El muro de un artista mexicano que unió a los neoyorquinos
"Los muros no sirven para nada", es la consigna del artista mexicano Bosco Sodi
NUEVA YORK – Eran poco más de las 7:00 a.m. del pasado jueves, apenas se asomaba el sol entre los edificios alrededor del Washington Square Park, y aunque la ciudad ya había despertado, era evidente que tomaba su ritmo poco a poco, ya que apenas uno que otro de los habitantes de la zona cruzaba ese emblemático parque de Manhattan; algunos iban apurados, otros paseando a sus fieles compañeros caninos, unos más acudían a su habitual cita con el ejercicio matutino, pero sólo unos cuantos, se detenían a curosear cómo a tan temprana hora se levantaba un muro hecho de arcilla mexicana.
“¿Qué están haciendo?”, preguntó en inglés un señor de mediana edad que iba con su mascota. La respuesta, sin que él lo supiera al inicio, llegó del creador del proyecto, el mexicano Bosco Sodi, quien le explicó que era una instalación artística como una protesta contra el muro que pretende construir el presidente Donald Trump en la frontera con México. “Es para demostrar que no necesitamos muros, que los muros no son para siempre, que no sirven”, le dijo al incauto que “agradeció” que se realizaran este tipos de obras.
Poco antes de las 8:00 a.m. apenas se habían logrado formar dos filas de ladrillos hechos en Oaxaca, por manos de indocumentados que habían vuelto a su terruño y de jóvenes que tenían en mente el “Sueño Americano”, pero que ante las políticas del mandatario republicano en EEUU se han ido desvaneciendo. El objetivo del artista y la galería Paul Kasmin era terminarlo alrededor de las 11:00 a.m., y comenzar a desmontarlo a las 3:00 p.m., el plan se siguió prácticamente a pie juntillas.
Para las 9:00 a.m. el “Muro” ya estaba casi a la mitad de su construcción, alrededor de 800 de los 1,600 ladrillos de 19.5 centímetros por 4 x 4, lucían el característico color rojo, en distintos tonos, en la Plaza Garibaldi del parque. “Es una gran coincidencia que fueran 1,600 ladrillos, no sabía que eso es lo que habían autorizado al presidente para el muro… también es una coincidencia que sea en esta plaza, como una que tenemos en México”, expresó Sodi. El artista se refiere a la tradicional Plaza Garibaildi en el Centro Histórico de la Ciudad de México, conocida por sus mariachis y ahora por el Museo del Tequila.
Erigir la pared resultó más difícil que “destruirla”, ya que eran pocas las personas, alrededor de 20, quienes ayudaron a colocar una a una las piezas para evitar que se rompieran. Los ladrillos fueron transportados en cajas de madera especiales, iban envueltos en plástico esponja, pero a pesar de ello algunos se rompieron. Eso no fue problema para concluir la instalación, ya que se mandaron hacer piezas extra para cualquier eventualidad. Al final resultó como se esperaba: una estructura de 8 metros de largo por 2 de alto y 50 centímetros de ancho. Era ya imposible obviar su existencia. Pasadas las 11:00 a.m., el parque ya tenía decenas de visitantes locales y foráneos, debido a que en su entorno operan varios campus de universidades, como del NYU. Todos estaban invitados a ayudar a desmontarlo, pero sólo 1,600 se llevarían un ladrillo, sellado con la firma del artista y con un certificado de la galería. Una pieza única.
A las 2:30 p.m., la fila de los interesados en quedarse con una pieza ya era casi el doble de lo largo del muro, varios de ellos hispanos, pero había gente varias razas, una muestra más de la diversidad cultural de Nueva York. ¿Crees que alcances uno?, le pregunté a una joven asiática. “No sé”, respondió en inglés. “Quizá, pero yo quiero uno… creo es que genial que se haga este tipo de obras para luchar en favor de la libertad”.
En punto de las 3:00 p.m. Se realizó el evento oficial, el artista no daba crédito a la cantidad de gente que logró convocar, pero estaba contento. “Es maravilloso, eso muestra que somos muchos en contra de los muros”, dijo en entrevista. Para entonces, el evento, además de una celebración artística, se volvió una especie de mitin político, donde se destacaron los valores de la diversidad racial en los Estados Unidos y la libertad, así como el espíritu de esta nación a favor de los inmigrantes. “Esta una verdadera ciudad de inmigrantes”, dijo Bitta Mostofi, representante de la oficina de Asuntos de Inmigración del gobierno del alcalde Bill de Blasio, quien desató un aplauso cuando dijo que el artista era un “auténtico neoyorquino”. El Cónsul mexicano, Diego Gómez-Pickering, hablo de “construir puentes, no muros”.
Para entonces, la fila para obtener un pedazo de esa instalación artística –que la galería describe como una “forma de expandir el arte… mucho más allá del control de su creador”–, ya era más larga. A cada uno de los interesados se les dio una bolsa negra con un sobre que incluía un certificado de la galería de lo que ese simple ladrillo representaba.
La presencia de un “presidente Trump”, quien sostenía una jaula un Águila Calva, uno de los símbolos de los EEUU, y un hacha, sorprendió a todos. No era un invitado especial. Los organizadores desconocían quién era aquel hombre que quiso participar en este performance del que, era evidente, el artista y la galería, ya no tenían control absoluto. El hombre no quiso decir quién era, ni porqué fue, pero estaba dispuesto todo el tiempo a las fotografías y videos.
A ese “falso Trump”, que también portaba una corona, como si fuera un rey, le hizo contrapeso un inmigrante mexicano vestido con un jorongo de la bandera mexicana y un sombrero “mexicano”, que se utiliza más en las representaciones fársicas de los nacidos en esa nación. Su nombre es Jaime González, contó, lleva 35 años viviendo en EEUU, un país que ya siente suyo, pero del que defiende la diversidad y las oportunidades, aunque no le gusta que sus gobernantes, como Trump, ataquen a su país. “Quizá me vea hipócrita diciendo eso, viviendo acá tantos años… pero no hay que quedarse callados… Trump vino a despertar al ‘monstruo dormido’ llamado racismo”, expresó.
En torno a “Muro”, nombre oficial de la instalación, no había orden, pero sí para obtener un ladrillo, ya que sólo se le dio a quienes alcanzaron la bolsa negra. No hubo límite de edad. Jasper, por ejemplo, un chico de apenas seis años de edad, iba con su madre, quien le ayudó a poner la pieza dentro de la bolsa y luego tomó la suya. Quizá Jasper no entendía del todo el significado, pero estaba feliz de llevarse ese “regalo”, de participar de un evento que le parecía divertido.
Durante un momento, se pensó que algunas personas se habían saltado la fila, porque hubo quien tomó más de un ladrillo, pero no, no era una trampa, se trataba de personal de la galería, que se aseguraba de quedarse con algunas piezas para su colección.
Bosco se veía cansado, pero contento del éxito del montaje y de que el mensaje que quería enviar había sido lanzado como lo había planeado, como lo había ideado desde Oaxaca, donde surgió esa idea, en su taller en Casa Guava. ¿Lo volverías a hacer, si se te pidiera, quizá en otro lugar?, le pregunté. Lo pensó unos segundos, pero rompió el silencio con un “Sí”, aunque fue claro: “Prefiero pensar en el presente, en el ahora, y ahora es en lo que debo estar atento”, luego se fue jalado por alguien que quería una fotografía con él. Sodi sonrió, cansado, pero sonrió, como agradecido de lo que había provocado.