El torbellino en torno a Susan Rice

¿Cuál partido político se está portando peor con respecto a la posible nominación de la embajadora en la ONU, Susan Rice, para secretaria de Estado? Difícil de determinar. Tanto los republicanos como los demócratas deberían avergonzarse por su conducta en torno a esta cuestión.

En primer lugar, el Partido Republicano obviamente está luchando con la frustración de la elección que se le escapó de las manos, y muchos legisladores canalizan ese sentimiento contra Rice.

Lo que parece molestar a los republicanos no es sólo que el ataque contra el consulado estadounidense en Benghazi, Libia, no lograra impactar a la población en las semanas finales de la campaña, sino que el gobierno de Obama no haya rendido cuentas sobre el asunto.

Les desconcierta, como es comprensible, que la Casa Blanca no haya pagado un precio político por la torpe respuesta a lo que sabemos que fue un ataque terrorista, el 11 de septiembre. El ataque —en que el embajador de Estados Unidos en Libia y otros tres estadounidenses murieron— se atribuyó, inicialmente, a una manifestación espontánea contra un video anti-musulmán en YouTube.

Los republicanos quieren echar la culpa a alguien. Y esa persona es Rice, a quien acusan de actuar como portavoz de la Casa Blanca y proporcionar datos erróneos, cuando apareció en cinco programas de televisión, el 16 de septiembre.

Lo más exasperante es que los republicanos tienen razón con respecto a la manera deficiente en que Rice manejó esas entrevistas. Debería haber dicho, simplemente, que ella no conocía todos los hechos. En lugar de eso, afirmó que se trataba de una protesta contra ese video. También es desconcertante que —tal como dijera la senadora republicana Susan Collins, después de reunirse con la embajadora— Rice parece haber “decidido jugar un papel esencialmente político en el momento culminante de una campaña electoral presidencial muy disputada”, al aparecer en los programas para avanzar las explicaciones de la Casa Blanca.

Pero concentrarse principalmente en Rice —quien sólo es una pequeña pieza en el asunto Benghazi— como están haciendo los republicanos, es una estupidez. Deberían apuntar más alto, y cuestionar los actos del Departamento de Estado, la CIA y la Casa Blanca. Los republicanos también han perdido de vista qué es lo esencialmente importante en todo esto; y no es si el gobierno estaba presentando la historia sobre el video después de saber de que se trataba, en realidad, de un ataque terrorista.

Lo importante es si el gobierno abandonó a sus propios diplomáticos, quienes estuvieron bajo sitio en el Consulado de Estados Unidos en Benghazi por más de siete horas, y si la Casa Blanca no proporcionó apoyo a dos valientes ex Navy SEALs, quienes trataron de brindar ayuda y se las arreglaron para llevar a la mayoría del personal diplomático a un lugar seguro antes de que los mataran. Ésas son las preguntas que deben responderse y los republicanos deben evitar toda distracción que los conduzca en otra dirección.

Mientras tanto, los demócratas deben evitar una lucha por la nominación de un miembro del Gabinete, cuando hay temas mucho más importantes que encarar. Éste, sin duda, estará lleno de obstáculos y requerirá el gasto de un gran capital político. La controversia en torno a Rice y sus comentarios en televisión suscita preguntas sobre si la embajadora es la persona mejor calificada para convertirse en la principal diplomática de Estados Unidos. Ella trae demasiado equipaje.

¿Por qué no escoge Obama a alguien de mayor experiencia, como el senador John Kerry, de Massachusetts, que se sabe desea ese puesto y cuenta con el respaldo de senadores republicanos?

La respuesta: obcecación. En su primer período, Obama gustaba recordar a los republicanos que había ganado la elección y habría consecuencias. Ahora que ha ganado otra, tiene nuevamente la oportunidad de pasar por la nariz de sus adversarios su derrota, al nominar a Rice por encima de sus objeciones.

El presidente está en lo cierto cuando dice que las elecciones tienen consecuencias. Ésta es su decisión. Se la ha ganado. Pero debe usar su poder sensatamente. Entablar una pelea por Rice, sólo porque puede hacerlo, envenena su relación con los legisladores del Partido Republicano.

Tampoco es sensato, ni de buen gusto, que algunos defensores de Rice en el Congreso acusen a sus detractores de racismo y sexismo. Esas tácticas tienen un tufillo a desesperación, y no ayudan a nadie —y menos aún a Rice.

Si mirara en derredor, Obama vería que tiene abundantes candidatos para la secretaría de Estado. Pero Susan Rice no es uno de ellos.

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