Día de verano en Coney Island
Diversión para todos en la playa más cercana a una estación de tren en NY
El verano es para divertirse.
No es la arena más blanca del océano pacífico. Tampoco la más limpia. Hay un pequeño oleaje que invita a zambullirse en el agua, sólo para descubrir el recuerdo de que no muy lejos de aquí, hay glaciares que mantienen el agua salada fresca, templada, como cocktail lleno de hielos.
Coney Island, una de las playas más visitadas de Nueva York, tiene la sordidez necesaria para la diversión ce la clase media y baja. Es ruidosa, con juegos mecánicos, llena de gente ya veces sucia. De Acapulco, la postal del recuerdo mexicano: vendedores ambulantes andan por ahí ofreciendo sus productos, con un ojo cuidando de no pisar a los visitantes que aprovechan el sol, y con el otro toreando a los patrulleros de la playa que están más preocupados de olfatear alcohol (que por cierto está prohibido en la playa).
Tampoco hay palmeras: hay sombrillas que los paseantes han traído desde lejos, o las han comprado en la tienda más cercana a la arena, a un precio un poco mayor. Ya instalado en la arena, no se ven restaurantes o complejos hoteleros, sino un firmamento de atracciones mecánicas. Del otro lado, el mar.
Las chicas ofrecen su piel al sol, pero más aún al caluroso ambiente que no refresca la zona de playa. Algunos se acurrucan bajo la protección de sus sombras de playa, pero la mayoría busca un poco de keratina para su piel: los meses anteriores han sido con poco sol y mucho frío, y los que vienen serán iguales.
Son pocos los que realizan deportes de playa, y más bien la gente disfruta de libros, platicas, compañía o de plano, se lanzan al flirteo o ligue a ras de arena. Sólo una palmera falsa arroja agua a quienes desean sacarse la arena seca de entre sus ropas.
Coney Island podrá ser siempre el hogar de los “Warriors” en aquélla película de 1979; pero los días de verano es para los habitantes aledaños de Nueva York.