Un gobierno entre glorias y críticas

Al final del mandato de Antonio Villaraigosa como el primer alcalde latino en la historia moderna de Los Ángeles, La Opinión presenta una serie sobre sus logros, escándalos y diferentes situaciones que atravesó la ciudad durante su Admistración

“Nunca me conformaré con la mediocridad”, decía Antonio Villaraigosa en 2005, apenas al convertirse en el primer alcalde latino en la historia moderna de Los Ángeles. Eran las palabras de un hombre que se fijaba metas más altas ya ungido como el líder de la segunda ciudad más grande del país, luego de bolear zapatos y vender periódicos en su infancia.

Ocho años después, a punto de concluir su segundo y último mandato, el legado de Villaraigosa se aprecia desde cristales diferentes: unos ven las luces de un gobierno que redujo el crimen, expandió el transporte, mejoró la educación y limpió el ambiente; otros creen que hizo lo que pudo sorteando la peor crisis financiera desde 1930; y hay quienes reclaman que no cumplió sus promesas y abandonó a los pobres seducido por el poder, quedando — al final —con el peso de escándalos personales.

Así es definida la administración de Villaraigosa por analistas, líderes sindicales, activistas, políticos, dirigentes comunitarios y personas que han trabajado para él o lo conocen por muchos años, que han sido consultados por La Opinión a propósito de la salida del mandatario municipal.

“Él inspiró a los jóvenes”, afirma la concejala Jan Perry. “Logró, dentro de los márgenes, mantener la estabilidad económica”, señala el catedrático Octavio Pescador. “Su trabajo ha sido positivo”, aplaude María Elena Durazo, dirigente de la Federación de Sindicatos del condado. “Yo continuaré ese éxito”, agrega el concejal Eric Garcetti, quien el 1 de julio lo sucederá en el cargo.

Sus críticos, en cambio, insisten en que su divorcio por infidelidad, su amor por las cámaras, su simpatía con la vida glamurosa de Los Ángeles y su cercanía con los ricos habrían desviado el rumbo que se trazó un político que fue criado en el humilde vecindario de City Terrace.

“Nos puso en vergüenza […] hizo un trabajo excelente elevando los recursos de los que ya tienen mucho dinero”, dice al activista Ron Gochez. “Al ser electo se convirtió en una persona a la que no se le podía llegar”, resalta Francisco Moreno, vocero del Consejo de Federaciones Mexicanas (COFEM). “Tuvo una buena oportunidad para luchar por nuestros derechos pero fracasó”, añade Carlos Montes, líder de la Coalición de Inmigración del Sur de California (SCIC).

Para Villaraigosa, de 60 años, el camino hacia la alcaldía de Los Ángeles no comenzó al registrar su candidatura para la contienda de 2001, en la cual fue derrotado por James Hahn, sino —cuenta él mismo— desde que tenía 16 años. Aquella mañana cuando, moreteado por una pelea la noche anterior, con un nuevo tatuaje en el brazo y expulsado de otra escuela, su madre le dijo con la voz entrecortada: “Tú estás destinado a la grandeza y no lo sabes”.

El concejal electo Gil Cedillo lo conoció poco después de esa charla en la preparatoria Theodore Roosevelt y lo recuerda como el chico carismático que solía estar rodeado de amigos que le seguían para escucharlo y corría por los pasillos entre clase y clase. “Es como verlo ahora”, cuenta.

Nieto de un mexicano que llegó a esta ciudad sin más bienes que la ropa que traía puesta, Villaraigosa logró en 2005 lo que no se pudo en un siglo: que un latino tomara las riendas de Los Ángeles, allanando el camino para que el mes pasado ganara en las urnas otro descendiente de mexicanos, Garcetti.

“Deja una ciudad donde el poder de los latinos ya no es algo secundario”, afirma Raúl Hinojosa, catedrático de UCLA. “Ayudó a movilizar a la comunidad hispana como una fuerza política que continúa”, agrega Peter Dreier, profesor de Occidental College.

Además de eso, según expertos, Villaraigosa deja un estilo que no sólo opacó la tibia personalidad de sus dos predecesores, sino que lo convirtió en una figura nacional. Aunque ello le valió críticas de que estuvo buscando un empleo en la capital del país, intentaba promoverse para otro cargo o tenía una agenda que ignoraba los asuntos locales.

“Quizás sea la más grande personalidad que el ayuntamiento haya visto en mucho tiempo, algunas veces fastidió a la gente, pero lo convirtió en una gran figura política”, indica Raphe Sonenshein, director del Instituto Edmund “Pat” Brown.

A pesar de los descalabros personales y de incluso ser considerado un “fracaso” en 2009 por Los Angeles Magazine, el alcalde cierra en buenos términos. Un sondeo de USC/LA Times publicado en abril expone que el 52.7% de los encuestados piensa que su gestión es “favorable”. Entre los latinos esa percepción se eleva al 71.4%.

Queda en el aire si Villaraigosa esperará hasta el año 2018 (en caso de que se reelija Jerry Brown) para contender por la gubernatura de California o si buscará un cargo local o federal. “Lo que Antonio hará en los siguientes cuatro años es la pregunta de los 10 mil dólares”, dice el analista Jaime Regalado.

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