Blancas bicicletas para ciclistas que ya no están
Ghost Bike es una iniciativa para honrar a los ciclistas que han fallecido víctimas de accidentes vehiculares.
Pedalea rápido. Sus manos firmes en el manubrio; sus pantorrillas y muslos duros por el esfuerzo de avanzar cuesta arriba. En la intersección aminora la marcha, mira, a la derecha, a la izquierda, atrás. Está alerta. Alerta a todo, incluso a los carros parqueados y a los peatones.
Sus llantas se deslizan ahora por Chelsea. Le llevó unos 45 minutos llegar a éste, el barrio de su trabajo, desde su casa en Crown Heights. Llega a su oficina, baja de su querida Gitane, la bicicleta roja y blanca, ochentosa que todos los días la lleva a su empleo y casi en automático le echa una mirada agradecida. Está sana y salva.
No es fácil ser ciclista en las calles neoyorquinas y Jessie Singer, 28, es bien consciente de ello. A diario miles de personas utilizan su bicicleta como principal medio de transporte, pero no todos tienen la fortuna de Jessie quien, en los 10 años que realiza en dos ruedas el commute de su hogar a su empleo, nunca sufrió un accidente grave.
Los números de aquellos que corrieron con menos suerte, dan escalofríos. “En lo que va del 2012, murieron aquí en Nueva York más de 10 ciclistas y esos son los que conocemos a través de los medios, siempre hay otros que no llegan a las noticias”.
Los ciclistas constituyen una hermandad; una comunidad unida por códigos compartidos; por los peligros comunes que enfrentan y cada vez que pierden a alguien los toca de cerca, sin importar que no conocieran personalmente a ese individuo que dejó la vida en el pavimento.
“Sabemos que nos podría haber sucedido en carne propia y eso despierta una gran solidaridad entre nosotros”, señala Jessie.
Así fue cuando hace unos años, en junio de 2005, un amigo la llamó desde una esquina en Park Slope. Hacía sólo minutos, le dijo él, allí en la 5ta avenida y Prospect Place, habían atropellado a una joven.
Ambas, ella y su bicicleta –un manojo de fierros retorcidos– yacían tendidas en el cemento. “La policía no quiso proporcionar información, nunca te la dan, pero nosotros la conseguimos”. Pendientes de los diarios y los programas de noticias en la televisión, Jessie y su amigo averiguaron la identidad de aquella muchacha. Era Liz Padilla quien esa mañana pedaleó por última vez.
“No la conocíamos pero sentimos que necesitábamos hacer algo para recordarla y esa tarde colocamos la primera bicicleta blanca”. Desde entonces, quienes pasan por ese cruce pueden leer una placa con el nombre de Liz, dejarle flores y mantener vivo su recuerdo.
Fue aquella la primera Ghost Bike o bicicleta fantasma emplazada por este grupo de voluntarios que batallan porque las muertes de sus compañeros ciclistas no sean en vano. Hoy hay más de cien; downtown, uptown, en todos los boroughs. Por aquél delivery boy, por aquél mensajero, por aquél que nunca llegó a donde lo esperaban.
Al principio Jessie y sus compañeros trabajaban en balcones o backyards de quien los ofreciera. Actualmente, la Iglesia Reformista de Greenpoint les ha cedido un espacio. Allí llegan con alguna bicicleta vieja, ya en desuso y ponen manos a la obra.
“Primero la limpiamos bien, le sacamos la cadena y después la rociamos con pintura blanca. Decidimos usar una pintura opaca, mate porque nos parece que simboliza mejor que esa bicicleta fue usada y disfrutada por su dueño.”
En ghostbikes.org pueden leerse fragmentos de las historias de cada ciclista perdido. Muchos familiares dejan también sus mensajes y comparten anécdotas y lo que más se desprende de aquellos posts es el agradecimiento profundo hacia estos voluntarios.
“Muchos familiares pasan por el lugar donde perdieron a sus seres queridos y se sorprenden al ver la bicicleta de homenaje”, dice Jessie. “Creo que logramos transformar un punto en la ciudad que les causó infinito dolor en un lugar al que ahora pueden ir para reflexionar, para recordar, para dejar una cartita.”
Son los hermanos, padres, primos y amigos quienes más cooperan en mantener estos altares y prenden velas o dejan algún peluche o recordatorio, “pero te sorprenderías de ver cuántos extraños también hacen su parte”.
Las bicis blancas también son un silencioso reclamo. “El Departamento de Transporte ha hecho mucho por aumentar la seguridad de los ciclistas pero el NYPD no se esfuerza demasiado en penalizar a quienes se exceden en velocidad, a quienes zigzaguean o encierran a un ciclista. Los carros son armas letales y deberían ser tratados con mucha precaución”.
Pero la sensación de recorrer la Gran Manzana en bicicleta, afirma, bien vale los riesgos. “En esta ciudad atestada, vivimos amontonados, encimados” comenta Jessie.
“Estar montado en tu bici te ofrece una posibilidad casi única de estar sólo contigo mismo. Es mirar la ciudad desde otro ángulo; es permitirle a Nueva York que te vuelva a sorprender cada día porque ninguna vuelta es igual a otra. Y para mí, principalmente, es libertad”.
Para más información:
facebook.com/NYCGhostBikes