Le diagnosticaron 15 minutos de vida, pero 14 años después sigue en pie

Analía sufrió un accidente que dejó graves secuelas en su cerebro

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Analía en un estudio de televisión donde la entrevistaron para dar a conocer su trabajo en Ultreya. Crédito: La Nación

Todo lo que Analía había soñado para su vida profesional ocurría en ese preciso instante. Tenía 23 años, estaba por terminar su Licenciatura en Periodismo, cursaba una pasantía en uno de los diarios más importantes del país, trabajaba en un portal digital de noticias y se sentía plena y orgullosa por sus logros. Pero una noche de octubre, la rueda de su fortuna se detuvo y el destino barajó nuevas cartas para ella.

“Salía de trabajar y estaba sola. El tránsito era un caos porque había una manifestación de piqueteros frente al Ministerio de Trabajo, y fui atropellada por un auto al cruzar la Avenida Alicia Moreau de Buenos Aires. Me levantó en el aire y ¡caí de cabeza! Esto me produjo un traumatismo encéfalo craneano muy grave“, recuerda Analía que estuvo 20 días en coma nivel cuatro -ese que la medicina clasifica como irreversible- y más de cinco meses internada en diferentes centros de rehabilitación.

“El golpe me produjo un hematoma y, para aliviar la presión cerebral, me desplaquetaron, es decir, me retiraron los huesos de la parte izquierda de la cabeza. Fueron tres operaciones sucesivas en una misma noche. Al año siguiente me sometí a la cuarta intervención, esta vez para que me colocaran una placa”, cuenta.

A pesar de que los médicos le dijeron a su familia que después de un accidente de esas características “la sobrevida es de apenas 15 minutos”, Analía logró recuperarse en gran medida. Hoy, 14 años después de aquel hecho que marcó su vida para siempre, con dolor reconoce que tiene varias secuelas, entre ellas, una afasia de expresión – “hablo lento y tengo dificultades para leer y escribir con fluidez”-, su brazo y pierna derecha perdieron sensibilidad y fuerza, su mano derecha la motricidad fina y sus ojos el campo visual derecho.

“En esa primera etapa tenía la sensación de que me había convertido en un bebé de nuevo. Tuve que aprender a vestirme, a higienizarme, a comer, a escribir con la mano izquierda y me moría de miedo si tenía que salir a la calle sola. La primera palabra que pude decir fue no y en ese entonces no significaba literalmente no pero también muchas otras cosas. Mis padres aprendieron a interpretar, por la entonación que le daba a esa palabrita, qué era lo que quería decirles”, relata Analía.

Aunque lo intenta una y otra vez y con mucho esfuerzo, dice que no recuerda nada del accidente, ni de los días previos y que de los tres primeros años sólo conserva fugaces pantallazos. “Mi primer registro es de una noche de diciembre: en la clínica comimos con mi familia pizza con gaseosa. ¡Estaba feliz! A ellos les debo media recuperación, sin duda. Además de mis primos, mis abuelos, mis tíos, mis padres y mi hermano, durante la internación mis amigos se turnaban para que todos los días fuera alguien a verme. Y cuando salí los fines de semana venían a visitarme y organizaban salidas para que yo pudiese ir. Todos dicen que si no hubiera tenido la fuerza de voluntad que tuve no hubiera salido de esta. Yo pienso que fueron las dos cosas. Pero ahora que estoy parada en otro lugar, sé que la fuerza que vos tenés es la más importante. Siempre. Si no peleás vos, no pelea nadie”, asegura Analía.

Avanzar con coraje

Hoy Analía tiene 37 años y reconoce que ya no es la misma de antes. Porque, cuando el trauma es tan severo, todo se trastoca. No sólo debió enfrentar horas y horas en diferentes centros de rehabilitación y aprender a recibir la ayuda de kinesiólogos, psicopedagogos, fonoaudiólogos y terapeutas ocupacionales sino que a las dificultades motrices, en la expresión y a la incapacidad de hablar en respuesta a sus pensamientos, tuvo que sumar una profunda depresión que la llevó a replantearse su vida por completo.

“¿Quién soy después del accidente? Hace años estoy buscando esa respuesta. Durante mucho tiempo estuve muy enojada con lo que me tocó vivir. Comprendí que la Analía de antes se había ido para siempre. Y es muy duro eso. Pero un día, recuerdo que fue hace como unos ocho años, me desperté y antes de salir de la cama dije tengo muchos años por vivir y entonces no puedo tirarme a llorar por siempre. Y me puse a andar”, dice conmovida.

Desde Ultreya, Analía organizó una actividad en el Rosedal sobre la importancia de usar cascos para bicicleta
Desde Ultreya, Analía organizó una actividad en el Rosedal sobre la importancia de usar cascos para bicicleta.

Los caminos de la vida la llevaron a concentrar sus energías en recuperase. Fue entonces cuando conoció a Alejandro y a Martín que tenían también daño cerebral adquirido. “Nos dimos cuenta que nuestra discapacidad era muy poco conocida y en general teníamos malas experiencias en la calle. Con la guía de unas terapistas ocupacionales formamos Ultreya, que significa avanzar con coraje en latín. Nos conformamos como un grupo integrado por personas con discapacidad y personas que no. Así nos complementamos y sacamos lo mejor que tenemos para dar. Y en este tiempo crecimos lo suficiente para transformarnos en una Asociación Civil”, explica Analía.

El propósito de la Asociación es contar la experiencia de sus miembros y compartir consejos para resolver las diferentes situaciones que se le presentan a quien atraviesa por un momento traumático. También brindan charlas en colegios a los chicos que les falta poco para sacar el registro de conducir.

Hoy su trabajo en Ultreya es la actividad que le lleva más tiempo y la que más le gusta hacer. “Es ayudar a otro desde mi propia experiencia. Es muy sanador. Y así tengo fuerza para seguir adelante con mi recuperación, porque eso es algo que voy a tener que hacer de por vida: si no practico lo reaprendido, lo pierdo y todo vuelve para atrás. No ando tan acelerada como antes y comprendí que las nubes un día se van y sale el sol otra vez. Y de todo lo malo algo bueno podes sacar y potenciarlo”, concluye.

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