Un restaurante en El Bronx que planta cara a Trump

Los dueños de La Morada afirman que ya no tienen miedo por ser indocumentados, quieren ser ejemplo de lo que es luchar para ser empresarios incluso sin papeles y critican, desde El Bronx, a quien ve ilegales en esta comunidad trabajadora a la que pertenecen

Dicen que para sentir empatía y saber cómo hablar del prójimo hay que caminar en sus zapatos, al menos, tres millas. Caminar en los de Natalia Méndez es duro. Tanto que a sus 46 años, esta trabajadora, empresaria, emigrante, madre de tres hijos y esposa tiene los pies deformados. Cuando enseña los tobillos, explica rápidamente, que están desgastados tras muchos años de trabajo sin parar.  Pese a este problema sigue trabajando y se mantiene muy erguida, física y metafóricamente, junto con su esposo, Antonio Saavedra, de 50 años.

Naturales de Oaxaca, esta pareja vive plantando cara a la adversidad. En 2008, y tras años de distintos trabajos decidieron hacer realidad un sueño y con el poco dinero que tenían ahorrado abrieron su propio restaurante. Se trata de La Morada, en el sur de El Bronx. Un local pequeño, acogedor pero sin pretensiones, en el que se sirve comida de su región, una especialidad culinaria basada en las recetas familiares de Méndez y que no solo se ha ganado grandes críticas sino que ha llevado a muchos vecinos de otros condados, e incluso otros países, a visitar este restaurante.  La Morada abrió en uno de los años más difíciles para la economía de EEUU tras la Gran Depresión y Méndez y Saavedra admiten que durante cuatro años “íbamos al día”.

Ahora, en un momento en el que la hostilidad hacia el inmigrante se ha instalado en buena parte del discurso electoral, los dueños de La Morada vuelven a plantar cara. Durante las primarias en Nueva York y ante la posibilidad de que el senador republicano Ted Cruz lo viera a su paso por el sur de El Bronx pusieron en el toldo de su local un cartel llamando al fin de las deportaciones. Ellos mismos y dos de sus hijos caminan en esos zapatos porque Méndez y Saavedra llegaron a EEUU con 20 y 24 años respectivamente sin documentos.

Y así están hoy. Como muchos indocumentados, con impuestos pagados en EEUU desde que llegaron y comenzaron a trabajar en el distrito textil, a veces para ver cómo les estafaban por las horas de trabajo, pero sin papeles de residencia.

Natalia Mendez en su restaurante, "La Morada" ./ Mariela Lombard
Natalia Mendez en su restaurante, “La Morada” ./ Mariela Lombard

Saavedra explica que hubo un momento en el que tuvieron miedo a las redadas pero ahora con una voz calmada y una mirada intensa que llena de dignidad sus palabras explica que ya no tiene miedo “No hemos hecho nada malo. Nuestro delito es perseguir una vida mejor. He pagado siempre mis taxes y nunca he usado los servicios sociales. Tenemos fuerza para trabajar, orgullo y dignidad. En este país no hay 11 millones de delincuentes”, afirma.

“Queremos trabajar para vivir dignamente, no por hacer más dinero. Quiero que se me tenga respeto y ser ejemplo de que si se puede emprender un negocio incluso sin papeles”, explica Méndez. “El miedo es lo más fácil pero la comunidad sabe quienes somos y nos apoya. Ya no es hora de vivir con miedo sino con honor”.

Un largo viaje

Méndez y Saavedra se casaron muy jóvenes y en un momento en el que en su tierra se padecía una fuerte sequía. “Teníamos dos hijos de tres y dos años y decidimos que no queríamos que pasaran hambre. Porque en aquel momento había hambre. No había mucho que comer y también había hambre intelectual. Yo quería que ellos fueran al colegio”, dice ella.

La pareja, que admite que tiene dificultad para leer, explica que crecieron con buenas costumbres y buena educación que fue pasada por unos ancestros que si bien no fueron al colegio “tenían muchos conocimientos”. “Mi esposo y yo no tenemos una educación literaria pero tenemos sabiduría para emprender”, explica esta mexicana.

Pero ellos querían una educación formal para sus hijos (“que fueran mejor que nosotros”, dice ella) y llegaron a Nueva York con el plan de trabajar durante un año. El objetivo era ahorrar y volver a su país para abrir un negocio y tener esa vida mejor con la que soñaban. “Nos dijeron que aquí fluía la leche y la miel, pero no es verdad. El dinero no fluye, hay que trabajar mucho”, explica Saavedra. Méndez lamenta que en aquel tiempo tuvieran “el alma desgarrada por dejar a los niños”

“En aquel momento no había muchos indocumentados”, recuerda Méndez, “y no era difícil encontrar un trabajo”. Eso si, las primeras semanas trabajaron gratis porque no les pagaron el sueldo que les debían en la fábrica. Lo que fue más difícil fue encontrar un lugar al que llamar hogar. Su desembarco en Nueva York coincidió con un frío invierno y estaban prácticamente en la calle hasta que un “buen samaritano” les ofreció un cuarto por $400 en Washington Heights que podían pagar tres semanas más tarde cuando cobraran un sueldo.

Tras un año vieron que la oportunidad estaba en quedarse y decidieron traer a los hijos también indocumentados. Saavedra dice que “el delito, lo cometió él” pero cuestiona fieramente que querer tener una oportunidad sea un delito.

Y con ello calmaron el hambre intelectual. Los dos hijos y una tercera hija que tuvieron ya en Nueva York han ido todos a la universidad. “El mayor estudió Ciencias Políticas en Ohio, es escritor, pintor, poeta, mesero y reparte comida porque tiene un título y los pies en la tierra”, dice Méndez con orgullo de madre feliz. Sus hijos, graduados, trabajan en el restaurante.

Riesgos

Ser indocumentados les hizo presa de quienes pudieron aprovecharse de su espíritu emprendedor y fueron estafados en un par de ocasiones mientras abrían el negocio. Por supuesto les negaron crédito en el banco. “No calificábamos porque no somos residentes pero ahora que ven que tenemos capacidad para hacer dinero ya si me atienden y me ofrecen préstamos ¿quién sirve a quién?”, dice Méndez desafiante.

Saavedra cita al presidente mexicano Benito Juarez para recordar que el respeto al derecho ajeno es la paz y ellos, como los millones de indocumentados que hay en este país, merecen esa paz y vivir sin miedo. Cuando se les recuerda que el presidente Franklin D. Roosevelt, dijo que a lo único que hay que tener miedo “es al miedo en si mismo”, aseguran estar de acuerdo. “No tenemos miedo a la deportación”, dice Méndez. “Lo único que tenemos que hacer es dormir bien por la noche porque no sabemos que va a pasar mañana”.

Inevitablemente hay que hablar de la candidatura de Donald Trump a la Casa Blanca en las filas republicanas. Un candidato que amenaza con construir un muro y deportar a todos los que son como ellos.

Natalia Mendez junto a su esposo, Antonio Saavedra y su hijo, Marco (con gorra y camisa roja)son los dueños del restaurante "La Morada" ./ Mariela Lombard
Natalia Mendez junto a su esposo, Antonio Saavedra y su hijo, Marco (con gorra y camisa roja)son los dueños del restaurante “La Morada” ./ Mariela Lombard

“A Trump le diría que recuerde que esta nación la crearon los inmigrantes, sin papeles porque entonces no había quien se los reclamara. Si somos deportados él estaría cortando la raíz de este pueblo. Su muro destruye los cimientos en los que está construido el país”, dice Méndez antes de repetir que no tiene miedo a la deportación o hablar de ello con este periódico. “Tengo que vivir siendo fiel a lo que creo”.

Esta mujer admite que el momento es trascendental y lo ve injusto por la cantidad de trabajo que ha dedicado a este país. “La tierra es para quien la trabaja”, reclama su marido quien tampoco confía en los demócratas. “Hablan de esperanza pero no hacen nada para cambiar la situación”. Para Méndez Dapa y Daca son migajas. “No hemos hecho nada malo. Solo hemos trabajado, merecemos una reforma integral y que se nos pida disculpas por cómo se nos ha tratado. Somos 11 millones y necesitamos que se nos trate con dignidad”, demanda con rotundidad.

Parte de la librería de La Morada. /Mariela Lombard
Parte de la librería de La Morada. /Mariela Lombard

Sin viejitos pero con libros

La Morada está, efectivamente decorada con color morado, pero realmente el nombre se refiere al hogar de reunión de la comunidad en Oaxaca. “La Morada es donde los viejitos nos platican, nos contaban cosas de la vida, nos enseñaban”, explica Méndez.

En el sur de El Bronx no están los viejitos oxaqueños que enseñan desde su experiencia pero Méndez señala una gran estantería llena de libros. “Son los de los chicos”, cuenta para explicar que es el lugar de donde parte la educación esta particular morada. En las paredes hay fotografías de emigrantes y activistas.

Méndez dice que sigue soñando y quisiera en los próximos años tener un edificio en el que poder mantener su restaurante con platos indígenas, una segunda planta con más libros y una galería de arte.

Parte de su deseo es también volver a su tierra. “Solo volvemos en sueños”, dice Saavedra. “Hace 25 años que estamos sin volver y la familia que ya está mayor está allí. Se me destroza el alma al pensar que no puedo estar con mi madre que está enferma. Hace 25 años que estamos aquí y me gustaría regularizar mi situación para poder volver y abrazar a mi familia”.

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