“Haz lo que digo, no lo que hago”

Le costaba un poco asimilar las infidelidades de su padre, o el hecho de que no hubiera llegado a su nacimiento por estar acostándose con otra mujer

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Crédito: Shutterstock

– Todas las mujeres están cortadas por la misma tijera.

Sebastián escuchaba con atención las palabras de su padre. Lo que no había ocurrido en sus cuarenta años estaba pasando ahora. El día previo le había confesado a su madre que estaba enamorado de otra mujer y que se separaría. Enterado de la situación, su papá lo llamó para tener una conversación de hombres.

El hijo fue contento al encuentro y relató toda su historia de amor. Su padre escuchó en silencio, comprensivo. Sebastián estaba feliz de abrirse y sentir por primera vez en su vida que tenía un diálogo a fondo con su papá. Se preguntó por qué no lo habría tenido antes.

-Enamorarse de otra persona estando casado, por más que lo sientas como algo único y que no puede ocurrir, es bastante común-, dijo el padre relativizando la crisis.

Sebastián escuchaba absorto. Para él significaba una catástrofe. Algo que simplemente no podía suceder. Un rayo que le cayó cuando caminaba mansamente por la playa. Si bien lo había ayudado a despertar, el huracán había devastado su vida que él creía tener tan bien organizada. No dejó piedra sobre piedra.

Percibiendo que su padre tomaba la situación con naturalidad, le preguntó:

-¿A ti te pasó?

-¿Te acuerdas cuando yo viajaba seguido a Perú por trabajo? En realidad no viajaba nada. Iba a un departamento que alquilé especialmente para poder quedarme abrazado a un gran amor que tenía entonces. Eran tres o cuatro días encerrados con las persianas bajas, desnudos, mirándonos extasiados hasta cualquier hora de la madrugada, a escasos cinco centímetros de distancia el uno del otro-, respondió el padre.

Sebastián se estremeció con aquella historia. Aunque su padre le estuviera confesando que el matrimonio con su madre no había sido perfecto -cosa que por otro lado tenía muy claro por las permanentes peleas que habían tenido toda la vida-, sintió empatía al enterarse que él no era el único desgraciado al que le pasaban estas cosas. A su padre le había pasado lo mismo. Se rió para sus adentros al escuchar que la coartada había sido un inexistente proyecto profesional en Perú.

-¿Y no tuviste ganas de irte a vivir con ella?-, preguntó Sebastián con audacia.

-Por supuesto, pero no quería dejar de verlos a ustedes. Y temía que cinco años después me encontrara en la misma situación, solo que con un divorcio a cuestas y mucha gente lastimada. ¿Qué garantías tenía de que cada nuevo amor, después de un tiempo, no deviniera en algo parecido? Lo nuevo siempre es muy tentador por ser maravilloso y sin imperfecciones -completó-. Tu abuelo decía que las mujeres son todas iguales y que después de la etapa de enamoramiento, toda hechicera se convierte en bruja.

Sebastián escuchó aquellas palabras algo confundido. Ya tenía bastante mareo con su propia situación para venir a enterarse que su padre había tenido doble vida, que había engañado a su madre. –¿Mamá también habrá tenido amantes o algún amor prohibido?-, se preguntó para sus adentros.

Recordaba haber percibido eso en algunas de las infinitas crisis matrimoniales de sus padres. Seguramente su madre habría estado enamorada de otro hombre, pero nunca se lo había blanqueado.

-Es más -continuó su padre-, ¿viste que tu mamá siempre me reprochó que no llegué a tiempo a tu parto?

Sebastián escuchaba hasta con los poros. Toda su vida había escuchado a su madre quejarse de lo sola que estaba, que su padre no existía, que se la pasaba trabajando. Que aún el día de su nacimiento había llegado a la clínica cuando él ya había nacido.

-El sábado en que naciste yo estaba trabajando en el estudio, viendo papeles y temas atrasados. A la tardecita, se me entregó la secretaria: “Hágame suya, doctor”, me dijo. No existían celulares así que para cuando me enteré de lo que pasaba tú ya habías nacido y me fui derecho al sanatorio.

Sebastián sentía una mezcla de emociones. Principalmente, alivio. No era el único infiel, ni al que le ocurría la terrible desgracia de enamorarse de otra persona estando casado. Igual, le costaba un poco asimilar las infidelidades de su padre, o el hecho de que no hubiera llegado a su nacimiento por estar acostándose con otra mujer. Así y todo, valoraba la empatía del diálogo.

-Aguanta, todo pasa, también este enamoramiento-, fue el consejo final de su padre antes de despedirse.

El consejo paterno no sirvió de nada, porque para el momento en que ocurrió el diálogo, él ya estaba jugado. Quemaduras emocionales de tercer grado, irreversibles.

Diez años después, Sebastián comprendió que más que empatía, aquél diálogo había sido una manipulación. No malintencionada, pero manipulación al fin. Aquella falsa intimidad había tenido por objeto evitar que él se separara y afectara a toda la familia.

Era evidente que aquel encuentro había sido completamente a destiempo. Si había un momento para enseñar, era antes de que las cosas pasaran. Una vez que ocurrían, la maestra era la vida y sus golpes, y no las palabras.

No pudo evitar preguntarse por qué sus padres se habían pasado transmitiendo valores que no vivían. ¿Acaso ser políticamente correcto era más importante que ser coherente o compasivo? ¿Era mejor inculcar valores en los que la vida no cabía? ¿No era que la ley estaba para servir al hombre y no al revés?

¿Por qué antes de casarse sus padres no le enseñaron que era muy probable que tuviera un amor prohibido? ¿O que la infidelidad no era tan tremenda como la hipócrita sociedad decía? ¿De qué le servían ahora los consejos paternos, una vez que había desbarrancado?

Pensó en todo lo que había sufrido por no calzar en los moldes y definiciones morales impuestas por sus padres y la sociedad. Cuánto dolor podría haberse evitado si hubiera tenido diálogos sinceros y no solo discursos morales de valores que se pregonaban pero no se vivían. Ninguna vida entra en esos moldes.

Transmitir valores rígidos no servía de nada. Solo generaba un sentimiento de inadecuación, de que uno era el problema.

Vinieron a la mente sus hijos. En la medida que crecieran les compartiría todas sus experiencias, por más dolorosas y contradictorias que fueran. Seguramente no les evitaría el sufrimiento; pero quizás les aportara algo de luz, siempre tan necesaria en los túneles oscuros que inevitablemente impone la vida.

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