Las masacres y el silencio en México
El presidente casi mudo, paralizado y rebasado, como si la culpa no fuera suya.
“No creo que las imágenes puedan mentir. He visto noticieros, fotografías…”
Octavio Paz en La Noche de Tlaltelolco
Los muertos en México ya no se pueden esconder. Las masacres de Tlatlaya e Iguala demuestran lo peor del país: el ejército matando civiles y la policía asesinando estudiantes. Es el México Bárbaro. Y el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto casi mudo, paralizado y rebasado, como si la culpa no fuera suya.
Tras la desaparición de los 43 estudiantes en Iguala, Peña Nieto llamó a una inusual conferencia de prensa en la que no permitió que ningún reportero le hiciera una sola pregunta. De hecho, no ha dado ni una sola conferencia de prensa –abierta, sin preguntas o temas pactados- desde que llegó al poder. Error y temor.
El silencio es la política oficial. El gobierno tiene como absurda estrategia de comunicación el no hablar públicamente de los crímenes ni de los narcos. Por eso ésta es una crisis creada desde la presidencia. Se pasaron casi dos años escondiendo cifras y diciendo que no pasaba nada. Y luego les explotan estas dos masacres y aparecen fosas con cadáveres por todos lados. Esconder la cabeza, como el avestruz, no borra la realidad.
Y la realidad es que, en materia de seguridad, las cosas están peor con Peña Nieto que con su predecesor, Felipe Calderón. Hay muertos y crímenes por todos lados.
Dos datos concretos: en el 2013 –el primer año de Peña Nieto en la presidencia- hubo más hogares que sufrieron delitos (33.9%) que en los dos últimos años de Calderón (32.4% en 2013 y 30.4% en el 2011). La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) es aterradora: en 10.7 millones de hogares hubo al menos una víctima de delito. Además, en 2013 se registraron 131,946 secuestros, 25 por ciento más que en el 2012. Eso no es salvar a México.
Peña Nieto ha querido venderse, dentro y fuera del país, como un presidente reformista. Pero la portada de la revista Time con el titular Salvando a México –Saving Mexico- fue tan prematura y gratuita como darle el premio Nobel de la Paz a Barack Obama antes de los bombardeos a Siria. Mientras sigan matando y secuestrando a mexicanos, no importa cuántas reformas proponga Peña Nieto.
Peña Nieto tiene ante millones de mexicanos un problema de legitimidad y, por lo tanto, está obligado a demostrar que el puesto no le queda grande, que no es débil y que no está perdido. Muchos mexicanos siguen creyendo que ganó la presidencia con trampas -con mucho más dinero y comerciales que sus oponentes- y que no se merece estar en Los Pinos. La única manera de contrarrestar esa falta de legitimidad de origen es con resultados y gobernando bien. Es obvio que todavía no lo ha logrado.
La marca México está muy golpeada. ¿Cómo vas a atraer a compañías extranjeras a invertir en petroleo y telecomunicaciones cuando tu ejército y policía, en lugar de cuidar a sus ciudadanos, los mata? El dinero busca seguridad, no matanzas.
La masacre de Tlaltelolco en 1968 y su total impunidad –nadie, nunca fue arrestado o condenado por esa matanza- fue posible por la complicidad de muchos “periodistas” que nunca se atrevieron a ser periodistas. Pero gracias a Elena Poniatowska y su libro, La Noche de Tlaltelolco, sabemos qué ocurrió. Hoy hay muchas Elenitas en Twitter, Facebook e Instagram —junto a valientes reporteros en los medios más tradicionales- que no van a dejar que vivan tranquilos los responsables de las matanzas de Tlatlaya e Iguala. El silencio funcionó en 1968; ya no funciona en el 2014.
México huele a podrido, huele al viejo PRI. Estudiantes en todo el país, con marchas y protestas, ya no se tragan el cuento oficial de que buscaremos y castigaremos. Las líneas están marcadas: el gobierno, su ejército y la policía no están con los estudiantes, con las víctimas de la violencia, ni con sus familias. México se rompió en Iguala.
Hay que decirlo tal cual: Peña Nieto no ha podido con la inseguridad. Ante las masacres, su gobierno se ha visto incompetente y negligente. Su silencio –más que estrategia de comunicación- es la señal más clara de impotencia y de que no sabe qué hacer. ¿Cuál es el plan para que éstas masacres no vuelvan a ocurrir? No oigo nada.
El silencio es, muchas veces, el peor crimen