Un buen juego
The Hunger Games supone una experiencia tan entretenida como satisfactoria en la que gana la actuación de Jennifer Lawrence
El cine creado expresamente para adolescentes no se caracteriza precisamente por su sutilidad o calidad.
La saga Twilight carece de actores carismáticos y realizadores con personalidad que aporten nada más que los ingredientes más convencionales para ofrecer un resultado de lo menos apasionado.
Al otro lado del espectro está la franquicia Fast and Furious, que lanza al vacío toda lógica visual y narrativa para trasladar al público a un mundo donde lo único que importa es el ruido, la masculinidad homoerótica y la idiotez intelectual.
The Hunger Games, que se estrenó anoche, al menos no insulta a las audiencias con la mediocridad habitual de este subgénero llamado joven-adulto (o young adult en inglés).
No estamos frente a la serie Harry Potter, que siempre merecerá un respeto a pesar de la irregularidad de cada uno de los largometrajes; pero al menos sí nos encontramos con un filme que, sin descubrir nada nuevo -todo lo que muestra ha sido ya contado y la mayoría de las veces mejor: Battle Royale, Logan’s Run, The Lord of the Flies…?, incluye notables elementos de interés.
Todo ello surge, claro está, de las novelas de Suzanne Collins, de las que se han vendido más de 40 millones de ejemplares en todo el mundo.
En ellas se detalla un futuro en el que la sociedad está dividida en dos grupos: los residentes en el Capitolio, privilegiados por ser lo vencedores de una guerra previa, y los ciudadanos de los doce Distritos, sometidos a una pobreza absoluta.
Estos, una vez al año, deben elegir a dos representantes de cada uno de los distritos, adolescentes, para enfrentarse a una caza mortal de la que solo puede sobrevivir uno. Por parte del Distrito 12 concursan, por así decirlo, Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) y Peeta Mellark (Josh Hutcherson).
La visión que muestra el director Gary Ross (responsable de títulos tan entrañables como Seabiscuit o Pleasantville) del futuro tiene dos versiones ciertamente acertadas y perturbadoras: por un lado, los ecos del John Steinbeck de The Grapes of Wrath resuenan en el mundo de los Distritos, mientras que en el Capitolio parece que Liberace y Lady Gaga se hayan puesto de acuerdo para crear una sociedad donde reina el mal gusto.
Es en ese contraste donde The Hunger Games -clasificada PG-13 a pesar de su evidente violencia- alcanza sus instantes más logrados: en la presencia de unos extraordinarios Stanley Tucci y Toby Jones como maestros de ceremonias, en la tétrica actuación de un sutil Donald Sutherland como el presidente, en la carismática incorporación de Elizabeth Banks, Woody Harrelson y Lenny Kravitz como mentores de los dos protagonistas…
Como se puede observar, The Hunger Games está adornada de un conjunto de actores secundarios de renombre, que aportan al conjunto un peso interpretativo inusual en esta clase de proyectos.
Pero eso no evita que Jennifer Lawrence sea la gran estrella de la función. La joven actriz carga en sus hombros con fascinante madurez con el peso dramático de una cinta que, dejando de lado su excesiva duración y sus pésimos efectos visuales, lidia con un tema moralmente ambiguo de forma que son las emociones y no la violencia -y de esta hay mucha- la que define a los personajes y sus acciones.