Un día en la vida de una analfabeta en la CDMX

Virginia Román Marcos se dedica a vender artesanías pero sufre mucho por no saber contar y se las ingenia para dar el cambio

MÉXICO – A las 7:00 de la mañana, Virginia Román Marcos se levanta para acicalar a su hija que va a la escuela. La pequeña de apenas nueve años es su máximo tesoro. Y no es por falta de cariño a sus otros tres hijos de 18, 19 y 23 sino porque con ella entendió que hay que poner punto final al analfabetismo familiar e inscribió a la menor en el colegio.

“No sé leer”, se dice a sí misma apenas abre los ojos y, aunque sabe que no fue su culpa sino por el divorcio de sus padres que dejó a la madre con la prioridad de trabajar, el caso es que forma parte de los 4.7 millones de mexicanos analfabetas, o sea, personas mayores de 15 años que no saben leer ni escribir.

“Es difícil vivir así”, piensa con 42 años a cuestas mientras la niña toma el desayuno y ella se prepara para una jornada más en la única actividad para la que se siente diestra: elaborar artesanías en su casa ubicada en Chalco, conurbada a la capital mexicana, y viajar dos horas para venderlas en la colonia del Valle, un barrio de clase media alta en la CDMX que, irónicamente, es la entidad con nivel educativo más alto del país.

Artesanías elaboradas a mano por Virginia Román, emigrante indígena en la CDMX.
Artesanías elaboradas a mano por Virginia Román, emigrante indígena en la CDMX.

Virginia emigró a la mancha urbana después de separarse del padre de sus hijos. Es originaria de Ahuhuepan, una pequeña localidad indígena ubicada en el estado de Guerrero – a 220 kilómetros al sur de la Ciudad de México- en la que viven 295 hombres y 301 mujeres; de los cuales,  el 10% de la población es analfabeta.

Alfabetizar a las comunidades indígenas ha sido desde principios del siglo pasado la migraña del gobierno debido a que en el país hay 68 lenguas y 364 variantes. En aquel entonces, el escritor, político y secretario de Educación, José Vasconcelos (autor de Ulises Criollo), arrancó la primera campaña masiva para enseñar a leer y escribir a 20 millones de habitantes.

Ya entrado el siglo XXI el avance es del 95% por ciento de la población alfabeta aunque con dos pesadas lozas. La primera es que el 20% de los indígenas continúa sin leer ni escribir y,  la segunda, es que la Era de la Información ubica a otros 30 millones de analfabetas “cibernéticos”, es decir, que no dominan la tecnología de la computación.

Virginia apenas imagina todos estos detalles después de dejar a su hija en la primaria. Su prioridad mientras viaja en el metro con sus pulseras, collares y aretes de chaquira a cuestas es ver con cuidado los dibujos de las estaciones para saber que está en el camino correcto e imaginar cómo logrará hacerse de 350 pesos (unos 20 dólares) al final de la jornada para comprar la despensa.

Actualmente ya entiende que los colores son clave para no perderse en las 12 líneas y 198 estaciones del metro que transportan a cinco millones de personas diariamente; cuando llegó de Ahuehuepan, ¡sentía que se moría! como ahora siente cada vez que el camión de transporte no tiene cambio y ella se enreda con los colores de las monedas.

“Batallo mucho cuando tengo que ir a hacer trámites como sacar mi INE (credencial para votar con fotografía) o acta de nacimiento, porque no entiendo mucho”.

De vez cuando Virginia se pregunta a lo largo del día plantada en su puesto callejero, cuál habría sido su suerte si sus padres no se hubieran separado cuando ella era niña y su madre no hubiera tenido que priorizar la manutención sobre el afán de educar a sus seis hijos.

Tal vez ella no se habría embarazado tan joven (a los 18 años), tal vez hubiera sido como una de esas muchachas que pasan por su improvisado puesto con sus mochilas al hombro camino a la preparatoria o la universidad inmersas en un mundo del que ahora ella forma parte en el escalón social más bajo.

  • ¿Cómo le va en sus ventas?- pregunta una de esas chicas de larga melena negra estudiante de sociología que duda si comprar o no unos aretes quien vive en ese barrio de alto nivel escolar: si la Del Valle compitiera como país tendría el mismo nivel que Estados Unidos.
  • Apenas saco para comer, pero no sé leer- insiste.
  • ¿Sabe que puede ir a escuelas para adultos?
  • No desconozco las campañas de alfabetización que ofrece el gobierno, sé que puedo meterme a la escuela o acercarme a alguien que me enseñe, pero si me dieran el dinero que tengo que sacar para comer lo haría. Ahora o como o estudio.

Virginia toma el billete de 100 pesos que le da otro cliente. Lo mira con cuidado, abre una bolsa plástica donde guarda unas monedas que observa otra vez con desconfianza. Toma una a una y da el cambio exacto. No sabe cómo pero aprendió el manejo del dinero en  su pequeño negocio para no perder: mero instinto de supervivencia.

Son las 6:00 de la tarde y el cielo oscuro predice lluvia. Es hora de regresar a casa: cuando llueve nadie compra. La mujer ya empacó su mercancía y antes de desandar su camino sus ojos se miran un poco más tristes: “ya voy a ver a mi hija y lo único que me preocupa ahora es no poderla ayudar con sus tareas”.

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