Así es el día a día de un padre de los desaparecidos de Ayotzinapa

Desde hace varias semanas, algunos padres mantienen un plantón en Reforma para exigir se aclare el paradero de sus hijos

MÉXICO.- Recargado en la barandilla de la terraza que da a la calle en el Centro de Derechos Humanos “Miguel Agustín Pro Juárez”, Bernardo Campos, padre uno de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, abre más y más los ojos llenos de lágrimas porque cree que un muchacho que se acerca es su hijo desaparecido.

¿Es José Ángel?, piensa. Respira hondo. No, no puede ser,  pero ¡es igualito! Es alto, moreno, la misma forma de caminar y el mismo short de fútbol que tanto le gusta. El chico se acerca. Lo tiene de frente y… ¡otra vez te engañó la imaginación, Bernardo!, se dice a sí mismo, más triste que nunca.

“Pensé que era mi chavo”, agrega en voz alta a otro padre de los 43 raptados en Iguala, Guerrero, la noche del 26 de septiembre de 2014 por policías municipales en un caso que la Procuraduría General de la República (PGR) no ha podido resolver satisfactoriamente.

Desde entonces, Bernardo es como un judío errante entre marchas y protestas de aquí para allá, de norte a sur del país, a lado de las familias que buscan pistas más allá de la versión oficial que apunta a que los jóvenes fueron torturados, quemados y echados al río, una conclusión que rechazó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Hace unos días, los padres lanzaron piedras en las oficinas de la Secretaría de Gobernación y en respuesta recibieron gas lacrimógeno. Todavía a Bernado le arden a ratos los ojos, pero no se irá del campamento de protesta que los padre instalaron frente a la PGR donde la última novedad es que se capturó al “Medusa”, un supuesto implicado en el caso, ¡a ver qué dice!.

“Desde que se llevaron a mi hijo, solamente he descansado dos semanas seguidas; el resto he estado pidiendo justicia en las calles. Mi mujer está enferma de cataratas, no ve, y como yo no tengo dinero para pagar la operación, tampoco tengo quien me reemplace en los plantones y caravanas”.

Bernardo Campos con la fotografía de su hijo sobre avenida Reforma, en la CDMX.
Bernardo Campos con la fotografía de su hijo sobre avenida Reforma, en la CDMX.

Cuando Bernardo trabajaba, todo era diferente. Hasta pudo desembolsar 27,000 pesos (unos 1300 dólares) para curar a su mujer de otras enfermedades. Ah, qué  buenos tiempos cuando ganaba su propio dinero en Tixtla, a 20 kilómetros de la capital guerrerense, donde sembraba maíz, garbanzo, frijol, cilantro, rábano y elote en una tierra que rentaba porque él no tiene tierra propia.

Pero ahora no puede cultivar más, dice. Casi nunca está en Tlixtla y el dueño de la tierra se la rentó a otra persona.  Su familia ahora vive del dinero que le da poco a poco su sobrino que le compró el coche..

Durante el primer año, las organizaciones de la sociedad civil apoyaban a los padres con dinero en efectivo, ¡llegó a recibir hasta 5,000  pesos (unos 250  dólares) de un tirón! que sirvieron para ahorrar y alimentar a las hijas que dejó José Ángel que hoy tiene dos y 11 años, sin embargo esta solidaridad disminuyó hasta casi cero.

“Dentro de poco, voy a vender mi casa”, dice Bernardo y mira al suelo. “Me voy a quedar solo con un pedazo de terreno y ahí construiré algo más pequeño y pienso que debo tener algo ahorrado por si me muero un día de estos: soy diabético, ¿qué si nunca he pensado en dejar la lucha? No, nunca: sentiría que abandono a mi hijo, sentiría más tristeza.

¿Sabe lo que soñé el otro día? Que José Ángel llegaba a la casa. Yo lo vi y le dije, ¡qué bueno que ya te soltaron! Y lo abracé. Le pregunté por su primo, que también está desaparecido , y me dijo ‘ya va a llegar’ ¿Y cómo te trataron? No me contestó. Luego le dije: si Dios me presta vida te voy a llevar otra vez a la escuela”.

María Elena Guerreo, 47 años

Madre de Giovanni Galíndrez

Arcelia, Guerrero

María Elena Guerrero en el campamento instalado frente a la PGR.
María Elena Guerrero en el campamento instalado frente a la PGR.

A la media noche, mientras deambula por el patio de su casa, María Elena ha tenido una de las peores crisis de su vida porque su Dios, el Dios católico en el que siempre creyó tan fervientemente, no sólo permitió que se llevaran a su hijo una semana después de que él prometió en la iglesia vestirse de San José, sino que no le concede el deseo de que regrese.

“Dejé de creer entre reclamos al cielo, yo tan religiosa;  como dejé de ir a las fiestas, yo tan alegre y bailarina, ahora sólo voy para cumplir con mis amistades y si me he mantenido en pie es por mi hija la menor que a diario le escribe a Giovanni en Facebook, como si él la estuviera leyendo,  ‘hey, wey, échale ganas”.

María Elena tiene suerte de que su esposo tenga una plaza fija como profesor y así se mantienen económicamente. “Yo soy la que ando en las movilizaciones, pero cuando me canso, o me duele el nervio siático, él pide permiso y me reemplaza unos días, y yo regreso a casa para descansar un poco de dormir en el piso”.

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