Everett Alvarez: de prisionero de guerra de Vietnam a multimillonario

Everett Alvarez fue recibido como un héroe cuando regresó a Estados Unidos

Alvarez asegura que, por horrible que fuera, su experiencia como prisionero de guerra le enseñó lecciones invaluables, que ha podido aplicar en su vida personal y laboral.

“Se trata del carácter”, señala.

“El carácter es la descripción global del sentido ético de una persona, de responsabilidad, de compromiso, de lealtad. Es el sentido de integridad personal y honor”.

“Eso es lo que me ha ayudado y creo que eso también se refleja en la personalidad de la empresa”.

En 1964, Alvarez, nieto de inmigrantes mexicanos, era un piloto de 26 años basado en el portaviones USS Constellation en el Mar de la China Meridional.

En agosto 5, participó en una misión de bombardeo sobre Vietnam del Norte, enviada como represalia tras un supuesto ataque norvietnamita contra dos buques destructores estadounidenses ocurrido el día anterior.

Aunque más tarde se cuestionó si realmente tuvo lugar, el presunto ataque, conocido como el incidente del Golfo de Tokín, marcó el inicio de una escalada significativa de las operaciones militares de EE.UU. en la Guerra de Vietnam.

El avión de Alvarez fue alcanzado pero él logró salir ileso, sólo para ser capturado y llevado a la prisión Hoa Lo en la capital de Vietnam del Norte, Hanoi.

“Acostumbrarme a vivir en cautiverio fue difícil, pues no sabía qué hacer”, recuerda Alvarez, en conversación con la BBC.

Él fue el primer prisionero estadounidense en ese lugar, al que los prisioneros de guerra estadounidenses empezaron a llamar sarcásticamente el “Hanoi Hilton”, como la cadena de hoteles internacional.

“La pregunta era: ¿cómo me debo comportar?”.

Decidió tomar el camino de la resistencia, rehusándose a cooperar con el enemigo incluso cuando las demandas parecían relativamente inocuas.

Esa decisión lo llevó varias veces al punto de quiebre físico y mental, pero sobrevivió, gracias al apoyo mutuo de otros prisioneros con los que se comunicaba dándole golpecitos a las paredes de la cárcel.

“Teníamos una filosofía: nunca fallarle a los otros. Si no podían cuidarse solos, uno los cuidaba pues sabía que ellos harían lo mismo”, explica Alvarez.

“Y teníamos una meta: estábamos decididos a regresar a casa con nuestra integridad personal, nuestra reputación y nuestro honor intactos”.

Alvarez siguió sirviendo en la Armada a su regreso y llegó a ser comandante.

En 1973, Alvarez y los demás prisioneros de guerra fueron liberados luego de que Washington aceptara retirar sus fuerzas militares de Vietnam del Sur.

Alvarez fue honrado con varias medallas militares y a su regreso a EE.UU. se convirtió inmediatamente en una celebridad, lo que lo ayudó a conseguir contactos políticos importantes.

Cuando se retiró de la Armada, en 1980, tras llegar al rango de comandante, la administración del entonces presidente Ronald Reagan lo invitó a formar parte del equipo de gobierno.

Todavía ávido de servir a su país, Alvarez aceptó el cargo de director adjunto del Cuerpo de Paz de EE.UU., y más tarde de administrador adjunto de la Administración de Veteranos, que provee atención médica a militares retirados.

Durante cinco años tomó clases nocturnas para obtener un diploma en Derecho.

“Yo salí de ese campo de prisioneros de guerra con ganas de recuperar terreno”, observa.

“He pasado toda mi vida desde entonces persiguiendo lo que soñé cuando estaba sentado en esas celdas. Nunca miro al pasado, siempre miro hacia adelante”.

En 1988 Alvarez se retiró de la administración Reagan y fundó su primera empresa, una consultoría de gestión en Virginia.

Aprovechando sus ocho años con el gobierno y los conocimientos que adquirió, decidió que contaba con la experiencia para competir con éxito por contratos con diferentes departamentos gubernamentales.

Para crear la empresa recibió ayuda del programa de gobierno para veteranos discapacitados. Los años de tortura y malnutrición le afectaron los nervios, y sufre de artritis vinculada a las fracturas en los huesos y otras lesiones.

En 2003 vendió esa primera empresa y un año más tarde lanzó Alvarez & Associates.

Además de la consultoría de gestión, la firma maneja contratos de tecnología de la información para el gobierno de EE.UU., y emplea 28 personas, muchas de las que son, como Alvarez, veteranos del ejército.

El año pasado registró ganancias de US $180 millones.

Everett Alvarez

A pesar de los cargos gubernamentales de alto perfil y el respeto que se ganó por sobrevivir esa experiencia durante la guerra (sólo otro estadounidense ha logrado aguantar más), Alvarez no da por sentado su éxito.

“Todavía tengo que probarle a mis clientes que pueden confiar en que haré un buen trabajo”, dice.

Y, para él, la clave sigue siendo la misma.

“No importa cuán técnico se vuelva el negocio, cuán dependiente de la automatización y la tecnología, todavía son necesarias las relaciones personales para tener éxito”.

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