Ligas tienen una responsabilidad
El escándalo del jugador de fútbol americano Ray Rice y la manera en que fue manejado por las autoridades de la Liga de Football Nacional (NFL) pone sobre el tapete una tenebrosa relación entre deporte, delito y dinero.
En un principio la NFL dio un leve castigo de suspensión de un par de juegos a Rice al conocerse que había golpeado a su entonces novia. Más tarde se vio en un vídeo que el jugador le propinó a su compañera una trompada que la dejó inconsciente, para luego arrastrarla fuera del elevado en donde ocurrió el incidente. El NFL decidió ampliar el castigo indefinidamente ante la presión popular indignada por el grado de violencia doméstica de este caso.
La NFL y su comisionado Roger Goodell quedaron mal parados ya que posteriormente se supo que habían tenido toda la información del caso desde el principio y no parcial como se dijo desde un primer momento.
Es evidente que la NFL prefirió restar importancia a un serio incidente de violencia doméstica que perjudicar a un equipo, suspendiendo a una de sus bien pagadas estrellas por mal comportamiento fuera del campo.
Los miles de millones de dólares que se manejan anualmente en el deporte profesional, ya sea en entradas vendidas, derechos de televisión y auspiciantes, entre otros, ha nublado las diferencias entre lo correcto y lo incorrecto. Al mismo tiempo, Los elevados salarios y los auspicios millonarios exigen que los deportistas sean un ejemplo de conducta cuando su talento es tirar una pelota sin ser necesariamente un buen padre y marido.
La mejor noticia de todo esto es que se acabó la tolerancia de la violencia doméstica, el racismo y el consumo de drogas ya sea en el fútbol americano, en el basquetbol y el béisbol entre otros.
Es inadmisible que se esconda, se apañe y se minimice conductas delictivas y/o ofensivas hacia los estadounidenses. Si hay un delito, el sospechoso merece el trato común de toda persona. Las autoridades de la ligas tienen un deber hacia los aficionados.
Las reacciones que levantó el caso Rice muestra que para muchos aficionados y aficionadas importa la conducta de los jugadores fuera del campo. Las ligas deportivas profesionales deben prestar atención a este clamor si quieren mantener su credibilidad