Abandona el sacerdocio y busca al amor que dejó hace 20 años

Hay amores que son para toda la vida

La pareja se conoció en la adolescencia, pero él nunca se animó a hablarle de amor.

La pareja se conoció en la adolescencia, pero él nunca se animó a hablarle de amor.  Crédito: (Suministrada)

El dice que es así nomás, que nunca pudo sacarse de la memoria y del corazón el momento exacto en que se conocieron, hace veinte años, cuando la escuchó decir su nombre, cuando la vio sonreír por primera vez en plena adolescencia de ambos. Dice también que durante los años que no se vieron, nunca dejó de pensar en ella y que, desde que se reencontraron, hace un año, la piensa así, desde el alma, mucho más. Cristian dice también que Antonela es el gran amor de su vida, pero que está muy tranquilo porque sabe que no fue por ella que abandonó los hábitos sino porque luego de haber elegido ser sacerdote en su búsqueda personal de la felicidad, en un momento supo que no era de ese modo que iba a encontrarla. Entonces tampoco imaginaba que aquella chica a la que nunca se había atrevido a hablarle de amor iba a convertirse en el verdadero camino hacia la plenitud.

Se conocieron de chicos, durante una peregrinación hacia el santuario de Saguier, en Santa Fe, la misma zona en la que vivían, ella en San Vicente, y él, en María Juana, pueblos vecinos. Tenían 16 y 17 años. Durante un tiempo, siguieron viéndose -él era amigo del hermano mellizo de Antonela- pero aunque él se moría de ganas de que pasara algo entre ellos, nunca le habló ni le dijo lo que sentía y solo fueron buenos amigos, hasta que luego cada uno hizo sus elecciones, dejaron de verse y estuvieron sin saber absolutamente nada del otro por muchos años. A los 28, Antonela se fue a Ushuahia, donde trabajó como psicóloga, y Cristian se convirtió en sacerdote de la Iglesia Católica y también en profesor de Filosofía en su pueblo, en Paraná y en Rafaela. Aunque el rostro de Anto -así la llama- se le aparecía cada vez que imaginaba cómo sería dejar los hábitos y salir al mundo de los hombres laicos, nunca habló de ella con nadie, ni siquiera con su acompañante espiritual, quien lo ayudaba durante ese tiempo de confusión a poner en orden algunos pensamientos. No era un tema para compartir: ella siempre estuvo guardada en su corazón, en un lugar íntimo y secreto, como un tesoro.

Cristian y Antonela
(Suministrada)

Mientras él ejercía el sacerdocio y reconfortaba a almas tristes, en su consultorio de Ushuaia, Antonela atendía a chicos y a adultos en problemas. Aunque tuvo un par de parejas estables y llegó a convivir circunstancialmente con uno de sus novios, nunca se casó ni tuvo hijos. A lo largo de los años cada uno desarrolló sus vínculos, sus proyectos, sus emprendimientos personales. Crecieron a su manera y lejos del otro, trabajando duro, preguntándose si estaban en lo correcto, buscando ser felices a su manera. Y hubo un día en que Cristian supo que la felicidad no iba a llegar si continuaba viviendo como lo hacía, y con la misma sinceridad con la que había tomado los hábitos, decidió abandonarlos. Escribe Cristian: “Como diría Machado, se va haciendo camino al andar. así es el camino de la plenitud y de la felicidad, es un camino de continua búsqueda. Y a veces se acierta de inmediato y otras no, hay que reorientarse y volver a elegir. Y con esto no estoy diciendo que no hay sacerdotes felices. Los hay, los conozco. Solo que mi felicidad no pasaba por allí”.

Recién entonces, cuando salió de la Iglesia, se animó a buscarla. Hace poco más de un año tomó impulso y le pidió amistad por Facebook; ella respondió rápido al pedido y muy pronto las charlas se trasladaron a WhatsApp. Antonela recién supo que él había sido cura revisando las fotos de su muro; no tenía idea, nunca antes nadie se lo había contado. Cuatro meses después de volver a hablarse por escrito, se encontraron cara a cara nuevamente. Fue en San Vicente, donde ella nació, y la sensación para ambos fue la del reencuentro de dos conocidos, con esa confianza intensa de siempre, que los ayudó a sortear los casi veinte años que estuvieron sin contacto. Fue una cita breve -él tenía que entrar a dar clases a una secundaria cercana- pero charlaron mucho en ese rato y, aún en su brevedad, fue un momento potente, inolvidable. Se abrazaron con ganas, al despedirse. “Me quedó impregnado su perfume. Y, literalmente, cada vez que lo huelo, me lleva de nuevo a aquel momento”, escribe él. Quedaron en verse en Rosario, durante las vacaciones de invierno, poco después. Fue junto al lago del Parque Independencia de Rosario que él le confesó su amor, su amor de siempre, el que lo acompañaba desde aquella primera vez que la vio, en los 90, cuando el flechazo llegó con su rostro. Después de esa confesión, ya no se separaron más. Cristian dice que lo que los hizo reencontrarse y vivir esta historia de amor que hoy los enciende fue la persistente voluntad de ser felices.

¿Por qué no te hable hace veinte años?

¿Por qué no te dije lo que sentía por vos? La verdad, no lo sé. un poco de timidez, seguramente. Pero amo este presente, por eso no le doy tantas vueltas a esos porqués. En la ausencia de estos años te pensé, te busqué, siempre te tuve en el corazón. Vos eras el único rostro que aparecía cuando pensaba en otras elecciones, cuando imaginaba salirme. eras el único rostro, el único futuro que deseaba cuando buscaba otro camino hacia la felicidad. Eras esa bocanada de oxígeno revitalizante, como esos suspiros que doy y me preguntás a qué se deben. Pero ya no podía vivir de bocanadas aisladas. y me asfixié y salí a buscar aire. y te encontré.”, le escribió, romántico, a la mujer de sus sueños, hace poquito en una carta.

Cristian y Antonela
(Suministrada)

El 22 de abril pasado, mientras hacían juntos su primer viaje a Bolivia y Perú, Antonela lo sorprendió en Ñaupa, templo de la luna de oro, un santuario en Pachar, Perú, donde los incas realizaban sus celebraciones matrimoniales. Se habían prometido que ese viaje iba a ser un antes y un después para la relación que los une. Sin que él tuviera idea, ella había preparado cuidadosamente todo el ritual de matrimonio, había llevado los anillos, la ropa para ambos, había estado atenta a cada detalle. Se trata de un rito ancestral que incluye una ofrenda a la Pachamama y con el que se busca establecer un lazo espiritual con la naturaleza y lograr su bendición. Aunque la ceremonia es tradicional, además de tomar características de la cultura andina puede también tomar las de otra cultura o religión que esté vinculada con las creencias de alguno de los miembros de la pareja, de modo que se crea una fusión. “Desde ese momento, nuestras vidas quedaron unidas para siempre, hasta la eternidad”, cuenta entusiasmado él, que asegura que más allá de esa experiencia única y diferente, pronto piensan pasar por el Registro Civil y que también planean tener una boda religiosa porque siguen siendo los dos profundamente espirituales. Los hijos también tienen su lugar en los planes que dibujan juntos.

Cristian y Antonela
(Suministrada)

Cristian y Antonela viven juntos en una casa, en Rosario. “Parece que el corazón sentía la intuición de que lo volverías a habitar, por eso se quedó vacío todo este tiempo, pero con las ventanas sin postigos y la puerta sin llave, por si venías”, dice el fragmento de otra de las cartas que él le mandó, enamorado del amor que venció al tiempo. Antonela logró sorprenderlo en Perú, a la luz de las velas, cuando supieron que unían sus vidas para siempre. Cristian quiere sorprenderla hoy, con este relato.

(Señorita Heart/La Nación)

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