Cuando el acoso sexual se da en tu trabajo y a manos de tu jefe
Una becaria acusa a un alto académico de la Universidad de Guanajuato de acoso sexual durante un viaje de trabajo; su caso está entre apenas el 30% de las víctimas que si presentan una denuncia formal
GUANAJUATO.- Durante varios meses, María Isabel Puente no soportaba el olor del vino: le recordaba la noche del 7 de agosto de 2015 cuando, según relata a La Opinión y por primera vez con nombre y apellido, su jefe la acosó sexualmente. Antes de bajarse los pantalones, dice, “le lamió” por la fuerza las mejillas, el cuello y las orejas con ese tufo fétido mitad uva fermentada mitad saliva.
María Isabel se estremece, hace una mueca de asco y busca con urgencia el vaso de jugo de naranja que bebe frente a la Plaza de Armas donde relata su versión de los hechos, a unos pasos de la sede principal de la Universidad de Guanajuato, donde ella era becaria y donde aún trabaja el presunto acosador: el coordinador del Doctorado Interinstitucional en Derecho Julio César Kala.
Segunda entrega de la serie especial: Acoso sexual: Cuando ellas contraatacan
No es cualquier cosa llevar públicamente al banquillo de acusados al “doctor”, como ella lo llama. Es un hombre poderoso en el mundo académico, político y social de la región, compañero de proyectos del actual rector de la institución Luis Felipe Guerrero, quien a la vez es amigo del ex gobernador Otto Granados y de muchos que mandan.
Pero la joven de 26 años está decidida. Cuenta que, incluso Guerrero atestiguó un supuesto precedente de acoso sexual verbal de Kala hacia ella al que, en su momento, no le dio demasiada importancia porque pensó que era una fanfarronada de borracho.
“Fue durante un viaje de trabajo a Chile. En un evento académico nos llevaron a comer a un lugar muy bonito, mi jefe tomó unas copas de más y frente a todos los invitados hizo un comentario que me incomodó mucho: dijo que si yo me descuidaba “él se me subía”. Yo estaba muy sorprendida y mejor me quedé callada; al otro día, todo siguió normal”.
Kala no quiere hablar sobre las acusaciones en su contra con este medio de comunicación al que atiende brevemente vía telefónica. Sólo comenta que “ya dio su versión a la Comisión de Derechos Humanos”, pero desconoce que existiera una demanda legal. De cualquier manera, agrega, “yo sólo voy a declarar ante las instancias oficiales (no ante la prensa)”.
El día después
La mañana del 8 de agosto, María Isabel abrió la llave de la tina del baño y se sumergió con desgano en el agua para reflexionar sobre lo que recordaba de la noche anterior, después de una cena por la clausura del doctorado interinstitucional en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, cuando su jefe y ella regresaron juntos al hotel.
Graduada en derecho, su labor como asistente de Kala era coordinar la logística de las giras para el desarrollo del doctorado y, muchas veces, cuando El Doctor no asistía a clases, también la hacía de suplente, pero aquella noche le pidió algo más.
– ¿Podemos subir un momento a tu habitación? Quiero preguntarte algunas cosas que sobre mis hijas.
Las hijas de su jefe eran amigas de ella, tan cercanas que en alguna ocasión llegó a quedarse en su casa. “No me pareció extraño que quisiera hablar conmigo como padre y por eso acepté que fuera a la recámara que tenía una salita con mesitas y sillas donde podríamos platicar”.
Durante los primeros minutos, la conversación se enfocó en las muchachas, pero “¿en qué momento dio el giro?”, se pregunta ahora María Isabel. “Quizás cuando él tomó confianza y abrió la botella de vino que quedó de la zona”.
– Tú necesitas a alguien que te haga bien el amor- le recomendó. Y ese alguien soy yo.
– No me diga eso, doctor- respondió ella encaminándose a la puerta para invitarlo a salir, pero él la atajó.
– Me voy a ir si me das un beso.
Así comenzó una persecución en la alcoba hasta que Kala la acorraló, rodeó la espalda de María Isabel, apretó sus pechos y se bajó los pantalones para exhibirse en calzoncillos con figuritas de Mickey Mouse. “No te voy a penetrar”, insistía una y otra vez. “Sólo dame un beso”.
En el forcejeo, el vidrio de la mesa se rompió y el ruido llamó la atención de los guardias del hotel quienes llamaron inmediatamente por teléfono. Kala la soltó para echarse a correr.
El timbre del teléfono sacó a María Isabel de sus memorias en la tina de baño. ¿Señorita Gutiérrez? La esperan en recepción: debe regresar a la Universidad de Guanajuato.
¿Justicia ciega?
El Instituto Nacional de la Mujer (Inmujeres) documentó en 2014 que siete de cada 10 trabajadoras mexicanas sufren de acoso laboral conocido como “mobbing”, principalmente de tipo sexual; con todo, sólo el 30% de las víctimas denuncian formalmente ante las autoridades correspondientes y sólo el 1% termina en sentencia.
“Las penas son muy bajas. Hace algunos años eran 40 días de multa de salario mínimo (alrededor de 350 dólares) y evidentemente el castigo no era suficiente”, observa Gerardo Palomar, analista del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
“Ahora tenemos de seis meses a dos años de prisión más una multa, pero al no aplicarse las leyes, la amenaza de prisión no espanta lo suficiente para que no se cometa el delito”.
María Isabel estuvo a punto de engrosar los números de la no denuncia. Cuenta que antes de renunciar, llevar el caso a la Comisión Estatal de Derechos Humanos y a la Procuraduría de Justicia del Estado de Aguascalientes, donde ocurrieron los hechos, ella pidió un cambio de área de trabajo, lejos de él.
“Me lo negaron ocho personas de diversas áreas, incluyendo mi tía (cuyo nombre se reserva por asuntos familiares, pero es la secretaria particular del rector) porque estaban en campaña para la rectoría y un escándalo podía afectar su ascenso”.
La versión de las autoridades universitarias es más breve. En respuesta a la solicitud de La Opinión, el vocero Eduardo López -quien accedió a responder sólo por correo electrónico- afirmó que el “asunto está siendo atendido por la Comisión de Honor y Justicia”, que “la señorita y el profesor ya ofrecieron pruebas por escrito” y que se están definiendo “los términos de su desahogo”.
López respondió además que María Isabel no se transfirió a otra área laboral porque oficialmente no era trabajadora de la Universidad de Guanajuato (aunque debía cumplir con una jornada de ocho horas).
“La señorita gozaba de una beca en su calidad de alumna del curso de idiomas de chino mandarín, en virtud de la cual se le otorgaba un apoyo económico por parte de la UG y ella a su vez realizaba tareas de apoyo en una Coordinación de un Programa de Posgrado”.
En un comunicado de prensa la rectoría reconoció previamente que no existe un protocolo de actuación para que las posibles víctimas de acoso sexual en la institución hagan una denuncia y ésta se atienda.
Esta falta da pie a todo tipo de situaciones. María Isabel afirma que ‘El Doctor’ intentó sobornarla con un cheque en blanco que ahora guarda como prueba contra él junto con la un chat en la aplicación Whats App donde su ex jefe le ofrece regresar, se disculpa y le dice que “no es un monstruo”.
María Isabel hace una pausa para mostrar la conversación. Sorbe otro trago. Pasa del jugo al café y mira de reojo la iglesia para recordar el día que caminaba por ahí y se topó de frente con Kala y su esposa.
“La plaza estaba vacía y ellos me miraban con odio porque ya había puesto la demanda ante derechos humanos, fue tan intimidante que a mí no se me ocurrió otra cosa que meterme al templo y yo, que no soy religiosa, me eché a llorar en un rincón mientras todos rezaban el Padre Nuestro”, recuerda.