‘Pa la China me voy…China… Allá voooooooo’

Entre la desafortunada imagen del peluquero y las fotos de la mansión de "la Gaviota Primera Dama ", algo huele mal

Fue el “selfie” de la indignación. Se lo hizo el maquillista de la primera Dama de México, Alfonso Waithsman. La autofoto, lejos de ser un acto ingenuo de un simple peluquero que subía a un avión presidencial para un viaje de gobierno a la otra parte del mundo, desató la ira, antes de levantar vuelo.

Un viaje lleno de críticas y descontento popular, claro, por lo costoso que es a estas alturas ir hasta la remota Asia y que la primera familia del país, en medio de los peores escándalos institucionales y sociales de la administración de Enrique Peña Nieto, se lance en la aventura. Entre ellos, el más aterrador, la desaparición (aún sin respuestas) de 43 estudiantes en Iguala, Guerero; y la casa de $7 millones de dólares a nombre de la Primera Dama, Angélica Rivera, “la Gaviota”, así popularmente conocida por su momento de esplendor como actriz de telenovela. Se la construyó un contratista supuestamente testaferro del presidente. Las fotos de “la casita” le dieron la vuelta a México y al mundo más rápido que el peluquero llegara a la misma China.

Las críticas al maquillista fueron desde “No es momento para presumir nada”, hasta “¡Qué pena! Ustedes gozando y todo el pueblo de luto. Y los muertos… ¿qué?“.

Es que cuando este individuo disfrutaba sentadito muy cómodo en el avión presidencial de México, camino a su excursión asiática, los testimonios de algunos de los que supuestamente participaron en las desapariciones -como víctimas y victimarios – hacían hervir el país, mientras la prense repetía la macabra confesión:

– ¿Había algunos muertos en la camioneta antes de bajarlos?

– Sí, al momento que yo iba pasando a los chavos, ya había muertos, aproximadamente 15 muertos.

-¿Muertos de bala o de qué?

– Se ahogaron, se asfixiaron.

Vivos y muertos los 43 supuestamente fueron entregados a la organización criminal Guerreros Unidos y llevados a un basurero.

Según la declaración, a los que habían sobrevivido, los Guerreros Unidos les habían preguntado quiénes eran y qué hacían. Contestaron: “Estudiantes”. Todos recibieron un tiro de gracia. Después los quemaron durante horas. Los pocos restos que quedaron fueron tirados a un río como basura. Los dedos apuntan como autores intelectuales de la última noche oscura de México al entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y a su esposa, María de los Ángeles Pineda. Los dos están ahora tras las rejas, mientras se espera que pongan sobre la mesa las piezas que hacen falta para armar este rompecabezas.

Hasta un equipo argentino de antropología forense -a fuerza de tanto dolor, especializados en eso de identificar desaparecidos sin nombre- ya determinó que restos encontrados anteriormente hasta su llegada no son de los estudiantes. Pertenecen a otra lista de víctimas de las guerras diarias del narcotráfico o quién sabe qué otras en el día a día azteca.

Entre la desafortunada “instantánea” del peluquero en su viaje asiático y las fotos de la discreta mansión de “la Gaviota Primera Dama “, algo huele mal. Quizás sean los cuerpos de los 43 estudiantes que aún claman en algún sitio desconocido.

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JorgeViera

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