“Pensé que me estaba volviendo loca… pensé en suicidarme”
Tres historias de mujeres y hombres que han sido víctimas del "gaslighting"
Quienes sufren por este tipo de abuso psicológico suelen ser mujeres, pero los hombres no están exentos. La experiencia por la que atraviesan, sin embargo, es similar para todos.
Lo que empieza como una relación de pareja ideal, termina siendo una tortura. La manipulación arruina su autoestima y sume a estas personas en un estado de confusión, duda, miedo y dolor.
Estos son los testimonios de tres personas a quienes les cambió la vida a consecuencia de la violencia psicológica a la que estuvieron expuestos y que se conoce como “Hacer luz de gas” o “Gaslighting”.
“No fue feliz hasta que no tuvo absoluto control sobre mi”
Me mudé de Inglaterra a un pequeño pueblo en Escocia para vivir con el amor de mi vida, un hombre guapo y encantador que me hacía sentir especial y viva, mucho más de lo que me había sentido en toda mi vida.
Justo antes de hacerlo, una amiga me dijo que pensaba que mi novio no iba a ser feliz hasta que no me tuviera viviendo en el medio de la nada y lejos de todos mis conocidos. En ese momento me reí, pero ella tenía razón.
Al principio él era muy atento. Conducía un camión, así que pasaba tiempo lejos, pero me llamaba en las mañanas, en las noches y durante el día. Era un lindo gesto. Hasta que empecé a notar que se molestaba cuando no podía contestarle, porque había ido al baño o estaba comprando algo.
Se indignó cuando le conté que había empezado a hacer amigos, lo que hacía que peleáramos cuando hablábamos por teléfono.
Un día, después de que él se fuera a trabajar, una mujer que vivía en el pueblo me invitó a su casa a tomar una copa de vino. La pasamos muy bien. Cuando regresé a casa y revisé mi celular (se me había quedado), me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas.
También me envió varios textos que empezaron preguntando por qué no contestaba y terminaron con ofensas y con acusaciones de que le estaba siendo infiel.
No podía creer lo que estaba leyendo, me cayó totalmente de sorpresa. Le mandé un texto explicándole dónde estaba, inmediatamente me llamó y me gritó durante 10 minutos, no me dejaba hablar.
Las peleas me hacían sentir horrible, él me culpaba porque no podía concentrarse ni dormir porque siempre estaba preocupándose por mí, y por eso podría tener un accidente en el camino. Pero después de la discusión, me enviaba unas flores, y yo me sentía agradecida porque él ya no estaba molesto.
Estaba en un estado permanente de confusión y preocupación, no sabía qué era lo que estaba haciendo que lo molestaba tanto. Además me angustiaba que pudiera sufrir un accidente.
En otra ocasión, cuando estaba caminando de regreso a la casa, el propietario del terreno en el que vivíamos se detuvo. Conversamos un rato mientras contemplábamos el paisaje.
Cuando entré, mi novio estaba sentado en una silla mirándome con rabia. Decía que no había ningún problema, pero no me hablaba y seguía viéndome con furia.
Eventualmente me dijo que ya sabía qué era lo que había estado haciendo: ¡teniendo un romance con el propietario! No podía creerlo. Trataba de hablar con él, pero no me escuchaba.
Un tiempo después, dejé de ver a los amigos que había hecho en el pueblo. No me atrevía a salir de la casa en la noche porque él podía llamar para confirmar si estaba ahí. Tampoco le gustaba que saliera a trabajar, así que pasaba los días encerrada en una casa en el medio de la nada.
De cierta forma era un alivio porque no tenía que disimular delante de los demás ni fingir que todo estaba bien.
Los siguientes nueve años los pasé como si estuviera caminando sobre cáscaras de huevos, sin saber si estaba haciendo las cosas bien o mal. Su castigo final fue intentar suicidarse.
De hecho, lo hizo en más de una oportunidad después de que teníamos alguna pelea. Destrozó la confianza que tenía en mí misma.
También intentó convencerme de que estaba volviéndome loca afirmando que había dicho cosas que no había dicho.
Había incidentes tontos. Por ejemplo, me acusaba de añadirle zanahorias a una pasta boloñesa para molestarlo, pese a que la había preparado como siempre. O decía que no había limpiado la habitación, pese a que sí lo había hecho.
Pueden parecer eventos triviales, pero él era tan convincente, que empezaba a dudar de mí misma. De hecho, llegué a pensar que tenía problemas de memoria.
Llegó un punto en el que no podía pelear más. No podía ni responder porque sus argumentos eran totalmente irracionales. Era más fácil aceptar lo que decía.
No era yo. No le gustaba que me cortara el cabello porque mi peluquero era un hombre, así que empecé a hacerlo yo misma. Dejé de maquillarme y de usar tacones. Si me arreglaba, decía que lo estaba haciendo por alguien. Tenía que pensar en todo lo que decía.
Me convertí en una persona aburrida y callada, la sombra de quien fui. Cuando me dejó, lo que quedaba de mí era un cascarón. Antes era una persona feliz, independiente, confiada, siempre estaba riéndome.
Me entrené para ser infeliz. Algunos amigos me han preguntado cómo se logra algo así. Era la única forma de sobrevivir.
Traté de abandonarlo en dos oportunidades. Sentí que había sacrificado mucho por él. Esperaba que las cosas mejoraran, pero eso nunca pasó.
El día que me dijo que quería separarse, sentí que me había ganado la lotería. Pero unos meses después, decidió que quería que volviéramos a ser una pareja.
Cuando me negué, intentó convencerme de que regresara a la casa. Fue aterrador. Tenía una misión: si yo no podía ser de él, no sería de nadie. Temía que me matara y se suicidara.
Pasé tres años escondiéndome de él, me mudaba constantemente. Desaparecí. No me di cuenta del tiempo que me tomaría recuperarme del daño que me hizo.
Nunca lo perdonaré.
Estoy contando mi historia esperando que pueda ayudar a otra persona.
Caroline, Reino Unido (*)
Qué es hacer luz de gas o gaslighting?
- Es una forma de manipulación y abuso psicológico que hace que la gente cuestione su propia memoria, percepción y cordura
- El término proviene de una obra teatral de 1938, “Gas Light“, en la que un marido intenta convencer a su esposa y a otros de que está loca: cuando atenúa las luces de gas, insiste en que ella se lo está imaginando
- Hay tres etapas de gaslighting en una relación: idealización, devaluación y descarte
- En la etapa de idealización, la víctima pierde la cabeza por quien hace luz de gas pues proyecta una imagen de sí mismo como el compañero perfecto
- La etapa de la devaluación golpea fuerte: la víctima pasa de ser adorada a ser incapaz de hacer algo bien, pero después de haber probado el ideal, está desesperada por arreglar las cosas
- Luego viene la etapa de descarte en la que se deja caer a la víctima para pasar a la siguiente: esto sucede a menudo simultáneamente con la fase de idealización con la próxima víctima
“Como hombre, siento que no puedo decir nada”
Me alegra que el abuso, finalmente, se esté tomando con seriedad. Porque si bien es cierto que los excesos de mi esposa en mi contra me han dejado cicatrices, el abuso psicológico, particularmente en la forma de gaslighting, ha sido lo peor.
He necesitado terapia durante mucho tiempo para recuperarme del dolor.
Todavía recuerdo momentos, cosas que pasaron y que pueden parecer tontas, como el día en el que colgó una foto en el pasillo de nuestro apartamento. Cuando le comenté que se veía bonita, me dijo que había estado ahí por dos semanas, y que era estúpido porque no me había dado cuenta antes.
Era un lugar tan obvio, se podía ver desde dos áreas distintas del apartamento, no podía creer que no me hubiera dado cuenta de algo tan evidente.
Era el tipo de cosas que empezaron a pasar cada vez con más frecuencia.
Me llamaba al trabajo asegurando que había un problema y que tenía que regresar a la casa, y cuando lo hacía, me decía que había exagerado. Perdí un trabajo por esta razón.
Cuando organizaba alguna salida con amigos, inventaba problemas poco antes de que llegara el momento del encuentro, así que no podía ir. Entonces ella me decía: ¿Pero no se supone que ibas a salir?
Dejé de hacer planes. Me preocupaban las consecuencias, no quería ser castigado. Gané peso y me deprimí, pero seguía deseando que las cosas funcionaran.
A veces las cosas empeoraban y ella recurría a los golpes, pero me criaron para que jamás golpeara a una mujer, así que no me defendía.
La situación llegó a un punto insostenible cuando ella puso mi vida en riesgo. Peleamos mientras estábamos en el auto, y ella causó un accidente a propósito. Afortunadamente nuestro hijo no estaba con nosotros.
Fue cuando supe que tenía que dejarla. Desde que me separé de ella, he tenido que lidiar con algunas dificultades solo por el hecho de que soy un hombre.
Es muy difícil encontrar ayuda para hombres en mi situación. Cuando estábamos en el proceso de separación, no tenía dónde quedarme, así que con frecuencia terminaba en refugios para indigentes. Como estaba con mi hijo y él era pequeño, esa no era una opción. Terminamos viviendo con la familia.
También existe el estigma social. Siento que no puedo hablar del tema porque muchas personas, incluso potenciales parejas, ven el abuso como algo que tuve que haber resuelto porque soy un hombre. Piensan que tenía que haber sido firme para solucionarlo.
Eso, en ocasiones, se siente como una extensión del abuso.
Dwayne, Estados Unido (*)
“Me quitó todo”
Todo empezó a salir mal desde el día de la boda. El autobús que había alquilado para trasportar a los invitados a la boda nunca llegó, él dijo que se había quedado accidentado. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que nunca pagó por su alquiler.
Después me enteré que en la fiesta le pidió dinero a los invitados. Les dijo que todavía tenía que pagar por algunas cosas y no quería arruinarme el día.
Nos conocimos en un sitio web de citas un año antes. Era viudo y me dijo que extrañaba mucho a su hijo, que vivía con la familia de su exesposa. Me dio mucha lástima, parecía ser muy buena persona.
Trabajaba en informática, era muy generoso y me cuidaba. Se encargaba de las cosas aburridas, como conseguir un seguro para el auto o buscar mis medicamentos.
Poco tiempo después descubrí algo que me impactó. Su esposa no había muerto un año antes de que nos conociéramos, como me había dicho, sino seis semanas antes. Se disculpó. Se sentía infeliz y solo. Lo perdoné, de eso se trata el matrimonio, ¿cierto?
Logró separarme de mis amigos y mis colegas. Afirmó que una amiga había coqueteado con él, así que empezamos a evitarla. Dijo que otra se estaba aprovechando de mí, por lo que debía alejarme de ella.
En ocasiones no le daban ganas de salir porque se sentía desanimado o porque no le habían pagado, así que nos quedábamos en la casa. Siempre terminaba haciendo lo que él quería. Pero llegó un punto en el que nada de lo que hiciera lo hacía sentir feliz.
Cuando le hicieron una atractiva propuesta para mudarse a España, dejé un trabajo con muy buena remuneración. Nos fuimos. Pero siempre había un problema. No le pagaban, los contratos no se respetaban. Nada era su culpa. El dinero que recibí tras mi renuncia ya no alcanzaba para pagar las cuentas.
Lo había tratado de ayudar a arreglar sus finanzas, pero cada vez que teníamos que encontrarnos con un contador o un abogado, algo pasaba: se había presentado una confusión o habían tenido un accidente. De hecho, me dijo que dos de ellos habían muerto.
Nada tenía sentido, pensé que me estaba volviendo loca. Me deprimí e incluso consideré el suicidio. Él no intentó convencerme de que no lo hiciera. Ahora me doy cuenta de que, si hubiera muerto, el habría recibido el dinero de mi pensión. ¿Ese era el precio que le puso a mi vida?
Con frecuencia se iba por días y se llevaba mi auto. Empezaron a llegarme multas por no haber pagado en los lugares en los que se estacionaba. Cobradores me tocaban la puerta demandando la cancelación de diferentes deudas, él había solicitado tarjetas de crédito a mi nombre.
Descubrí que el carro no estaba asegurado. Cuando lo confronté, me dijo que había habido una confusión, él, sin duda, había pagado. Escondí el vehículo, pero él lo encontró. Dijo que mis mentiras lo herían. ¿Por qué no le dije dónde había guardado el auto?
Dijo que ya no podía hablar conmigo porque no estaba de su lado. Sentía que estaba solo en el mundo, y me responsabilizaba por eso.
Un día olvidó su maletín en el carro cuando regresó de uno de sus paseos. Lo abrí y encontré una carta de otra mujer. Decía que lo amaba y que sentía mucho que no tuviera donde vivir.
“¿Qué? ¿Indigente? ¿Y la casa que estábamos alquilando en España?”, me pregunté.
Cuando entré a la casa y subí las escaleras, me di cuenta de que me estaba esperando. Me dijo que le devolviera el maletín, pero me negué a hacerlo. Me torció el brazo y me empujó contra la pared. Mi perra le gruñó y paró las orejas, era la primera vez que hacía algo así. Me dejó ir.
Consternada, me fui a ver a una amiga. Cuando me vio, me preguntó: ¿Te diste cuenta de que tienes la pijama puesta?
Hace seis meses, desapareció. Me robó todo. Perdí mi sustento, mi calificación crediticia y, por un tiempo, incluso mi cordura.
No puedo volver a la vida que tenía antes de conocerlo. No puedo lidiar con las explicaciones. ¿Y quién me creería? Si lo conocen me dirían que él es encantador.
Fue muy inteligente y se aprovechó de mi bondad y de mis debilidades. Me destruyó por dentro.
Cuando fui a denunciarlo a la policía, la respuesta fue: “Todas las personas mienten, no hay nada que podamos hacer al respecto”.
Y las mentiras continuaron.
Su madre se sorprendió al saber de mí. Él le dijo que estaba en un hospital en Alemania porque había intentado suicidarme. Ella le dio miles de dólares para pagar por los cuidados que supuestamente necesitaba.
Cuando contacté a una de sus mujeres, ella se horrorizó. Él le dijo que yo era su hermana y que tenía problemas mentales porque tenía un esposo muy controlador. Estaban planificando mudarse juntos.
No sé dónde está, pero me temo que ya encontró a otra víctima. Quisiera poder advertirle, pero nadie me va a escuchar.
Esther, Reino Unido (*)
(*) Seudónimo para proteger la identidad de las víctimas.
Ilustraciones: Katie Horwich
Entrevistas hechas por: Vibeke Venema
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