¿Cómo te cambia la vida cuando dejas el gluten?
Los productos hechos a base de harina generan una fuerte adicción difícil de controlar
Cuando Andrea era adolescente, su familia tenía la costumbre de juntarse todos los domingos a pasar el día en una quinta. Con el tiempo el programa fue mutando hasta convertirse en la excusa para comer hasta reventar: “Arrancábamos con unos mates y al mediodía llegaba el banquete. Este consistía de un asado con todo tipo de achuras y carne, como hace cualquier familia argentina, pero con una diferencia abismal: el menú se completaba con un generoso plato de tallarines caseros con tuco, los cuales, decían, ‘tenían propiedades digestivas’. Luego venía el postre, que nunca era una fresca ensalada de fruta sino más bien un budín de pan con dulce de leche, una torta de ricota o torta invertida de duraznos con crema”.
Después del banquete seguían tres acciones: dolor de panza, “repetir” la comida y culpa.
Basta para mí
La comida que la rodeó de chica no era chatarra ni estaba llena de golosinas, era comida casera, pero con mucha preponderancia de harinas.
Hace casi un año cambió radicalmente su alimentación en busca de un mayor bienestar.
Durante años, Andrea buscó una forma de alimentarse que la hiciera sentir bien y que la ayudara a adelgazar unos kilos que tenía de más. Con el tiempo también se convirtió en profesora de educación física y llegó a dar hasta seis clases diarias de spinning. Sin embargo, la adicción a las harinas iba en aumento.
En 2011, luego de ser madre, Andrea decidió ser vegetariana, y aunque había tenido muchos lapsos de vegetarianismo previamente, nunca había podido sostenerlo tanto tiempo. Fueron 5 años sin carne, con etapas veganas en el medio.
La decisión de volcarse al vegetarianismo la tomó en el puerperio, un poco por compasión animal y otro poco por creer que siendo vegetariana iba a tener más y mejor salud. Sin embargo, restringir las carnes la llevó a comer más hidratos. “Para salir del paso, muchas veces por semana comía pastas, un plato muy lleno, a veces dos. Si en algún evento social había asado, me llenaba de pan y quesos. Harinas blancas y lácteos, una combinación fatal. Terminaba hinchada, constipada y culposa, prometiéndome “aflojarle” a los hidratos, cosa que nunca cumplía.
Un libro como motor de cambio
A fines de 2016 llegó a las manos de Andrea un libro que le resultó revelador: “Cerebro de Pan”. “El gluten genera una adicción similar al de cualquier sustancia que actúa a nivel del circuito cerebral de recompensa”, dice Andrea y cuenta que apenas terminó el libro, se propuso dejar las harinas blancas, el azúcar y los alimentos procesados.
Las primeras semanas sin harina cuenta que fueron difíciles y si no mantenía la cabeza ocupada, caía fácilmente en la tentación y terminaba reprimiéndose las ganas de comer, se frustraba y comía mucho de otra cosa sin harinas, pero con el tiempo la adicción fue cediendo. Lo más difícil, cuenta Andrea, no era luchar contra las harinas “sino contra el tiempo en el que acostumbraba comerlas y el ámbito social en el que lo hacía. Llegar al trabajo y tener que decir que “no” a un bizcochuelo, a una medialuna y a una galletita no fue fácil.
Si bien el cambio lo hizo ella, también empezó a cocinar más saludable en su casa. Sin embargo, cuenta que siendo cinco bajo el mismo techo es difícil que a todos les guste y les haga bien lo mismo. En su casa se come gluten pero no suele haber pan y las pastas se reservan a una vez por semana.
Pasaron 9 meses y hoy afirma que ya no vive su alimentación como una lucha, que puede ver pasar la comida mas tentadora repleta de gluten que no le llama la atención. De todas formas dice que si en algún momento tuviera deseo de comer algo con gluten, lo haría, siendo consciente del malestar que le generaría después.
Hoy se siente “recuperada de una adicción” con más energía y vitalidad, deshinchada y con mejor humor.