Escuela de presidentes

Comenzó en serio la campaña presidencial. El mano a mano será entre el republicano Mitt Romney, multimillonario exempresario y exgobernador de Massachusetts y el Presidente Barack Obama. Eso es lo que dicen los expertos, sabihondos, oráculos, pronosticadores y observadores del proceso político luego de la victoria de Romney en Wisconsin el martes.

A pesar de que todavía quedan por llevarse a cabo elecciones primarias en unos 15 estados y tres otros candidatos– Santorum, Gingrich y Paul– se niegan a retirar sus candidaturas, la matemática, en cuanto a delegados y dólares se refiere, no miente.

Llevo muchos, muchos años votando en elecciones presidenciales y cada vez entiendo menos. El proceso de seleccionar un candidato a la presidencia es peor que un dolor de muelas cuando tu dentista está de vacaciones. Con solo pensar que faltan siete meses para las elecciones, dan ganas de sacarse todos los dientes de antemano.

La campaña electoral es demasiado larga y costosa y cruenta -una verdadera pérdida de tiempo y dinero para una población que en su mayoría sufre de déficit de atención. Además muchos sospechan que algo debe andar mal con esos individuos que desean ser presidentes y se someten voluntariamente a la Inquisición y la tortura china en que se han convertido las campañas presidenciales. Y basada en mi larga experiencia, puedo decir que cada cuatro años se pone peor-aunque hay algunos cuatrenios peores que los peores (como en 2000, cuando la Corte Suprema le cedió la presidencia a George W. Bush.)

En 2008 escribí una columna que sugería la creación de una Escuela Presidencial que reclutaría a los candidatos más apropiados al momento de entrar al kindergarten. Aquellos que para la edad de 35 años estuvieran casados con la misma mujer que conocieron en la secundaria cuando ambos eran vírgenes, tengan un mínimo de tres hijos con dos abuelos o más, buena dentadura, buena cabellera y sepa hablar en párrafos gramáticamente correctos y citar pasajes de la Biblia por capítulo y versículo y nunca fumaron marihuana ni se emborracharan públicamente, pasarían a las semifinales.

Entre los cursos de estudio que sugerí estaban: “Como besar bebés según la edad de estos”, “Cómo aparentar ser un hombre común y corriente en el vestir, hablar y comer”, “Como lanzar la primera bola en la Serie Mundial”, “Como aparentar no ser demasiado inteligente y razonable” (solo los estudiantes inteligentes y razonables pueden tomar este curso), “Como ser un Comandante en Jefe con Cojones y Rudimentos para Amenazar, Invadir y Ocupar Otros Países” y mucho más. Al cabo de cuatro años, el estudiante que se gradúe con la puntuación más alta automáticamente ganaría la presidencia y el segundo la vice presidencia al ser subastados a la corporación que ofrezca más billones. Todo el proceso, claro, lo veríamos en televisión como un reality show, excepto la cantidad pagada por el mejor postor. Eso seguiría siendo un secreto.

Ojalá que pasen rápidos estos siete meses. Mientras seguiré revisando y mejorando esta idea de una Escuela Presidencial. Quizás algún día alguien me haga caso.

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