Factor Xiomara Castro
La disputa por la soberania en la Isla Conejo distrae la atención en Honduras y El Salvador
Las Américas
El libreto es simple: neutralizar el “efecto Xiomara Castro” para que no gane las próximas elecciones presidenciales el domingo 24 de noviembre.
La esposa del expresidente Manuel “Mel” Zelaya surgió como una de las voces de la sociedad civil hondureña más valientes y representativas, que protestaron contra el Golpe de Estado perpetrado por la Asamblea Legislativa y el Ejército hondureño hace cuatro años.
Xiomara Castro goza desde entonces de una gran popularidad en el país, con una tendencia ascendente, y lidera las encuestas de intención de voto.
El trasfondo diversionista tiene orígenes históricos: se trata del actual contencioso entre El Salvador y Honduras por la soberanía sobre la Isla Conejo, ubicada en el Golfo de Fonseca, que ha tomado tintes de rearme militar con la adquisición por parte del Estado salvadoreño de 10 aviones tipo A-37 “Dragonfly” a Chile por un costo de unos 8.5 millones de dólares.
Estos aviones, cuya función es atacar objetivos terrestres, comprados a precio de saldo a la Fuerza Aérea chilena, difícilmente podrán competir con los F-5 hondureños, que son supersónicos y tienen capacidad para derribar naves en vuelo abierto.
Un gasto inútil para un paupérrimo país, detrás del cual evidentemente hay ganancias y comisiones para los intermediarios.
Esta disputa de soberanía es tansolo una excusa para desviar la atención del auge y las posibilidades de victoria que tienen dos partidos totalmente ajenos al establishment: el Partido LIBRE y el Partido Anticorrupción (PAC).
La Isla Conejo siempre fue jurisdicción salvadoreña, pero fue entregada por los militares salvadoreños al Ejército de Honduras en la década de los ochenta, para operativizar labores de contrainsurgencia y ante el pánico de los militares salvadoreños de que fuese usada como base de trasiego de armas de la Nicaragua sandinista a las fuerzas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Xiomara Castro ha logrado imponer su personalidad y carisma a la contienda electoral. Su esposo, Mel Zelaya, fue depuesto mediante un golpe de Estado orquestado por sectores de la oligarquía hondureña y salvadoreña en alianza con el Ejército de Honduras y con el visto bueno del Departamento de Estado de los EEUU.
Con su candidatura ha logrado romper la argolla de hierro de los partidos tradicionales, fenómeno explicable por la descomposición y corrupción de los tradicionales partidos y su clase política.
Este país, uno de los más pobres del mundo, que debe su nombre a un cuasi exabrupto del “Descubridor” de América, Cristóbal Colón –—”Gracias a Dios que llegamos a estas honduras”—, del cual algunos sociólogos explican que no tiene ni siquiera una burguesía formada, sino más bien una oligarquía terrateniente-feudal que vive de las migajas que las transnacionales bananeras le arrojan.
Es además un coto privado de la clase militar, con gran presencia en la agenda política.
Ante el peligro que representa Xiomara Castro, las estructuras de dominio así como los poderes fácticos sacan a relucir la amenaza del “invasor salvadoreño”, en un islote que siempre ha pertenecido a El Salvador, con las fotos de rigor de los candidatos conservadores izando la bandera hondureña clavada en la Isla Conejo. Todo ello con las oscuras intenciones de dividir dos pueblos que siempre han sido hermanos y cuya historia y tragedia es idéntica.
Mediante este diversionismo ideológico las elites gobernantes azuzan a la población con un patrioterismo de baja ralea, con el objetivo de distraer la atención sobre el desarrollo de la campaña electoral y de posicionar a las Fuerzas Armadas como el árbitro de la situación política, dado caso sea necesario realizar otro “golpe de Estado técnico”, esta vez para arrebatar el triunfo a la candidata del partido LIBRE.
Lo que la clase política en descomposición, que mantiene a Honduras en un modelo económico excluyente que condena a la pobreza y a condiciones de vida infrahumanas a buena parte de la población, no ha comprendido que ha llegado, al igual que en El Salvador, un momento decisivo en el cual es necesario hacer virajes históricos, sociales y económicos.
De ello ha tomado nota el Departamento de Estado, y Estados Unidos, que ve a Centroamérica, especialmente al triángulo del Norte, no solo como su patio trasero sino como una zona geopolítica de interés para su seguridad nacional, tendría que apoyar un posible pacto democrático que facilite la llegada del Partido LIBRE y su candidata, al poder en Honduras.