Despiden a Edgar Tamayo en su última lidia

El mexicano ejecutado en Texas por inyección letal, tuvo una despedida triunfal en el lienzo entre amigos de adolescencia y sus paisanos

El ataúd de Edgar Tamayo es cargado por jinetes y montadores con los que compartió corridas en Miacatlán, Morelos.

El ataúd de Edgar Tamayo es cargado por jinetes y montadores con los que compartió corridas en Miacatlán, Morelos. Crédito: Gardenia Mendoza / La Opinión

MIACATLÁN, México.- La multitud se subió al cerco del corral de toros mucho antes de que Edgar Tamayo llegara a hacer su última lidia al atardecer: una entrada triunfal para que sus paisanos lo eximieran simbólicamente del asesinato de un policía en Texas que lo condenó a la inyección letal.

Y, peor aún, a regresar a su pueblo natal sin vida cuando lo común es que los emigrantes de este pueblo caluroso del sur vuelvan con mil historias y ganas de ir al jaripeo.

Tamayo retornó al ruedo en su ataúd cargado por 30 jinetes y montadores con los que compartió corridas como torero regional hasta 1986 cuando partió a Estados Unidos. Lo llevaron cargando hasta el centro del lienzo desde que salieron de la casa paterna, donde se despidieron en un acto íntimo al que sólo ellos tuvieron acceso.

Ahí estaba “El llaverito” de Mazatepec, un hombre robusto de largos bigotes con quien “La Yegua” –el mote local de Edgar- compartió sendas parrandas y apuestas para ver quién era el más hábil en sortear las embestidas de los toros. Tampoco podía faltar Juanita Montero, la única mujer de “la palomilla” de montadores.

Montero viajó de Santa Ana, California, donde vive hace 30 años, para despedir a su amigo de adolescencia, pero una vez frente a él, apenas abrió el féretro antes de salir a la procesión multitudinaria, se le partió el corazón.

“Era tan alegre”, recordó antes de tomar un buche al tequila “100 Años” que sirvió de aliciente para atragantar sus lágrimas cuando el morelense Teodoro Bello interpretó a capela “Inyección Letal”, la canción de su autoría que popularizaron los Tigres del Norte.

¡Que viva Edgar Tamayo!, gritó la muchedumbre cuando salió el féretro de la sala familiar camino a la iglesia, la primera de las dos paradas antes del cementerio.

Entonces estalló la banda de música para tocar “Un puño de Tierra”, “Que me entierren con la banda” y “El Sinaloense”, con los mismos acordes de trompetas y tambores que hacen cimbrar las fiestas en los pueblos de México, las mismas que pidió el ejecutado en el corredor de la muerte para su entierro.

“Edgar, para el pueblo que te vio nacer serás siempre inocente”, dijo su prima Rosalinda Arias al final de la misa fúnebre que encabezó el arzobispo de Cuernavaca Ramón Castro en una acto poco frecuente en la pequeña localidad campesina de 6,000 habitantes al que la jerarquía católica poco visita.

Castro recordó en el sermón las irregularidades del caso, las pruebas que dieron negativo sobre el uso de armas de Tamayo quien siempre sostuvo que estaba esposado y, por tanto, no podía disparar. También habló de las violaciones al debido proceso para el juicio y el afán “oscuro” de las autoridades texanas por tomar justicia por su propia mano.

El acto religioso concluyó con un retumbar de platillos que anunció otra vez la intervención de la banda musical que guiaría a la aglomeración hasta el rodeo donde no habría toros reales sino uno de peluche para un performance y dos de cartón para lanzar cohetes.

Entre los acompañantes que entraron al rodeo estaba Jesús Martínez “La Churra”, el amigo con quien Tamayo emigró y compartió su juventud aquí y en Los Ángeles.

Martínez creyó hasta el último minuto que las autoridades texanas indultarían a “La Yegua” porque éste siempre tuvo buena suerte para librarse del peligro, de situaciones difíciles.

-¿No tuvo suerte esta vez?- se le cuestiónó.

-Claro que sí- refutó mirando alrededor-. Esta es su última lidia, todos creen que es un mártir y es ahora el más querido del pueblo.

Un grupo de 10 chinelos, los danzantes representativos del estado, pasó bailando alrededor del féretro, camino al camposanto, donde muchos lloraron.

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