Un estado fallido en el Caribe
Recientemente estuve en mi país, República Dominicana, allí permanecí el tiempo suficiente para comprobar que son ciertas las informaciones que nos llegan acerca del caos y el desorden que impera en nuestra patria, para el ciudadano común que lo visita para divertirse y pasear, todo está bien “es el mejor país del mundo”, para el que lo observa desde una óptica crítica choca con una realidad que produce estupor, y llega a la conclusión de que si no es un estado fallido cualquier parecido es pura casualidad.
Nadie respeta las instituciones porque éstas han perdido credibilidad, República Dominicana parece un país acéfalo donde no hay gobierno ni quien haga respetar las leyes y donde cada quien hace lo que le da la gana y nada sucede. La gente está desesperada, nadie se siente seguro, pero tampoco tiene quien lo defienda. La delincuencia y el narcotráfico han copado casi todos los estamentos de la sociedad.
Los 32 mil policías destinados a proteger la población están asignados a los políticos y los ricos, los que no, se dedican a atracar y cobrarles peajes a los narcotraficantes, es raro ver un policía patrullando las calles del país.
Con sus excepciones desde el más sencillo ciudadano hasta el más encumbrado funcionario público legisladores, jueces y hasta los mandos militares oficiales y subalternos son sospechosos de estar ligados al narcotráfico, son frecuentes los casos en que se ven involucrados miembros de las fuerzas armadas en asuntos de drogas y frecuente es que un juez ponga en libertad o dicte una sentencia benigna a un confeso narcotraficante.
La calidad de vida y los valores del dominicano se han ido deteriorando progresivamente en los últimos años, para los que están en el poder todo está bien, “este es el gobierno más transparente del mundo”, aunque en las últimas elecciones de medio término se gastaron una millonada comprando conciencia para obtener una mayoría aplastante en el Congreso y avasallar la oposición, convirtiendo ese poder del estado en una dependencia del ejecutivo. La etiqueta de ese gobierno son los grandes escándalos de corrupción, la impunidad, el clientelismo y el tráfico de influencia, y hay quienes los catalogan de narco estado.