Hernán Otoniel regresa a Honduras… ¡para besar a su madre!

El centroamericano tenía más de dos décadas de no ve a la mujer que le dio la vida

Hernán Otoniel con su madre durante su primer encuentro en Honduras.Rubén Figueroa/Movimiento Migrante Mesoamericano.

Hernán Otoniel con su madre durante su primer encuentro en Honduras.Rubén Figueroa/Movimiento Migrante Mesoamericano. Crédito: Rubén Figueroa/Movimiento Migrante Mesoamericano. | M3

MEXICO – Justo en el crucero que marca la división entre Centroamérica y México, después dejar la  desandar en silla de ruedas miles de kilómetros desde el estado de Veracruz, el hondureño Hernán Otoniel pensó en el Dios que un día le “habló” para que olvidara los logros materiales no alcanzados y regresara a su país.

No regreso derrotado- concluyó frente a Rubén Figueroa, activista del Movimiento Migrante Mesoamericano (M3) quien lo acompañaba en el retorno-. Voy a donde quiero estar.

Durante 23 años, Hernán no quiso volver a casa sin una fortuna o, al menos, un mejor nivel de vida, pero el tiempo pasó,  el Sueño Americano no se concretó sino en México, donde medio comía con un mal sueldo y se enfermó de diabetes, enfermedad que degeneró la amputación de tres dedos del pie.

Hernán Otoniel en el camino de regreso a Honduras.
Hernán Otoniel en el camino de regreso a Honduras. Rubén Figueroa, M3.

La cirugía lo dejó renco y dependiente de una silla de ruedas sin mermarle la voluntad para volver sobre ella con cinco mochilas en la que guardó sus medicamentos, algo de ropa y recuerdos simbólicos de amigos y momentos felices durante los años de migración. “Ahora tengo a México en el corazón”.

Rubén lo escuchó con ternura: a pesar de que él ha ayudado a 35 migrantes a reencontrarse con sus familias desde que inició el programa Puentes de Esperanza en 2015 y de ser parte del equipo de búsqueda de migrantes desaparecidos que M3 realiza permanentemente (con más de 270 casos de éxito), todavía se conmueve con las historias.

“Las madres no se cansan de esperar”, dijo a Hernán. Y echaron a andar.

Venían de un largo trayecto en autobuses ADO (que enlazan por tierra al centro, sur y sureste del país), donde les permitieron ingresar dos sillas de ruedas recibidas de la caridad; luego, el padre Tomás González, del albergue para migrantes La 72, los llevó a la frontera con Guatemala y, a partir de ahí, tomaron las rutas obre microbuses destartalados que abordaron complicados.

Hernán visita a sus vecinos. Rubén Figueroa, M3.
Hernán visita a sus vecinos. Rubén Figueroa, M3.

Desayunaron “baleadas” (tortilla envuelta con frijoles y huevo, la versión hondureña del burrito), hablaron con otros migrantes primerizos, ilusionados como Herman hace más de dos décadas, cruzaron montes y valles hasta que arribaron a  San Pedro Sula.

Llegaron exactamente el Día Internacional de las Víctimas Desaparecidas, donde el Comite de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso, organizó un evento con sorpresa.

Ahí estaba Blanca Lidia Zamora con el rostro iluminado, la sonrisa desdentada, llorosa y alegre. Sonó la música, los Tigres del Norte, los aplausos. Hernán entró al recinto con una canasta de flores: “Aquí estoy, mamá”, dijo.

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