Editorial: La política de la inmigración

La crisis de los niños exige a la Casa Blanca mostrar fortaleza y humanidad

En el debate sobre la inmigración es irónico que el mandatario que más gente deportó en su presidencia sea acusado de no deportar lo suficiente. Lo peor de todo es que además, se critique a Obama por no expulsar del país a más menores de edad de lo que ya hace.

El tema migratorio bajo la presidencia de Obama ha pasado de la promesa electoral de una reforma a un record de deportaciones, de la frustración de la parálisis en la Cámara de Representantes a una crisis humanitaria en la frontera por el arribo de decenas de miles de niños y jóvenes. Por uno u otro motivo, son los indocumentados los que se han visto perjudicados una y otra vez. La Acción Diferida, en que se permitió temporalmente la estadía de quienes vinieron con sus padres cuando eran niños, ha sido en ese sentido el más importante paso positivo de la Casa Blanca.

La actual crisis de los niños lamentablemente ha desviado la conversación; en lugar de debatirse la incapacidad de la Cámara Baja de aprobar una reforma migratoria, se habla de cómo frenar una ola de inmigración. Es este un cambio que ayuda a la narrativa republicana —en medio de un proceso electoral — de que el Presidente es responsable, sea por no defender la frontera, como por promover la inmigración indocumentada al no deportar a los jóvenes “soñadores”.

Es comprensible que el secretario de Seguridad Interna Jeh Johnson diga que se va “a detener la marea” (stem the tide) migratoria en la frontera.

Esa es la respuesta política. Pero también hay una respuesta humanitaria a la crisis: tratar bien a los menores, proveer sus necesidades mas urgentes y procesar sus casos con rapidez para que pueden reunirse con sus padres lo antes posible.

En otras crisis humanitarias, como la de los refugiados del Mariel, se hizo lo correcto recibiéndolos y dando refugio a quienes no representen un peligro. Estos niños merecen esa misma consideración, la que honra la tradición estadounidense.

Como es usual, el liderazgo de los mandatarios se pone a prueba con los acontecimientos imprevistos. El presidente Obama tiene la delicada misión de mostrar simultáneamente fortaleza y humanidad, dos valores que no son contradictorios excepto en el mundo retórico de la politiquería legislativa, un mundo torcido, en donde negociar es considerado sinónimo de claudicar, en donde a aprobar una legalización limitada de los indocumentados, y solo cuando cumplan numerosas exigencias le llaman “amnistía”.

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