México llora la muerte de Gabriel García Márquez

El deceso del escritor deja vacío entre amigos y allegados en su segundo hogar

Jóvenes en las afueras de la funeraria donde reposa Gabriel García Márquez en México.

Jóvenes en las afueras de la funeraria donde reposa Gabriel García Márquez en México. Crédito: Notimex

MÉXICO, D.F.— Gabriel García Márquez quería morir en su cama. Por eso la noche del miércoles, cuando el médico informó a la mujer, Mercedes Barcha, y a los hijos que el colombiano Nobel de literatura (1982) tenía los días contados por el supuesto cáncer, se lo llevaron a San Ángel, el barrio donde escribió Cien Años de Soledad.

Al mismo sitio donde decidió vivir los últimos años de su vida entre amigos, literatos y admiradores que ayer arrancaron un duelo por “este momento único de las letras españolas y de la literatura universal”, como describió el escritor Héctor Aguilar Camín.

“Se va un clásico equivalente sólo a la muerte del francés Víctor Hugo (Los Miserables) o Charles Dickens”.

Estos escritores — detalló el también literato Rafael Pérez Gay— lograron traspasar la literatura al imaginario personal: “La gente sabe que existieron los lugares y personajes que inventó García Márquez.

La muerte es sólo física porque sobrevive su vasta obra de “prosa desbordante, amorosa y erótica literaria”, apuntó el historiador Enrique Krauze, quien fue un agudo crítico de la “fascinación” del colombiano por ciertos personajes controversiales como el líder cubano Fidel Castro.

“García Márquez enriqueció la cultura nacional!”, escribió el presidente Enrique Peña Nieto en su cuenta de la red social Twitter poco después de las 2:00 de la tarde, cuando el creador del “Realismo Mágico” terminó su vida en este país (al que llegó en 1962) para dar paso a la nostalgia.

A la tristeza de amigos, se sumó la de lectores y periodistas con los que siempre estuvo cerca como parte del gremio. “Por su formación siempre estuvo interesado en mejorar la calidad del periodismo a través de su Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano”, recordó José Carreño, director del Fondo de Cultura Económica. “Era muy riguroso”.

Tan cerca estuvo de sus colegas que la última muestra pública de cariño se la dio a un grupo de reporteros que el pasado 6 de marzo, días antes de ser hospitalizado, le cantó “Las Mañanitas” por su cumpleaños 87 entre rosas amarillas.

Se las llevó Edna Alcántara, de una agencia de noticias. “Un año antes yo había tocado la puerta de su casa para pedirle una declaración y coincidió que llegó un ramo. Él me preguntó que si yo las llevaba y le dije que no, pero que en su próximo cumpleaños le llevaría unas y cumplí”, recordó adolorida.

“¿Son para Gabo? preguntó el autor de El General en Su Laberinto?”. Luego salió a cantar con todos, los mismos que hoy lo siguen entre en la carroza fúnebre, en los concurridos funerales y hasta el homenaje que recibirá el próximo lunes en el Palacio de Bellas Artes.

Así logró concluir a su estilo el sueño de “su propio entierro”, tal como lo describió en el prólogo de Doce Cuentos Peregrinos:

“A pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo.

“Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. “Eres el único que no puede irse” me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.

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