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Nacen como el sol y se van como el atardecer

Me prepuse ver el amanecer una madrugada de este otoño boreal interpretando a mi manera ese espectáculo cotidiano que para muchos pasa desapercibido, como ciertos momentos de la vida misma. Me senté en la arena, en una playa floridana, a esperar que saliera el sol con la paciencia que se aprende con los años.

Al rayar el alba vi surgir la luz del día. Mis ojos no podían congelar en el tiempo el resplandor que en fragmentos de segundos modificó mi retina, pero por igual alteró, para bien, mi pensamiento. Surgió una imagen multicolor, placentera y feliz. En mi mente comencé a escuchar risas y canciones y a ver figuras imaginarias de mis hijos jugando en la arena. No sé por qué, pero en esta época decembrina siempre añoro con más intensidad los amores perdidos.

La familia es la esencia de la sociedad y sin la unión se resquebraja. Me pregunté ¿cuál es el papel de los hijos después de una separación? ¿Cuánto valen ellos para nosotros?

Ese amanecer me hizo entender que los hijos nacen como el sol para iluminar la vida. Y entiéndase por hijos también a los nietos, sobrinos y ahijados, los propios y los ganados por el azar de la existencia.

En medio de mis meditaciones recordé un símbolo inverso. Meses atrás, atravesando el extenso puente sobre el Lago Pontchartrain, en Mississippi, contemplando el atardecer, vi cómo el círculo deslumbrante del sol se sumergía en el mar a una velocidad fácilmente perceptible por los ojos. A medida que iba descendiendo, su color pasó de un amarillo intenso, a un anaranjado, hasta llegar a casi rojo. Cuando la luz tocó el horizonte, un ilusorio resplandor me hizo imaginar que el agua apagaba la luminosidad.

Ese bello crepúsculo: el sol despidiendo al día, los brillos sobre el mar y algunos peces voladores que trataban de cazar su último alimento de la jornada, convirtieron el panorama en un espectáculo maravilloso de la naturaleza, pero irónicamente también significó para mí la tristeza de lo perdido. Fue una discordancia entre la felicidad y el abatimiento que me hizo renegar sobre la dureza de una separación.

Las dos evidencias naturales me mostraron claramente como ciertas relaciones se extinguen en un abrir y cerrar de ojos y el fugaz paso de los hijos por la vida es tan efímero, que nacen como el sol en la mañana y se van de tu vida como el atardecer. A pesar de esa realidad humana hay que comprender a quien se ama, especialmente a los hijos, porque ellos son sangre de tu sangre y vida de tu vida.

Un consejo para quienes están comenzando a ser padres: cada segundo, cada minuto, hay que estrechar lazos con los hijos para que cuando se vayan el recuerdo perdure. Desde que la madre los tiene en el vientre, pasando por sus palabras iniciales, sus incipientes pasos, su primer día escolar, el accidente en la bicicleta, la decepción amorosa, la graduación, el matrimonio, la felicidad y el dolor.

¡Sin pérdida de tiempo aprovechen cada instante que puedan estar al lado de los hijos!

Al terminar de leer este artículo denles un abrazo caluroso, el cual ellos llevaran por siempre en sus corazones y seguramente ustedes también, cada vez que estén necesitados de cariño.

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