingresó recientemente a la Universidad de Syracuse con una beca; sin embargo, los gastos de alquiler superan su presupuesto.
“Mi muchacha me dice que en cuatro años, cuando se gradúe, me tendrá como una reina. Que mi Dios la escuche”.
Gómez, quien tiene cerca de un año repartiendo publicidad, destacó que las quejas de abuso laboral entre distribuidores son comunes a lo largo de la Avenida Roosevelt, pero pocos hablan por temor a perder el único empleo que les permite sobrevivir.
“Nadie nos defiende, nadie nos escucha”, sentenció.
Desde la calle 82 hasta la 103, varios latinos pregonan los servicios de negocios locales y ofrecen volantes y tarjetas, pero pocos se siente confiados en contar su historia. Es el caso de una mexicana que se identificó como Guadalupe (38), quien se negó a ser fotografiada. La inmigrante lleva seis años distribuyendo publicidad para una escuela de inglés en Jackson Heights.
“Cuando hay tormenta de nieve no salimos a trabajar, pero no nos pagan ese día. Los patrones alegan que no son Dios para controlar el clima, pero yo también como en días de frío”, dijo la mujer con una sonrisa tímida. “Este invierno es el más duro en años”.
Guadalupe destacó que la paga es digna, pero lamentó no tener días de enfermedad con sueldo.
“Este trabajo es el primero que encontré al llegar de mis país. En mi condición no tengo muchas opciones, ni ganas de quejarme. Me ayuda a pagar la renta”.
El dominicano Virgilio Aran, activista que emprendió la exitosa campaña por justicia laboral en la cadena Hot & Crusty, destacó la urgencia de una legislación que proteja a los distribuidores de publicidad del abuso y el robo de salario.
Aran, fundador de la organización Laundry Workers Center United (LWCU), enfatizó que muchos de sus 262 miembros reportaron experiencias negativas como repartidores de volantes.
“Para inmigrantes recientes se trata del empleo más fácil de conseguir y el desconocimiento del sistema los hace más vulnerables ante el abuso”, apuntó. “Sabemos de casos en los que el trabajador recibe menos del salario mínimo y no se le compensa por horas extra“.
En 1996, Aran experimentó las malas condiciones laborales en la industria. Con 18 años y recién llegado de la República Dominicana, la distribución de volantes se convirtió en una pesadilla.
“Me asignaban la distribución de 500 panfletos por día. Las jornadas en Junction Boulevard eran de hasta diez horas por menos del salario mínimo“, indicó. “Está claro que las condiciones no han mejorado para muchos desde entonces”.