Más allá del circo, la maroma y el teatro (VIDEO)

Detrás de la misteriosa tragedia de El Hijo del Perro Aguayo se esconde la esencia del luchador: el miedo a jugarse la vida en cada lance

El luchador mexicano "El Hijo del Perro" Aguayo" (c) recibe atención tras recibir una patada voladora de su rival, Rey Misterio.

El luchador mexicano "El Hijo del Perro" Aguayo" (c) recibe atención tras recibir una patada voladora de su rival, Rey Misterio. Crédito: EFE

México, DF .- La noche que la muerte lo venció, El Hijo del Perro Aguayo tenía miedo.

Y no por alguna extraña premonición o una sensación sobrenatural. La razón es mucho más sencilla: porque todos tienen miedo. Sólo que algunos no lo admitirán.

De la misma manera, al aficionado le cuesta trabajo aceptar que la lucha libre mexicana sea un deporte de alto riesgo y no un espectáculo circense. Pero ahí está la prueba.

“Esos son los riesgos de la lucha libre. Sabes cómo vas a subir al ring, pero no sabes cómo vas a bajar”, dice el gladiador Último Guerrero. “Estos accidentes, aunque lamentables, sirven para que la gente se dé cuenta que no es puro circo, maroma y teatro”.

La tragedia llegó al Auditorio Municipal de Tijuana, y de una manera casi absurda.

Fueron unas “tijeras voladoras”, lance de lucha libre que, aunque vistoso, genera poco daño para un luchador profesional, que prácticamente sólo es derribado por un contrincante que gira sobre su cuello.

Pero la madrugada del sábado, fue la excepción, no la regla. Poco o nada tuvieron que ver las patadas voladoras de Rey Mysterio o el dramático impacto de Aguayo sobre las cuerdas. Así lo ven quienes saben del negocio de la vida y de la lucha.

“A mi parecer, el trauma viene cuando (Aguayo) sale de las ‘tijeras’”, comenta el doctor Gerardo Herrera, especialista en anestesiología y medicina del dolor, luego de haber revisado el video de la secuencia trágica.

“Hay un periodo de trauma y la pérdida de funciones. Seguramente, en ese momento se luxó la vértebra cervical.

Ya con las patadas y el latigazo en el cuello contra las cuerdas, la misma vértebra lesiona la médula espinal”.

Último Guerrero, viendo el accidente desde la perspectiva del luchador, confirma las sospechas médicas.

“No sé si el golpe viene al salir de las ‘tijeras’. Se ve que se golpea con la ceja del ring – el borde del cuadrilátero – y se para lento. Yo creo que ya iba desnucado después de eso. Dudo que las patadas hayan sido un factor.

“No he visto ese ring, pero muchas veces en arenas de ese tipo, la ceja del ring es de puro metal, muy peligroso”, recalca Último Guerrero.

“Hay que aprender de todo esto. Hay que estar al pendiente. No hay culpables en esta situación”, asegura.

“Cuando es box, es uno contra uno y si alguien se cae se para la pelea. En la lucha libre no es así, no cuando es de parejas. Por eso no se detuvo la pelea… La gente cree que esto es puro circo, pero la cosa es de ganar”.

Pero no hubo ganadores. Fue una de esas veces en donde todos perdieron la lucha.

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Un accidente sin culpables, de acuerdo con el luchador, quien aclara que la actuación de Conan, el “second” de los rudos y quien fue el primero en llegar al agonizante Aguayo, sacudiéndolo bruscamente, estaba dentro de sus funciones.

“Todo ‘second’ tiene como función animarte, reanimarte, pedirte que sigas adelante y le eches ganas”, explica Último Guerrero. “Él intentaba animarlo. Nadie sabía cómo estaba”.

Sin culpables, pero con una víctima. Pedro Aguayo Ramírez, El Hijo del Perro Aguayo, el líder del bando de luchadores conocido como Los Perros del Mal. El rudo más carismático de su generación.

Su lema era claro: “Dios perdona… los Perros no”.

“Dios perdona…”.

Al “Perrito” se le podía llamar de mil maneras y de otras mil se le puede recordar. Con tan sólo 35 años de edad, parecía tenerlo todo. Lo había ganado todo, incluso la lucha más dura de su vida: una dura batalla contra el cáncer de estómago.

“… los Perros no”.

“No teníamos una amistad, el coraje que nos teníamos era real”, aclara Último Guerrero, su claro oponente. “En estos momentos todos van a decir que eran su amigo. Yo no. Era mi rival y había que golpearlo”.

Para otros, como el legendario Atlantis, la pérdida de Aguayo Ramírez va más allá de una rivalidad, un bando o una empresa. Se trata de una página arrancada de un libro de la historia de su vida. Lo vio crecer, lo vio desarrollarse y convertirse en ídolo, como él.

“Yo lo conocí desde que tenía cinco años”, recuerda Atlantis. “Con su padre siempre tuve una amistad muy cercana. A él, al hijo, lo respetaba y el a mí. Todos somos parte de una gran familia de la lucha y su pérdida es lamentable”.

Lamentable sí, desperdiciada jamás. Su partida tiene varios propósitos, uno de ellos es poner la vida y, en especial la muerte, en perspectiva. Particularmente para los que han llevado toda una vida dentro del encordado.

“En todas las arenas, en todos los vestidores, estamos hablando de eso”, revela Atlantis. “Te pone a pensar en la muerte. Yo a la muerte le tengo mucho miedo, sé que me debo morir, pero no quiero pensar en ello. Me siento como novato, aún tengo muchos planes dentro de la lucha libre”.

Y al igual que en la lucha libre, siempre hay dos ópticas: Rudos o técnicos, máscara o cabellera. La vida… o la muerte.

Blue Panther escoge, sin lugar a dudas, recordar la vida y no la partida del “Líder de la Jauría”.

“A él lo conocía desde hace 32 ó 33 años, cuando era muy pequeño, pero mi primer recuerdo de él como luchador fue un torneo de lucha olímpica en 1992 contra Juventud Guerrera”, señala Panther.

Lo que dice “El Maestro Lagunero” (Panther) fue precisamente 1992, el año en el que él vio a la muerte a los ojos, al sufrir una fuerte lesión cervical tras ser víctima de un “martinete” propinado por su rival Love Machine en la Arena México, catedral de la lucha libre mexicana. Parecía el fin de su carrera, pero Panther sólo dejará la lucha en sus términos. Y Aguayo, también.

“Pese a su juventud, yo siempre lo admiré porque hizo lo que quiso. Hay gente que hace lo que puede y quienes hacen lo que quieren. Él hizo lo que quiso”, recalca.

Lo más importante, de acuerdo a Blue Panther, fue la forma en que Aguayo murió.

“No me da miedo el ring. Porque puedo subir triunfante y bajar como el ‘Perrito’”, dice el legendario luchador. “Sin temor a equivocarme, el 99.9 por ciento de los luchadores quisiéramos morir así, haciendo lo que amamos y con nuestra gente”.

La colorida lucha mexicana hoy luce mucho más opaca y sombría. La única máscara sobre el ring es la de la tragedia y el rudo más carismático de su generación descubrió que la última caída si tiene límite de tiempo.

“Dios perdona, los Perros no” y, lamentablemente, la lucha libre tampoco.

Sobre el autor: León Felipe Girón es un periodista deportivo en la Ciudad de México con 12 años de experiencia en publicaciones como Récord, El Universal y Excélsior. Fue corresponsal de lucha libre para el Diario Hoy de Los Ángeles. Actualmente es colaborador de Associated Press. Puede ser contactado en @leon_giron

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