Editorial: En aras del periodismo real

Ahora más que nunca, la verdad debe prevalecer

Donald Trump.

Donald Trump. Crédito: Oliver Contreras | EFE

Desde el ascenso de Donald Trump a la presidencia las normas de conducta política civilizada sufren una erosión histórica, reflejando la división en dos campos antagónicos.

En la crisis, la primera víctima es la verdad. Aquella histórica, de hechos incontrovertibles y verificados, es objeto de escarnio y desprecio por parte de una administración caracterizada por la corrupción y el engaño.

La situación cobra ribetes dramáticos porque con un presidente obsesivo y intensamente desdeñoso de la verdad, el enfrentamiento se centra más en los medios que en instituciones como el Congreso. Aquí se definen los discursos políticos, se determinan y repiten hasta el cansancio, independientemente si son realmente importantes o solo efímeros.

Para diferenciar claramente entre noticia y propaganda es necesario el trabajo del periodista profesional. Aquel que se dedica a la labor como principal ocupación; quien respeta la verdad, contrasta fuentes, evita el material falso y corrige sus errores. Quien protege el derecho del público a estar informado y tiene el interés público como norte.

Lamentablemente, cada vez más, a estos principios los está llevando el viento de nuestras divisiones. Cualquier revelación, por ínfima que pareciera, que fortalece el punto de vista propio en el debate, es magnificada y exagerada. Presentadores de noticias y conductores de shows televisivos son cómplices de este deterioro.

Uno de los más notorios es Sean Hannity, de quien se descubrió la semana pasada que es uno de los tres clientes del abogado Michael Cohen, hoy bajo investigación criminal relacionada, entre otras, con el pago de dinero a cambio del silencio de examantes del presidente Trump.

Ocultando este hecho que lo descalifica, Hannity defiende a Cohen en su programa y ataca la investigación. Si no fuera porque un juez lo exigió, su nombre hubiera quedado secreto.

Gracias a la investigación de la prensa libre, nos enteramos poco después que además suele invitar a su programa a inversores que le favorecen; que el Departamento de Vivienda y Desarrollo lo benefició financieramente mientras él apoyaba al titular Ben Carson; que aprovechó la desgracia de quienes lo perdieron todo en la crisis de 2008 formando hasta empresas fantasma que compraron a precio de liquidación centenares de propiedades.

La cadena Fox, que emplea a Hannity, lo sigue apoyando, porque su programa domina los rátings y es visto diariamente por 3.2 millones de televidentes.

Debemos denunciar a aquellos que como Hannity, que explotan su influencia para fines propios, desorientan a la población, demonizan a quienes piensan distinto y se convierten en agentes de la crisis.

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