Reino de carteles e intolerancia de mexicanos

Durante una reciente charla en la que declaré mi apoyo a la guerra mexicana contra la droga, una mujer del público gritó “¡Vendido!”

Me asombró, pero fue refrescante. Como mexicano-americano la derecha a menudo me acusa de ser -tal como lo expresó un lector el otro día- un “escritor de la página de opiniones a favor de los inmigrantes ilegales”. Fue un buen cambio que alguien desde la izquierda me acusara de no apoyar suficientemente una causa liberal. Me indica que estoy justo donde debo estar.

Donde estaba ese día era en una celebración cultural anual en San José, California en la que me presenté junto con el poeta y activista pacifista mexicano, Javier Sicilia. El público era principalmente latino y de centro izquierda. En la sesión de preguntas y respuestas, varias personas expresaron haber nacido en México, aunque ahora viven en Estados Unidos.

Muchos pensaron que los dos países deben legalizar las drogas, y que ambos gobiernos tienen la culpa de una guerra que ha causado la muerte de unos 50,000 mexicanos -entre ellos, el hijo de Sicilia. Y no querían oír a nadie que no estuviera de acuerdo con ellos. Como yo.

Los tres puntos principales que me esforcé por destacar esa noche fueron que legalizar las drogas sólo aumentaría su consumo, y en ambos países, destruiría la institución que más les importa a los latinos -la familia; que es incorrecto, deshonesto y no tiene sentido echarles la culpa a los gobiernos de México y Estados Unidos por librar una guerra que debe librarse, cuando deberíamos acusar a los carteles de la droga que están aterrorizando al pueblo mexicano; y, finalmente, que un motivo por el que los latinos no han madurado políticamente es que, en asuntos controvertidos, creemos que nuestra opinión es la única aceptable y tendemos a atacar a los que no están de acuerdo.

El último comentario fue recibido con un abucheo, lo que es irónico, cuando se piensa. Estaba diciendo al público que era intolerante y el grupo reaccionó siendo aún más intolerante.

Sicilia fue más cortés, pero igualmente cerrado. Dijo estar “sorprendido” por mis opiniones y conmocionado porque yo apoyara una guerra sangrienta llevada a cabo por un gobierno mexicano corrupto. Le respondí que no debería estar sorprendido. Después de todo, dije, provenimos de países diferentes y por lo tanto, tenemos perspectivas diferentes. Además, dije, México siempre ha sido corrupto y eso no tiene nada que ver con la droga o con la guerra para detener su proliferación.

En ese momento, hubo más abucheos. Otra mujer me dijo que cerrara el pico. “¡Vinimos para escuchar a Javier!”, gritó. Finalmente, establecí un paralelo entre la guerra antidroga y la guerra contra el terrorismo. Nadie quiere librar estas batallas, pero deben librarse. Si Estados Unidos baja su guardia, los radicales islámicos volverán a atacar a más estadounidenses. De la misma manera, si el presidente mexicano Felipe Calderón, se rinde ante los carteles de la droga, sólo habrá un mayor derramamiento de sangre.

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