Menor no acompañada de Honduras se convierte en empresaria DACA
Este alivio migratorio la liberó de sus miedos, pero ahora su más grande temor es perderlo y tener que separarse de su hijo
Desde niña cuando, vivía en el municipio de Campamento al suroeste de Honduras, Sayda Ayala soñaba en grande.
Per ni en sus sueños más aventurados imaginó que vendría a Estados Unidos como menor no acompañada y se convertiría en empresaria del transporte de carga.
Definitivamente, asegura que fue el beneficio del programa de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) que obtuvo en julio de 2015, lo que la liberó de sus miedos. “Aunque ya tenía mi negocio. No tener un estatus me evitaba hacer algo más. DACA cambió mi vida en gran manera. Ahora sé que no tengo límites”, dice la mujer de 27 años.
El programa DACA evita la deportación y autoriza un permiso de trabajo a quienes llegaron en la infancia como Ayala, quien vino a Estados Unidos cuando tenía 14 años.
El presidente Obama autorizó DACA en 2012, pero por falta de recursos, ella no pudo solicitarlo en ese momento.
Su viaje Estados Unidos
Ayala entró como menor no acompañada en 2003. Sus padres y hermanos ya vivían en Estados Unidos desde el año 2000. Ellos salieron después del mortal huracán Mitch que golpeó duramente a Honduras.
“Después del huracán, el narcotráfico creció en Honduras. Se puso muy violento. Cuando asesinaron a varios en mi familia, mis padres decidieron salir. Somos cinco hermanos, y poco a poco, fuimos viniendo a Estados Unidos a reunirnos con nuestros padres”, indica.
Ayala fue la última en llegar. Fue detenida por los agentes de migración después de cruzar el Río Grande en Texas. Venía en un grupo al que los coyotes cruzaron y dejaron del lado estadounidense.
“Cuando nos arrestaron, como no sabía inglés, no entendía nada. Lo único que recuerdo es que cuando estaban procesando mi información, los agentes de migración se dieron cuenta que ese día, el 14 de septiembre, era mi cumpleaños, y entre todos empezaron a cantarme el Happy Birthday”, dice.
Al tercer día de estar detenida, Ayala fue entregada a sus padres que vivían en Long Beach y trabajaban como obreros en una fábrica. “En la detención, nunca nos maltrataron. Nos trataron bien”, dice.
Comerciante desde joven
Instalada en Long Beach, empezó a ir a la escuela, pero también siendo menor comenzó a ganarse la vida cuidando los niños de una vecina. “También preparaba las tortas que mis papás llevaban a vender a la fábrica donde trabajaban, y después trabajé en una pizzeria”, recuerda.
Más tarde entró al Colegio Comunitario a estudiar criminología, pero a los 20 años se embarazó de su hijo Caleb que ahora tiene 6 años de edad, y tuvo que interrumpir sus estudios.
“Empecé a interesarme en las ventas cuando conseguí un empleo de medio tiempo como secretaria con un dealer de camiones de carga”.
Dice que ella no se conformaba con hacer el trabajo secretarial, sino que se metía al taller y al platicar con los mecánicos fue conociendo de las piezas de los camiones de carga.
“Un día que no estaban mis jefes, llegó un señor a comprar un camión de carga y yo se lo vendí. En la quincena me llegó un cheque extra, y empezó a gustarme”.
Por ese tiempo, se separó del padre de su hijo y éste le dejó un camión de carga como parte del acuerdo de separación. “Yo estaba decidida a venderlo (hasta que) alguien me recomendó que no lo hiciera y mejor lo pusiera a trabajar. Seguí el consejo. Me empezó a ir bien y compré otro camión de carga que puse a trabajar. En tres meses ya tenía tres camiones de carga”, platica.
Y como estaba muy ocupada atendiendo sus camiones, dejó el trabajo. Aunque no por mucho tiempo. Otro dealer la llamó para que los ayudara a vender. “Me ofreció cuatro veces más de lo que me daban en el primer negocio”, expone.
Una emprendedora
A los seis meses, Ayala tomó la decisión de lanzarse por su cuenta, pero con el apoyo de un socio.
“Mi socio fue como un ángel caído del cielo. Él fue quien me propuso que abriera mi propia empresa. Yo le dije, ‘estás loco’. Es que no hallaba cómo decirle que no tenía papeles. Nadie lo sabía. Tenía mucho miedo que me miraran diferente”, precisa.
Admite que sin residencia legal, ni siquiera podía sacar una licencia como vendedora de camiones de carga. “Tenía mucho miedo que me agarraran vendiendo sin licencia. Entonces no tenía aún el DACA. Me dolía mucho no tener papeles”.
Finalmente se atrevió a decirle a su socio, un empresario de camiones de volteo, que era indocumentada. “Decidimos que el negocio quedaría a su nombre y el de su hija. Él puso 334,000 dólares, yo 90,000 dólares y comenzamos en abril de 2016. En julio de 2016 me aprobaron el DACA”, observa.
En enero de 2017, su socio y ella disolvieron la asociación, y la hondureña se quedó sola a cargo del negocio.
“Doy empleo a 15 personas. Antes de DACA, solo empleaba a seis”, dice.
Además, observa que vive bien, tiene un buen departamento y un buen carro. “Mis padres viven conmigo. Mi hijo va a una escuela privada cristiana”.
DACA incluso le permitió a Ayala adoptar a la hija de un tío que vino de Honduras como menor no acompañada en 2016, y quien no tenía a nadie más que se hiciera cargo de ella. “No se la querían entregar a nadie por no tener solidez económica. Yo dije, ‘yo si tengo, pero tal vez con DACA no me acepten’. Y sí, Migración sí me aceptó”, expone.
Esa muchacha que adoptó, Angie Mancilla, se convertirá en madre, por lo que oficialmente Ayala a sus 27 años será abuela.
Enfermedades y Trump
Ayala ha sido madre y empresaria, a la vez que ha lidiado con el lupus y la artritis reumatoide que le diagnosticaron en 2012. “Hace un mes me operaron de una hernia masiva en los discos de la espalda. Cuando llegué a la oficina del doctor, me dijo que era un milagro caminando”, dice.
A las dos semanas después de ser operada, regresó a su negocio.
“No voy a decir que ha sido fácil. He tenido muchos desafíos en el camino, y he hecho muchos sacrificios. Me han robado, pero también me he encontrado muchos ángeles que sin conocerme me han ayudado. Dios ha sido el primero que me ha sacado adelante, y después mi trabajo y honestidad, y estoy muy agradecida con mis padres y hermanos”, reconoce.
Ayala creía haberse liberado de todos sus miedos hasta que el presidente Trump anunció en septiembre de 2017, la eliminación de DACA. Su futuro está en manos de las cortes. “Mi mayor miedo es qué me quiten DACA, y me tenga que ir a Honduras a un país que ya no conozco, y me separen de lo que más amo, mi hijo, a quien sueño ver crecer”, dice mientras sus ojos se humedecen y las lágrimas resbalan por sus mejillas.
Un milagro para los jóvenes DACA
El abogado Eric Price, quien apoyó a esta incansable madre y empresaria a renovar su DACA, asegura que este programa es un recurso milagroso para todos los jóvenes. “Sayda es un gran ejemplo de ello”, indica.
Y agrega que los dreamers tienen muchas oportunidades de regularizar su situación legal de manera permanente a través de peticiones por parte de un familiar inmediato que sea ciudadano de Estados Unidos, una visa U, o asilo político, entre otros.
Price pide a los dreamers que no tengan miedo de renovar el DACA, aún cuando ya se les haya vencido; y que esperen a que el gobierno del presidente Trump acceda a retomar la Acción Diferida para que otros jóvenes puedan integrarse de manera más segura al sistema educativo y laboral.