El “convento de los millones”, el gran escándalo de corrupción de Argentina
En General Rodríguez, un municipio cercano a Buenos Aires, está el convento donde un exfuncionario del gobierno de Cristina Fernández trató de esconder US$9 millones. BBC Mundo estuvo allí.
En General Rodríguez, un municipio a 55 kilómetros al oeste de Buenos Aires, todos conocen el “convento de los millones“ o “el monasterio de López y sus bolsos millonarios“.
Con indignación o en broma, así le dicen al lugar donde el 14 de junio pasado fue capturado José López, exministro del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, con US$9 millones.
“Si va por plata, allá ya no dejaron nada”, dice con sorna un habitante de General Rodríguez.
Otros expresan su molestia, porque antes de esa captura, la población, que tiene 80,000 habitantes, no llamaba demasiado la atención del país. Y ahora está instalado en la memoria nacional como el lugar donde ocurrió uno de los más sonados casos de corrupción de los últimos años.
Antes de ese día, Jesús Ojeda, el vecino más cercano del convento, transportaba pollos y con ese trabajo alimentaba a su familia.
Y en el Monasterio Nuestra Señora de Fátima vivían, en aparente tranquilidad, cuatro monjas.
Pero la calma no volvería a ser tal desde esa madrugada cuando Jesús vio a un hombre lanzar bolsos hacia el interior del convento y decidió llamar a la Policía.
US$9 millones en billetes de euros, pesos y yuanes; monjas involucradas que se contradicen ante la justicia y que, luego se sabrá, no son monjas consagradas; el exfuncionario que comía escones mientras es detenido; y una bóveda en el convento, hacen parte del surrealista caso que ha sido festín para la prensa.
Todo, en un país que se polariza entre la K y la M, en alusión a Kirchner y Macri, y se debate entre las noticias de corrupción del gobierno anterior y la inflación y alzas de tarifas del nuevo. Una división social que ya se conoce como “la grieta”.
Una llamada inocente
Sin quererlo, el transportador de pollos terminó siendo parte de la historia y ya ha sufrido los rigores de esa fama.
“Hace pocos días llegó mi sobrina llorando porque en redes sociales dijeron que me habían matado en una panadería por ser testigo del caso López”, dijo el hombre que fue nombrado ciudadano ilustre de General Rodríguez.
Jesús declaró oficialmente ante la justicia que la policía tuvo que esperar más de una hora para ingresar. “Llegaron rápido. Yo me quedé esperando ahí con ellos; pero tocaban la bocina, la sirena y no les abrían el portón”, contó.
Por qué las monjas no abrían y lo que ocurría dentro del convento mientras la policía tocaba se ha ido conociendo en fragmentos escandalosos que ocasionaron la decisión de la Iglesia de ordenar una investigación canónica.
“Esto afecta mucho a la imagen de la glesia en la Argentina“, dijo a la prensa el nuncio apostólico, Emil Paul Tscherrig y agregó que mantiene informado del caso al papa Francisco.
Las contradicciones
Cuando llegaron los periodistas, una de las monjas dijo que, ingenuamente, pensaron que las bolsas contenían una donación de comestibles y que ella abrió la puerta a López por orden de la superiora.
Pero un video publicado por la televisión argentina, mostró a dos religiosas ayudando al ex funcionario a entrar los paquetes. A un lado de la entrada se veía un arma larga que el hoy capturado había puesto en el suelo.
Tras el escándalo, varios nombres salieron a la luz: los de las hermanas Marcela Albín; María Antonia Casas; la madre superiora Alba Día de España Martínez Fernández, la madre Clara Inés Aparicio y el de un obispo ya fallecido Rubén Héctor Di Monte.
Las dos primeras declararon en calidad de testigos en el juzgado que lleva el caso. A la madre superiora, de 90 años, el fiscal le ordenó un examen para conocer su estado mental y llamó a indagatoria a la madre Inés, quien se ve en el video entrando los bolsos.
Tras la primera declaración, el caso se complicó más para las monjas, pues quedó en evidencia que sí esperaban la llegada de José López.
Pasada la medianoche, la superiora les ordenó que se fueran a descansar. Luego se conocería que la madre superiora intercambió llamadas con la esposa de José López, quien llegó finalmente a las 3 de la mañana.
Una vez adentro, relataron las religiosas, puso los bolsos en la cocina y se fue durante una hora a la habitación de la superiora mientras comía escones preparados por las monjas.
En ese momento llegaron policías locales y lo capturaron sin saber aún quién era.
“‘¿Querés comer escones?’, nos ofrecía mientras lo deteníamos”, contó una de las policías que participó de la captura.
¿Son o no monjas?
A la relación de las monjas con el caso, se sumó un dato curioso: el monasterio no es en realidad un convento, sino una asociación civil de fieles.
“No son estrictamente monjas, pero en la Argentina a todas las religiosas les decimos monjas aunque no lo son”, dijo al sitio Vatican Insider del diario italiano La Stampa monseñor Santiago Oliveira, obispo de Cruz del Eje, de la provincia de Córdoba y presidente de comunicación social del Episcopado.
Para ser monasterio se requiere un permiso de la Santa Sede y este lugar no lo tiene. Sin embargo, como la asociación fue creada por el obispo Rubén Héctor Di Monte, que falleció en abril de 2016, la Iglesia considera que no puede desligarse del caso.
La conexión entre esta asociación religiosa y López era, precisamente, el obispo Di Monte.
Públicamente, y en varias ocasiones, De Vido manifestó su afecto por el padre Di Monte.
Y en el convento, la Fiscalía encontró bóvedas bajo los tapetes y documentos que señalan que Di Monte habría recibido millonarios aportes del gobierno pasado para la ampliación de su casa dentro del monasterio.
Por eso, el caso que puso a General Rodríguez en el mapa y a la Iglesia en el centro de la polémica, se ve lejos de terminar. Las hermanas tendrán que explicar por qué permitieron el ingreso de López a las 3 de la mañana, ayudaron a ingresar los bolsos, demoraron el ingreso de la policía y no dijeron nada frente al arma.
Mientras tanto, el convento es custodiado por la policía y en General Rodríguez los vecinos siguen cansados de orientar a los curiosos que quieren ir hasta el lugar a hacerse una foto.
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