Una vida estadounidense, bien vivida

Fidel Vargas Sr. nació en México. Sin embargo, este hombre de 68 años ha vivido una vida estadounidense por antonomasia.

Vargas acepta que es una vida con más ayeres que mañanas. Padre de ocho hijos y abuelo de 12 nietos, Vargas está en los últimas etapas de una batalla contra el cáncer.

Me siento agradecido a uno de sus hijos, Fidel Jr., por convencerme de contar la historia de su padre.

Su hijo y yo fuimos compañeros de cuarto en la universidad. Después de graduarnos, mi amigo fue electo alcalde de Baldwin Park, al este de Los Ángeles. Más tarde, obtuvo un título de Administración de Empresas en Harvard, fue nombrado en una comisión presidencial para el Seguro Social por George W. Bush, y luego lanzó una exitosa carrera.

Pero por admirable que haya sido la vida de Fidel Jr., mi amigo admitiría que su papá ha transitado el camino más interesante.

Ese viaje comenzó en 1943, año en que Vargas nació en Zamora, Michoacán. Cuando tenía 3 años, su familia fue dividida por la frontera EE.UU.-México. Su padre y su hermano tenían visas de trabajo y vivían en Los Ángeles; su madre y el resto de la familia carecían de visas, por tanto, vivían en Tijuana.

En 1959, cuando cumplió 16 años, Vargas vino a los Estados Unidos con una visa de estudiante para asistir a la escuela secundaria. Su vida cambió en 1961 cuando, dijo Vargas, obtuvo una tarjeta verde junto con su madre y hermanos. La familia volvió a estar reunida.

Vargas abandonó la escuela secundaria, pero pronto encontró su vocación con un empujoncito de su padre. “Mi padre me dijo, ‘Fidel, aquí tienes cinco dólares. Estos son los últimos cinco dólares que te voy a dar. Quiero que encuentres un trabajo’. Así es que encontré un trabajo ese día como carpintero”.

Quise saber qué significaban para él las ideas de “país” y “familia”.

Sobre el país, Vargas dijo: “No te voy a mentir. Yo me mezclé con esta cultura porque vine aquí de joven. Uno se vuelve estadounidense. Pero también siento a México. Amo mi país, donde nací; y todo lo que ocurra en México me concierne”.

Sobre la familia, su esposa y ocho hijos, dijo: “No puedo imaginarme no tener todos estos niños. Ésta fue la vida. Y afortunadamente, siempre he tenido un trabajo decente, y pude proveer”.

Vargas admite que tuvo un arma secreta: su esposa durante 44 años, Margarita.

“Es una hermosa esposa”, dijo. “Cuidó a todos mis hijos cuando yo trabajaba, trabajaba horas extras, trabajaba los sábados. Ella ha sido el pilar de nuestra familia”.

Parte de poner las cosas en marcha era asegurar que sus hijos tomaran su educación seriamente. Funcionó. Siete de los ocho tienen títulos universitarios, y el octavo es maestro carpintero.

Finalmente, le pregunté, como padre de tres hijos con grandes desafíos en el futuro, qué consejo me daría.

“Toma la vida como venga”, me dijo. “Mantén todo calmo y bajo control. Trata de ser amistoso y sincero con la gente, pero sé cuidadoso. Lleva una vida simple. No te apresures en nada. Espera que las cosas vengan. Te irá bien. Te irá bien.”

Es un hombre bondadoso. Pronto, su esposa y sus hijos llorarán su muerte. Pero cuando eso llegue, espero que dediquen un momento a celebrar la vida que vivió, los aportes que hizo y lo bendito que fue.

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