Un curioso que viaja por la ruta correcta

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Crédito: Fotos Cortesía Roadmonkey

Una semana pedalea con su bicicleta por Tây Nguyên, las tierras centrales y montañosas de Vietnam; al mes siguiente –como para darle un respiro a sus piernas– son sus brazos los que pone a prueba haciendo rafting contra el turbulento río Apurimac en Perú y al poco tiempo lanza su caña al Mar Caribe en Icacos, Puerto Rico, para, con algo de suerte, conseguir su cena.

Curioso, intrépido, explorador nato y alérgico a la rutina, Paul Von Zielbauer, 45, es una especie de Marco Polo del siglo XXI; un particular trotamundos que recorre el globo registrando con su cámara paisajes que quitan el aliento y que además se preocupa por mejorar de alguna forma las comunidades adonde viaja, dejando una huella permanente en aquellos a los que visita y en él mismo.

“Desde joven mochileando por Europa y Asia me di cuenta que es posible viajar sin ser turista; sin esclavizarse a una guía que te marca dónde y cuándo debes ir aquí o allá. Lo más genuino es pasar tiempo con la gente del lugar; sumergirse, aunque sea por unos días, en su realidad”.

La conclusión de esas primeras exploraciones fue contundente: en el mundo hay tanta belleza como necesidad. ¿Sería factible hacer algo que permitiese admirar lo primero y poner manos a la obra para solucionar lo segundo?

Se respondió a sí mismo con Roadmonkey, una propuesta que fundó en el 2008 y que amalgama estas dos cosas que lo motivan: viajar y ayudar.

“En cada una de las expediciones terminamos arremangándonos y poniendo el cuerpo para hacer algo por determinada comunidad. O construimos una sala de lectura en un barrio humilde donde nunca antes vieron una biblioteca, o levantamos una plaza con columpios, resbaladeras y subibajas en un paraje en medio de la nada para los niños del lugar o ayudamos a mu- jeres artesanas del Valle de Patacancha a hacer su propio taller de tintura para sus tejidos, como hicimos hace poco en Perú”.

Si bien es deseable que quienes se apunten a las travesías de Roadmonkey cuenten con cierto estado físico Paul asegura que no es necesario ser un deportista ni tampoco un albañil experto en demoliciones y en mezclar cemento. Pero hay un requisito indispensable: compartir la filosofía del fundador de que aventura y filantropía van de la mano.

“Los que se suman se comprometen a las dos partes”, sostiene. “Viajamos un máximo de 11 personas y son los propios viajeros los que financian los proyectos filantrópicos”, explica Paul vía Skype recién llegado de Phu Quoc, una isla en el Golfo de Tailandia. “Cada uno es responsable de recaudar al menos 500 dólares entre sus amigos, familiares, Facebook o twitter y con esa donación de entre 5,000 y 10,000 realizamos las distintas obras”.

Parte fundamental de Roadmonkey –tan vital como los propios exploradores– son las organizaciones comunitarias con quienes Paul establece alianzas. “Son agrupaciones pequeñas pero sumamente confiables que conocen a fondo las necesidades reales de la gente local”, afirma Paul.

“Ellos me dicen si hace falta con urgencia un comedor escolar en un suburbio de Buenos Aires o si en San José de Cusmapa –en la frontera entre Nicaragua y Honduras– necesitan un jardín donde sembrar vegetales y frutas que luego puedan vender para generar ingresos. También ellos proveen todos los materiales de construcción y los voluntarios que nos ayudan a empezar y finalizar cada obra”.

Nació en Aurora, Illinois y su temperamento cuestionador y personalidad preguntona lo inclinaron por el periodismo, disciplina que estudió en la Universidad de Columbia. Vivió un tiempo en Berlín, su pasaporte tiene más sellos de visados que páginas y él más celulares que James Bond, con estrafalarios códigos internacionales que lo mantienen siempre comunicado.

Al momento de crear Roadmonkey todavía trabajaba en el New York Times donde tuvo el ‘dream job’ para cualquier periodista cubriendo durante una década –de 1999 a 2009– la situación en las cárceles neoyorquinas, los tejes y manejes del aparato militar y hasta la invasión en Irak como corresponsal desde Bagdad. “A la larga, confiesa, hasta ese trabajo que suena tan glamoroso y excitante se vuelve simplemente eso, un trabajo, donde tienes que presentarte todos los días y lidiar con editores con los que no estás de acuerdo y, en definitiva, resignarte a no ser tan feliz. Cuando llegué a ese punto me animé a obligarme a cambiar”.

De ese hartazgo y de sumar los días que le quedaban de vacaciones y ausencias por enfermedad salió la primera expedición a Vietnam. “Se anotaron once personas y recorrimos en bicicleta el noroeste del país. Luego, los últimos cuatro días, construimos juegos para niños con VIH en un orfanato que funciona dentro de una prisión cerca de Hanoi”.

Desde allí no ha parado y cada una de las experiencias le hace correr nuevamente sangre por las venas, le devuelve la adrenalina que necesita tanto como el aire y lo convence de que ha tomado la ruta que debía tomar.

Para más información visite: http://www.roadmonkey.net

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