Los pequeños grandes músicos de Corona

Suenan los violines, chelos y flautas tocados por niños de familias inmigrantes.

Queens – Abril, Lesly, Nicole, Angela y Mateo esperan con ansias el final de la jornada de la escuela elemental. Con sus instrumentos en la mano, corren para llegar puntuales a su clase de música, y el ruido ensordecedor del metro por la Avenida Roosevelt enmudece como por arte de magia. Las melodías salen de la sede del Movimiento del Inmigrante.

Esta imagen que parece de película, es realidad gracias al programa Corona Youth Music Project (CYMP) o Núcleo Corona, una iniciativa que promueve inclusión social de niños y jóvenes de escasos recursos a través de la música.

Alvaro F. Rodas, su fundador y director, inició este proyecto tras conocer el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Antes de mudarse a Nueva York, Rodas ya había impulsado un programa parecido en su natal Guatemala.

“La música tiene el poder de socializar y construir una comunidad unida con un objetivo noble y educativo”, afirma Rodas.

Al principio, a falta de instrumentos verdaderos, los niños y sus padres hicieron violines de cartón y papel, para aprender a manejarlos. Así, cuando recibieron la primera donación de instrumentos, la transición de aprendizaje fue rápida. Ahora la orquesta de papel es parte del proceso para incursionar en el estudio de un instrumento.

El programa se mantiene con donaciones, las clases son gratuitas y los instructores son músicos profesionales. A diferencia del sistema tradicional, las clases en CYMP son colectivas y desde el principio los pequeños hacen presentaciones públicas.

“Así ganan destreza y confianza”, explica Rodas.

“Pasión y esperanza”, son las palabras que describen el programa para Rosa Coello, ecuatoriana y madre de Mateo, pequeño violinista de cuatro años. “Además de formar músicos, el Núcleo Corona ha sembrado la esperanza de muchos niños, incluyendo la de mi hijo”, manifiesta.

Alex Ortiz, de ocho años y estudiante de violonchelo, necesita la ayuda de su padre para cargar su instrumento, que es casi de su misma estatura. El chelo se ha convertido en su mejor amigo.

“Cuando estoy en casa, lo toco y no me siento solo”, dice Alex, quien sueña con convertirse en primer chelista de una orquesta.

Pero el sueño necesita financiación. Las dificultades económicas preocupan a su director, pero el entusiasmo de sus alumnos lo inspira para seguir adelante. “Es cuestión de tiempo. La meta es formar en 15 años la más grande Orquesta Juvenil e Infantil en Corona, además de pequeños ensambles”.

Ante la grave sobrepoblación escolar en las aulas de Corona y los recortes de fondos para programas de artes en la mayoría de las escuelas públicas de este sector de la ciudad, proyectos como este son aires de esperanza.

“El reconocimiento es un estímulo que los ayuda a salir adelante. Un niño animado a crecer a su máximo potencial puede ver más alto”, concluye Rodas.

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