Trágico: logra huir de las maras y vive otro calvario en EEUU

Una madre salvadoreña vive un doble dolor: huye de las maras hacia EEUU para salvar la vida y aquí la separan de sus hijos

Zulema, con sus hijos Yahir y Yareli hablan de los abusos sufridos bajo la custodia de oficiales de Inmigración.

Zulema, con sus hijos Yahir y Yareli hablan de los abusos sufridos bajo la custodia de oficiales de Inmigración. Crédito: Aurelia Ventura / La Opinión

Zuleima recuerda el día en que un pandillero se acercó al puesto de carne que ella y su esposo Oscar tenían en un mercado en El Salvador. “Me dio un celular y me dijo, te hablan. No sé, alguien quiere hablarte”.

La joven no quiso tomarlo, pero luego observó con angustia como el hombre pasaba varias veces frente a su negocio. Un vecino le dijo: “mejor te vas, son pandilleros y extorsionan a los comerciantes”. Su esposo sabía bien de qué hablaban: lo secuestraron cuando tenía 15 años para sacarle plata a sus padres, también comerciantes.

La extorsión por parte de pandillas o “maras” es uno de los principales problemas de la criminalidad en Honduras y El Salvador. Como muchos que comienzan a temer por sus vidas, Zuleima y su esposo decidieron que ella vendría primero a Estados Unidos con su hijo Yahir, de 5 años, a buscar la protección de su cuñado en Los Ángeles.

En octubre del año pasado, Zuleima emprendió el viaje con Yahir y embarazada de 6 meses de su hija Yareli, ahora de 4 meses. La joven pensó que al ir con un niño pequeño y embarazada “me ayudarían”, pero no pudo pagar los mil dólares adicionales para que los polleros los protegieran una vez en “el otro lado”.

Le costó $5,700 para que la dejaran al cruzar por Arizona, donde quedó con su hijo y dos niños más que viajaban solos. Pero a pesar del difícil viaje, cuenta Zuleima, “mi calvario comenzó cuando me arrestaron”.

Hubo detalles “pequeños”, aunque en su condición eran importantes. “Me tiraron mis medicinas prenatales, no me dieron cobijas y nos pusieron a dormir en el suelo a mi niño y a mí”, cuenta. “Pero lo peor fue cuando comenzaron a interrogarme y un agente me dijo que si no les daba información sobre el guía que nos trajo que me iba a quitar a mi hijo”.

“No me pueden quitar a mi hijo, es mi hijo…¿me lo van a quitar?”, cuestionó la joven. Lo que vino después fue lo que temía: le dijeron que tendría que ir a otro lugar a ver a un juez y dejar a su hijo en el refugio donde habían estado. Fueron casi dos meses de zozobra hasta que les permitieron reencontrarse, mientras Zuleima estaban en la cárcel y luego fue liberada bajo fianza.

Pasaron largas semanas sin que supiera nada de su hijo, hasta que el abogado enviado por una organización de ayuda legal le consiguió hablar por teléfono con el pequeño Yahir. Lo habían colocado en un hogar de crianza.

“Me dijo: mamá no me castigues así, ¿por qué me dejaste?”, cuenta la muchacha, aún llorando. “Esto es lo peor que me ha pasado en la vida”.

A lo largo de las semanas, Zuleima preguntó repetidas veces por su pequeño. Nadie sabía decirle. Algunos agentes le preguntaban por qué le habían quitado a su hijo. “No tuvieron que hacerte eso”, oyo repetir en varias ocasiones.

Pasaron casi dos meses para que Zuleima pudiera recuperar a su hijo. Finalmente fue liberada pendiente de un proceso en tribunales y piensa solicitar asilo por temor a regresar a su país.

Pero ahora se arrepiente de lo ocurrido. “Tenía miedo, pero lo que pasamos, lo que pasó mi hijo en su hogar de crianza, las secuelas que dejó mi separación, sabiendo todo eso ahora no lo haría”.

Erika Pinheiro, abogada de Esperanza Immigrant Rights Project indicó que las autoridades generalmente liberan a las mujeres con hijos pequeños y embarazadas bajo un permiso o “parole” humanitario, pero que últimamente esto ha venido cambiando.

“Esto no debe ocurrir. Una madre no debe ser separada de sus hijos de esta manera, lamentablemente está ocurriendo cada vez en más casos”, dijo Pinheiro.

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