Editorial: Honor a los Caídos en guerra

En este año electoral vale recordar que para ser patriota no se necesita haber nacido en EE.UU.

El Día de los Caídos es para recordar el sacrificio de las personas que murieron en el servicio de las Fuerzas Armadas. Para honrar la memoria de hombres y mujeres que entregaron su vida en el cumplimiento de su deber. Aquí no hay minorías ni mayorías sino individuos hermanados en la generosidad de ofrendar su vida ante la exigencia de la nación, y del gobierno de turno.

Este es el caso del cabo José Gutiérrez, quien murió en una batalla en Irak en  marzo 2003. A los 14 años de edad Gutiérrez ingresó ilegalmente a Estados Unidos después de la muerte de sus padres en Guatemala. Primero recorrió México para llegar a nuestro país y luego fue el sistema de hogares temporales estadounidenses hasta los 18 años en que recibió la residencia.

Él quería ser arquitecto pero prefirió entrar a la Infantería de Marina “para devolverle a Estados Unidos, lo que Estados Unidos le dió. Él vino sin nada y el país le dio todo” dijo su “hermana” estadounidense. Gutiérrez está registrado como el primer muerto estadounidense en la guerra de Irak. Luego se le dió un ciudadanía póstuma.

En este día de un año electoral, el recuerdo de Gutiérrez debe estar presente. En especial para el virtual candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, que ve a los indocumentados como violadores y criminales. Lo mismo para todos aquellos que creen que el ingreso de menores de edad desde Centroamérica es una invasión de delincuentes. ¡Cuán equivocados están!

El sentimiento patrio de Gutiérrez hacia la tierra que le dio cobijo es el mismo que el de los más de 100 soldados inmigrantes que recibieron ciudadanía póstuma por su sacrificio en las guerras de Afganistán e Irak. Para ser patriota no se necesita haber nacido en esta tierra, no lo fue para el español George Farraguit cuando peleó en la Guerra Revolucionaria por la independencia ni para el guatemalteco ni para la próxima baja de un soldado inmigrante.

Nuestros soldados mueren cumpliendo la órdenes de su líderes civiles que los enviaron a la guerra. Para ellos el honor. Para los presidentes, guerreros de escritorio, que los mandaron a conflictos absurdos les queda el juicio de sus pares y de la historia. Finalmente, a los votantes les corresponde ahora la responsabilidad de elegir un líder que respete y valore la vida de sus soldados. Ese es el mejor homenaje para los caídos en combate.

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