Richard Blanco celebra legado de inmigrantes en investidura
Durante su intervención en la toma de posesión de Obama recitó un poema en el que recordó los esfuerzos de sus padres recién llegados a Miami, a quienes citó como inspiración
Washington – El poeta cubanoamericano Richard Blanco rindió hoy un homenaje al legado de los inmigrantes y a la diversidad en Estados Unidos, así como al compromiso comunitario, a través de un poema original que leyó tras el discurso de investidura del presidente Barack Obama.
Blanco, de 44 años y nacido en España, es el primer poeta de origen hispano y el más joven que participa en la ceremonia de investidura en las escalinatas del Capitolio.
Durante su intervención recitó un poema escrito especialmente para la ocasión en el que recordó los esfuerzos de sus padres recién llegados a Miami, a quienes citó como inspiración.
“Mi cara, tu cara, miles de rostros en los espejos de la mañana, cada uno de ellos bostezando a la vida, in crescendo hacia nuestro día”, recitó Blanco, visiblemente emocionado.
Recordó también el “Buenos Días”, en castellano, con el que lo saludaba su madre durante su infancia.
Blanco aprovechó la ocasión para referirse también a los veinte niños muertos en la masacre de Newtown del pasado diciembre, a los que dedicó un emotivo recuerdo.
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Washington (EFE) -El poeta cubanoestadounidense nacido en España Richard Blanco hizo historia hoy al convertirse en el primer latino, la primera persona abiertamente homosexual y el poeta más joven en participar en una investidura presidencial en EE.UU.
Blanco, de 44 años, recitó en inglés el poema titulado “Un hoy”, escrito especialmente para la ocasión y en el que habla de unidad y esperanza.
Éste es el texto oficial del poema en español divulgado por el Comité organizador de la Investidura Presidencial-
“Un hoy”
Un sol brilló sobre nosotros hoy, encendió sobre nuestras costas, revelándose sobre las montañas, saludando las caras
de los Grandes Lagos, difundiendo una simple verdad
a lo largo de las Grandes Llanuras, y después corriendo a lo largo de los Rockies.
Una luz, despertando los techos, bajo cada uno, una historia contada por nuestros gestos silenciosos moviéndose detrás de ventanas.
Mi cara, tu cara, millones de caras en los espejos de la mañana,
cada uno bostezando a la vida, haciendo crescendo en nuestro día-
autobuses escolares amarillo-lápiz, el ritmo de los semáforos,
puestos de frutas- manzanas, limones y naranjas surtidas como arcoíris pidiendo nuestros elogios. Camiones plateados pesados con petróleo o papel–
ladrillos o leche, pululando por carreteras a nuestro lado,
en nuestro camino a limpiar mesas, revisar libros de contabilidad, o salvar vidas–
enseñar geometría, o cobrar la comida como lo hizo mi madre
por veinte años, para que yo pudiera escribir este poema.
Todos nosotros tan vitales como la única luz a través de la cual nos movemos,
la misma luz en los pizarrones con lecciones para el día-
ecuaciones por resolver, historia por cuestionar, o átomos imaginados,
el “Tengo un sueño” que seguimos soñando,
o el imposible vocabulario de tristeza que no explicará
los pupitres vacíos de veinte niños marcados ausentes
hoy, y para siempre. Muchas oraciones pero una luz respirando color en los vitrales,
vida en las caras de las estatuas de bronce, calor en los escalones de nuestros museos y las bancas en los parques
mientras madres ven a niños resbalarse hacia el día.
Un suelo. Nuestro suelo, arraigándonos a cada tallo
de maíz, cada cabeza de trigo sembrada por sudor
y manos, manos recogiendo carbón o figando molinos
en desiertos y cimas de colinas que nos mantienen cálidos, manos
cavando zanjas, encauzando pipas y cables, manos
gastadas como las mi padre cortando caña de azúcar
para que mi hermano y yo pudiéramos tener libros y zapatos.
El polvo de granjas y desiertos, ciudades y llanuras
mezcladas por un viento –nuestro aliento. Respira. Escúchalo
a través del bello estrépito del día de taxis tocando el claxon,
autobuses lanzándose por avenidas, la sinfonía
de pasos, guitaras y chillidos de trenes subterráneos,
el inesperado pájaro de canto en tu tendedero.
Escucha- chirriantes columpios en parques, trenes silbando
o susurros cruzando mesas en cafés, Escucha- las puertas que abrimos
el uno para el otro todo el día, diciendo- hello, shalom,
buon giorno, howdy, namaste o buenos días
en el idioma que mi madre me enseñó—en cada idioma
hablado al viento llevando nuestras vidas
sin prejuicio, mientras estas palabras libran mis labios.
Un cielo- desde que los Apalaches y Sierras reclamaron
su majestad, y el Mississippi y Colorado forjaron
su camino hacia el mar. Da gracias al trabajo de nuestras manos-
tejiendo el acero en los puentes, terminando un reporte más
para el jefe a tiempo, cosiendo otra herida
o uniforme, la primera pincelada en un retrato,
o el último piso del Freedom Tower
proyectándose en el cielo que cede ante nuestra resistencia
Un cielo, hacia el que a veces levantamos la mirada
cansada de trabajar- algunos días adivinando el clima
de nuestras vidas, algunos días dando gracias por un amor
que también te ama, algunas veces alabando a una madre
que supo dar, o perdonar a un padre
que no supo darte lo que querías.
Vamos camino a casa- a través del brillo de la lluvia o el peso de la nieva, o el rubor ciruela del anochecer, pero siempre–a casa,
siempre bajo un mismo cielo, nuestro cielo. Y siempre una luna
como tambor silencioso golpeando en cada techo
y en cada ventana, de un país –todos nosotros–
viendo las estrellas
esperanza-una nueva constelación
esperando que la cartografiemos
esperando que la nombremos–juntos.