Trabajo impregnado de sangre

Periodistas de la 'nota roja' en Acapulco se juegan la vida en cada asignación

Investigadores realizan los peritos tras el asesinato de un joven  que esperaba su turno en una peluquería en Acapulco.

Investigadores realizan los peritos tras el asesinato de un joven que esperaba su turno en una peluquería en Acapulco. Crédito: <copyrite> La Opinión - </copyrite><person>Isaías Alvarado< / person>

ACAPULCO, Guerrero.— El charco de sangre que dejó el cadáver de un joven asesinado de un tiro en la cabeza, cuando esperaba a que le cortaran el cabello, ya no escandaliza en Ciudad Renacimiento, una de las colonias más “calientes” de Acapulco. Pareciera que aquí la vida ha dejado de valer.

“No quiero que le tomen fotos”, implora la viuda de William Arellano, quien ha fallecido a los 23 años. La mujer se desahoga a gritos, atrayendo la atención de los curiosos. Pocos ven al afligido padre de la víctima, sentado junto al hilo de sangre que corrió hasta la banqueta.

A la escena del crimen ha llegado Bernardino Hernández, un veterano del llamado “Periodismo de alto riesgo”, por lo que implica cubrir la fuente policiaca en ciudades que registran los incidentes más violentos por la guerra que el gobierno mexicano emprendió contra el narco.

Berna, como lo conoce el gremio, ha sido testigo de muchas jornadas sangrientas en Acapulco, que estallaron a partir del enfrentamiento entre sicarios y policías municipales en la colonia Garita en 2006 (expertos aseguran que con este hecho inició la ola de violencia que hoy se respira en todo el país).

Él vio a los 15 decapitados de Plaza Sendero de 2011, a los 18 cuerpos de turistas michoacanos encontrados en una fosa clandestina en Tunzingo en 2010, a los colgados de los puentes, a los abandonados en autos, a los torturados y enterrados vivos… todo ese horror que las bandas del crimen organizado han sembrado en el que fue el destino turístico más visitado de México.

Un sábado de 2010 corrió mucha sangre, hubo 32 asesinatos, y él no faltó a la cobertura. “A cuatro policías los pusieron en el paredón, hubo cuatro decapitados en la [avenida] Escénica[cerca de Las Brisas, donde ricos y famosos tienen mansiones veraniegas]. Todos los cubrí”, cuenta Hernández, fotógrafo freelance de distintos medios de comunicación.

Pocos periodistas de la “nota roja” le han seguido el paso: la cobertura ha dejado de ser tan estricta por línea editorial y por temor a ser ametrallados, como le ocurrió al diario “El Sur” en 2010.

“No puedes entrar a esa dinámica, porque si un día no se publica se enojan los contrarios, tal vez ese día dejaron un mensaje respondiendo a una matanza anterior”, explica el reportero de una televisora.

En seis años dos periodistas han sido asesinados en la ciudad, Amado Ramírez, corresponsal de Televisa (lo balearon en el zócalo del puerto en 2007) y Juan Daniel Martínez, titular del programa radial W Guerrero Noticias (lo enterraron vivo en 2009); mientras que otros dos, Leodegario Aguilera, editor de la revista Mundo Político, y Marco Antonio López, jefe de información del periódico Novedades, siguen desaparecidos. En México, 84 periodistas han muerto violentamente desde el año 2000.

Por poco, Berna se une a la lista. Pasó en marzo de 2011, en la humilde colonia Simón Bolívar. Llegó tan rápido al lugar donde reportaron una balacera que terminó siendo el blanco. La libró refugiándose en una casa. “Le metieron 18 plomazos de cuerno [rifle AK-47] al vocho”, cuenta.

Ya con el coche perforado tuvo el arrojo de ir a la escena a hacer lo suyo. Ahí capturó una de las imágenes más impactantes en esta guerra de ocho años: la de una anciana que intentó proteger a sus dos nietos, pero las ráfagas de los rifles atravesaron su cuerpo y también mataron a los niños.

Ese día el gremio celebró que Hernández la librara, pero lloró por el trágico final de la familia. “Ahí se me rodaron la lágrimas, a todos los presentes, porque la señora cubrió con todo su cuerpo a los menores y la acabaron a balazos, la casa quedó como coladera”, dice un reportero del Novedades Acapulco.

Este incidente le cambió la vida a Berna. “Desde entonces pienso que estamos casados con la muerte, vives con ella, duermes con ella, andas del diario con ella; no sabes si regresarás a casa”, comenta.

Su computadora portátil guarda cientos de fotos que confirman sus palabras: la del cadáver de la niña que terminó en posición fetal, la del chavito al que le dieron el tiro de gracia o esa con la mano de un hombre que intentó salir de la fosa donde lo echaron. En muchas imágenes, los deudos abrazan a los cuerpos inertes, como tratando de apaciguar el dolor que sintieron antes de partir.

“La mejor manera de impedir que los jóvenes se vayan al crimen organizado es que sus padres tengan trabajos estables y bien remunerados, y que ellos tengan un futuro previsible, lo que no ocurre”, dice uan Angulo, director del periódico El Sur.

A las 4:09 p.m. se avisa en la Policía de Acapulco que hay un muerto en Ciudad Renacimiento. Berna sale a prisa y toma un atajo para ganarle al vehículo de la Oficina del Forense. Se trata del joven al que le han perforado el cráneo de un balazo mientras esperaba al peluquero.

En medio de los flashes de las cámaras de los reporteros gráficos y las diligencias de los peritos, dos tipos sospechosos se acercan en una moto y observan el cadáver. “Chin, creo que no era él”, dice uno de ellos. Al otro día apareció este encabezado en un diario local: “Asesinan a un payaso”.

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