¿A quién debemos ir? Un santo que trajo consuelo a los esclavos
El Papa Francisco resalta la obra de San Pedro Claver
La Iglesia ha mirado siempre al ejemplo de los santos como fuente de ánimo y esperanza, así como la intercesión divina, especialmente en los tiempos más difíciles. Jesús es, por supuesto, nuestro mejor modelo y único ayudante poderoso, pero su Madre y sus amigos, además de los santos, están todos allá arriba junto a Él.
Estos son ciertamente tiempos peligrosos y aflictivos y anhelamos ser iluminados y obtener la ayuda celestial. En todo el mundo vemos la violencia, el terrorismo, las amenazas de guerra y los ataques contra personas inocentes. En nuestro propio país amado, nos sumimos ante episodios de odio, intolerancia, exclusión y racismo.
Muchos son los que analizan estos males y preocupaciones, y quienes ofrecen explicaciones de por qué estas cosas están sucediendo. Yo veo que algunos de estos comentaristas son perceptivos y útiles, mientras que otros parecen incendiarios y más perjudiciales que valiosos.
La gente de fe tiene su propio diagnóstico: todo esto sucede porque hemos olvidado la insistencia de Dios, clara desde el momento en que Él nos creó, en base a la dignidad innata de cada persona y la incuestionable santidad de toda vida humana.
Crean esas verdades evidentes -para tomar prestadas las palabras, no de la Biblia, sino de los fundadores de nuestro país- y obedézcanlas… y la violencia, el odio social y el horror infligidos a los más indefensos habrán de terminar.
El 9 de septiembre, celebramos la fiesta de un ciudadano del cielo que puede darnos confianza por su ejemplo y soluciones con su intercesión ante el trono de Aquel que insiste en la dignidad de cada persona y la inviolabilidad de cada vida humana:
San Pedro Claver. Ordenado sacerdote de la Compañía de Jesús, los jesuitas, en Colombia en 1616, trabajó incesantemente para cuidar a los “más pobres de los pobres”, a aquellos cuya dignidad se negaba y cuyas vidas se consideraban como propiedad, los esclavos africanos. Su voto fue el ser “el esclavo de los negros”.
Desde su simple y austero cuarto en la misión jesuita en el puerto marítimo de Cartagena, Colombia, Pedro Claver vigilaba los “buques de ataúdes” como se denominaba a los barcos llenos de esclavos que llegaban a la bahía, propiedad de los viciosos traficantes de esclavos que invadían pueblos africanos y tomaban hombres negros inocentes, niños, y mujeres como animales para ser vendidos en el nuevo mundo. Hoy llamamos a esto tráfico humano.
Él se iba a encontrarse con estos barcos furtivamente con sus amigos llevando provisiones de agua dulce, comida, ropa limpia y medicinas. Él no tenía problema de trabajar sin parar para calmar y reconfortar a estos esclavos negros, lo cual era el único consuelo que experimentaban estas personas oprimidas.
Añadido a sus primeros auxilios y los cuidados críticos que estos abandonados hijos de Dios recibían de un sacerdote en sotana negra, cuya piel era tan blanca como la de los matones que les golpeaban y les trataban como mercancía, estaban unas palabras de esperanza. Pedro Claver les susurraba que Dios estaba con ellos, que su hijo Jesús había sufrido como ellos, y que ellos eran un tesoro, no una basura ante los ojos de su Creador y Salvador, ofreciéndoles la oración e incluso, después de una catequesis elemental, invitándoles a ser bautizados.
Ellos contaban en Pedro Claver con alguien que garantizaba que esclavos negros en tan miserables condiciones, tiranizados por blancos violentos, pudiesen experimentar la chispa de la vida de Dios, una identidad como hijos de Dios, y un seguro para la eternidad la cual sus demoníacos “dueños” nunca podrían destruir.
Tampoco tuvo miedo de enfrentar a los traficantes con un desafío profético para detener su injusticia y liberar su “carga”, personas dignas de respeto, vidas humanas sagradas para Dios.
No es de extrañar que el papa Francisco se detenga en Cartagena en su visita a Colombia para mirar por la ventana de la habitación de San Pedro Claver, rezar ante su tumba y rogar al mundo que recobre nuestra convicción de que todas las personas merecen dignidad, cada vida humana debe ser respetada.
¡Escuchen!